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lunes, 2 de agosto de 2021

Il momento della verità - Francesco Rosi (1965)

TÍTULO ORIGINAL
Il momento della verità
AÑO
1965
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
DURACIÓN
99 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Francesco Rosi
GUIÓN
Ricardo Muñoz Suay, Pedro Beltrán, Francesco Rosi, Pere Portabella
MÚSICA
Piero Piccioni
FOTOGRAFÍA
Gianni Di Venanzo
REPARTO
Miguel Mateo, Linda Christian, José Gómez, Pedro Basauri, Luque Gago, Salvador Mateo
PRODUCTORA
Coproducción Italia-España; Federiz, As Producción
GÉNERO
Drama | Melodrama. Toros

Sinopsis
El joven andaluz Miguel se hace torero como única salida para no morirse de hambre y poder hacer fortuna. (FILMAFFINITY)

Premios
1964: Premios David di Donatello: Mejor director (ex aequo)

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Password: PgM
(Gracias pgmele de Patio de Butacas)
 

El temperamento apasionado de Francesco Rosi dejó en Il momento della verità dos o tres destellos de su genialidad, pero sin llegar a concluir una obra maestra a la altura de Salvatore Giuliano (1960), Las manos sobre la ciudad (1963) o las posteriores El caso Mattei (1972), Excelentísimos cadáveres (1976) y Cristo se paró en Éboli (1979). Lo cual es lógico, hasta cierto punto, si se tiene en cuenta que tanto temática como estilísticamente la historia narrada quedaba fuera de su universo habitual.

Con todo, la estampa de una España rural mísera y polvorienta así como la llegada del protagonista a la gran ciudad en busca de fortuna nos devuelve al mejor Rosi: el observador cuyo ojo clínico es capaz de aprehender fidedignamente el pulso de una sociedad, en este caso marcada por el fervor devoto de romerías y procesiones y, valga la paradoja, el desenfreno de los múltiples encierros y corridas de toros.

Y, sin embargo, llegados al "momento de la verdad" (nunca mejor dicho), la película se vuelve prolija por un excesivo tono descriptivo, casi documental, a la hora de mostrar las faenas de 'Miguelín'. Desde luego, sólo un extranjero, llevado por la fascinación que lo taurino suele ejercer para quien se enfrenta a dicho mundo por vez primera, se recrea como lo hace el italiano Francesco Rosi.

Algo que la música incidental termina confirmando, ya que la banda sonora compuesta por Piero Piccioni aporta al conjunto ese aire entre trágico y kitsch que, sumado al estridente colorido del Technicolor y del Techniscope, dan lugar a un producto trufado de tópicos aunque no por ello exento de interés.
http://cinefiliasantmiquel.blogspot.com/2018/05/el-momento-de-la-verdad-1965.html

 

El momento de la verdad: Un film de Francesco Rosi: atroz, bello, amargo

El Traje de Luces Se Apaga


“El Momento de la Verdad” (Il momento della veritá) es un filme que narra la carrera y la muerte de un torero. Su realizador Francesco Rosi, que contaba ya en su filmografía dos obras maestras: “Salvatore Guiliano” y “Manos Sobre la Ciudad”, declaró que, habiendo ido a España con la intención de filmar un “diario de viaje, a medias entre el reportaje periodístico y la obra literaria”, y después de pasear y hablar con la gente que encontraba por la calle, en los restoranes, en las tiendas, buscando verdades que resistieran a un examen superficial, a una visión turística, encontró que poco a poco la realidad le dictaba un personaje y unas situaciones y que los mismos se precisaban “a medida que el film se rodaba y que mi encuesta proseguía”.

Puede parecer curioso que un cineasta preocupado por la cuestión social (la violencia de los terratenientes sobre los campesinos en Sicilia; la corrupción electoral y el problema de la vivienda en Nápoles ) vaya a un país como España, con un régimen dictatorial, con una estructura fascista, sin sindicatos libres, con fuga de brazos, con las cárceles llenas de presos políticos, con bases atómicas extranjeras incrustadas en un territorio, y haga un filme sobre un torero. “Todo el mundo me ha preguntado –declaró Rosi a Gideon Bachean- si fui a hacer un film contra Franco. Pero resulta que no me interesaba hacer un film contra Franco, Franco es un problema que apareció en cierto momento y que terminará algún día. Lo que yo quería era hablar de ese país que existía antes de Franco y que probablemente existirá después de él. Yo quería comprender ese país, hablar de él desde un punto de vista mas eterno que los incidentes de la Historia contemporánea”. Y, bien, al toreo se le puede amar o detestar (yo lo detesto), pero al escoger a un matador y a la “fiesta” como los motivos de su film, Rosi encontró una manera de entender a España: la de analizar y descomponer uno de sus mitos y uno de sus rituales. “Esta historia –dice de ‘El Momento de la Verdad’- es el retrato genérico de todos los toreros. Un torero es antes que nada uno que se moría de hambre y que ha intentado salir de la miseria”.

No me extrañaría nada si “El Momento de la Verdad” no durase más de una semana en el cine de estreno, porque este film de Rosi corroe y mina la ficción romántica construida en torno a la vocación de torero, no sólo despojando de dramatismo la historia del protagonista, y desechando el folklorismo, y aboliendo el “romance”, sino, primordialmente, mostrando los orígenes sociales y económicos de la carrera de un as de la “fiesta”, mostrando en que medida interviene en ésta el dinero y el afán de escalar una posición social. En Miguelín, el protagonista, no hay ninguna pasión por el “arte”, sino el deseo de abandonar los trabajos esporádicos, embrutecedores, mal pagados, y llegar “arriba”, es decir a la burguesía. Miguelín no es un iluminado del arte taurino, es un tránsfuga del hambre y de la inanidad pueblerina. Las multitudes le adorarán como a un ídolo, pero a él le interesa convertirse en ídolo porque eso significa valer algo en dinero contante y sonante, “un duro sobre otro”.

Prólogo. Semana Santa en Sevilla. Encapuchados, cirios, faustosos iconos, jipíos de cante jondo… Todo esto es a primera vista muy de documental turístico, pero la cámara de Venanzo (intencionada por Rosi, claro está) muestra cierto significativo desvío respecto a lo pintoresco y grandioso de esta ceremonia: capta dentro de ella, un oscuro y masivo avance de soldados, algunos rostros de guardaciviles, el penoso esfuerzo de esas cuadrillas de cargadores anónimos y contratados por unos duros que, semiocultos bajo los palios, acarrean sobre sus espaldas las faustosas, aplastantes imágenes sagradas (cuyo peso quebrará y hará morir al protagonista de “El capirot”, la angustiosa novela de Alfonso Grosso). Sí, Rossi esta proponiéndonos un film sobre la España eterna… Luego vienen las imágenes del tradicional “encierro” en un pueblo andaluz; los toros lanzados por las estrechas calles hacia la plaza, en medio de una varia multitud que corre delante o detrás o en torno a ellos, que se ofrece a sí misma el goce del riesgo, la emoción de ser testereado o pisoteado por los animales. Un mozo, Miguel, se desprende de la muchedumbre y retorna a “casa”, o mejor dicho al campo donde su padre está desempeñando la dura faena de la trilla, en espera de que el hijo lo releve para poder sentarse un rato a la sombra y comer un poco de pan con chorizo. Miguel, sobre la tabla trilladora, da vueltas bajo el sol, arrastrado por el caballo. “Padre –le dice al viejo-, yo quiero dejar el pueblo, irme a la ciudad”. El viejo responde: “¿A qué? Es mejor tener en casa un cacho de pan y un vaso de vino”. La siguiente imagen nos muestra la carretera a la salida del pueblo, por donde camina el mozo en compañía de su madre, vestida de negro, que le acompaña un trecho antes de la despedida. Ya Rosi ha pasado de lo general a lo individual: el film va a ser la historia de Miguel, el muchacho que no veía porvenir en su pueblo y se fue a la ciudad.

La ciudad es Barcelona. Hemos dejado la luz transparente y los horizontes abiertos y los tonos dorados. Ahora son tonos oscuros, grisáceos, calles pobladas de viejas, de mendigos, de niños corretones, de obreros que van al trabajo o a buscar trabajo. Tascas que parecen caballerizas, dormitorios colectivos que parecen gallineros. El pensionista, un tío marica, le cambia el nombre a Miguel: lo llama “Miguelín”. Pero él todavía no es mas que Miguel y no encuentra trabajo. ¿Trabajo? Sí, como no. De cargador esporádico, en donde salga a 25 pesetas diarias… menos ocho descontadas por el “prestamista” que le ha obtenido la plaza. Algunos obreros se van a Alemania y tienen más suerte, pero están “calificados”. Miguel solo sirve para lo que sea. En una tabernucha, un sábado o un domingo por la noche, le dice a un amigo que así no hay porvenir, le pregunta si no hay otra solución, y ante una respuesta evasiva confiesa: “Mira, yo no robo porque me meterían a la cárcel”. Uno de los compañeros le muestra un cartel taurino, donde está El Cordobés, uno que se “hincha” ganando millones de pesetas. Lo llevan a una bodega donde un torero retirado, “Pedrucho”, tiene su academia taurina: un lugar desportillado donde unos cuantos muchachos flacuchos se ejercitan en el capote para algún día ser toreros y “llegar”. Miguel hace una broma al maestro y termina la triste farra yéndose con una ramera, pero al día siguiente vuelve a la academia, donde hay que pagar las lecciones, por supuesto. Miguel no tiene con qué, y el maestro hace un gesto de resignación: “Bueno me darás lo que puedas”. Miguel tiene que emplear una parte de su exigua soldada en pagar las clases de toreo. (Eso no le pasó al héroe de “Sangre y Arena”. El héroe de “Sangre y Arena”  era Tyrone Power. Aprendió a torear por pura pasión).

Ya Miguel sabe torear, ya ha probado con una vaquita que más bien parece un perro, ya sólo le falta enfrentarse con un toro de verdad en un coso grande. Para eso hay una solución muy a mano, que conocen todos los que han leído y visto novelas y filmes de toreros: se lleva escondida una muleta, se confunde uno entre los aficionados de sol y, en un momento de descuido de los vigilantes, ¡hala, al ruedo! Que es lo que Miguel hace. Pero los toros cuestan muchos duros y no están en el ruedo para que los muletee cualquier espontáneo. Apenas si Miguel puede dar dos o tres muletazos, hay unos cuantos olés y aplausos (el público se aburría con el “mataor” de cartel), pero los mozos de brega se le echan encima, le tiran de la ropa y finalmente el muchacho es detenido y su maestro Pedrucho tiene que pagar la multa. Después de lo cual el maestro ve comprometida la buena marcha de su academia con estos alumnos suyos que se lanzan al ruedo a torear astados que ellos no han pagado con su dinero, manda al chico a Madrid. Donde todos los domingos Miguel va a la plaza de toros… a vender programas, carteles y banderillas a los aficionados y los turistas. Al fin un aficionado, de muy hipotética influencia en esto del negocio del toro, lo presenta con un sastre manejador de un torero novato, que se va a presentar en las plazas de pueblo. “Mire usted –le dice Miguel al sastre, mientras éste acaricia el rico paño rojo que dará el capote para su protegido-, yo estoy dispuesto a lo que sea, a salir de la plaza muerto, o vivo y en hombros”. Pero el manejador sabe de estas cosas, ¿Qué se cree Miguel?, armar la carrera de un torero cuesta lo suyo, hay que pagar el traje de luces, la propaganda, los toros. Total, Miguel va en la cuadrilla del otro muchacho, como sobresaliente. Sólo que a éste, a la mitad de la faena, le entra canguelo, deja el toro a medio torear, y esta es la oportunidad que Miguel esperaba, y mientras el torero debutante se va con el propio rabo entre las piernas y las propias orejas gachas, Miguel se lanza al ruedo, da una buena serie de pases de muleta, se le planta al toro y le rasca el testuz, se echa al público al bolsillo, se convierte en “Miguelín”. Todo esto ha sucedido en una placita de pueblo, en un ruedo formado por carretones, ante una muchedumbre provinciana y espesa, y con los tonos pardos y ocres y rojos, con el aspecto polvoriento y la luz solar, Rosi ha sabido dar el aire populachero y endomingado de corrida de pueblo que hay en algunas páginas y lienzos de Gutiérrez Solana.

Ahora Miguel es Miguelín, ahora gana el dinero a espuertas, ahora le puede poner teléfono a su madre, ahora pisa la plaza grande, la de Madrid, ahora todo el mundo lo conoce, ahora se pasa buena parte del tiempo dando entrevistas, asistiendo a fiestas de gente encopetada, discutiendo de dinero y de tantos por ciento con su apoderado. Es un ídolo, un héroe de la España eterna. Vence a los toros, se gana al público, conquista a las mujeres. Los toros caen ante su espada. Rosi ha recogido esos testuces ensangrentados, esos ojos vidriosos, esos estertores de animal con el estoque dentro desgarrándole las entrañas, ese arrastre de cabezas cornudas, esos cuernos que van dejando un surco en la arena, ese encarnizamiento chulapón y canalla de la “fiesta”, esa nobleza del animal en la muerte. (Ramón Gómez de la Serna, en “El torero Caracho”: “Tenía algo de barco caído el toro muerto y extendía la cabeza como ciervo muerto que eleva más un mástil que el otro, siendo ese cuerno que queda en alto el que da la gallardía a su despojo mortal”.) A veces, “Miguelín” es empitonado. Pero más cornadas dan los apoderados, los empresarios, los periodistas, y en cada cornada se llevan una buena parte del dinero que “Miguelín” se gana ante el toro. A “Miguelín” esto le quita el sueño. (“Miguelín” es decididamente, entre todos los toreros del cine, la “oveja negra”, no torea por pasión, no lleva la “fiesta” en la sangre, no habla más que de dinero. No es como Currito de la Cruz ni como Tyrone Power.) En ocasiones, el torero vuelve a su campo andaluz, a ese aire luminoso que se vuelve oro con el trigo aventado, y ahí vuelve a respirar, vuelve a ser Miguel, toma un chorro de agua fresca de un botijo que le tiende una moza campesina, que de pronto siente al ídolo y le dice: “Miguelín… Tu eres Miguelín”. Y Miguel tiene que seguir siendo “Miguelín”, su apodo es su Némesis, y hay que volver a las plazas a torear y matar y matar y matar toros, a ser cornado, a empezar a saborear el miedo, y luego a hacerle alguna faena a una señora norteamericana más aficionada al torero que al toro (olvidando aquello de “Not the singer, but the song”), a discutir de tantos por ciento y números de corridas con el apoderado y el empresario y todos los del dinero. A esta altura de su vida, de su carrera, del film, “Miguelín” está hecho un poco de la estofa de otro infortunado protagonista del cine: “Miguelín” es como Rocco Parondi, el muchacho del mediodía italiano, que salió del pueblo para escapar del hambre, que se hizo boxeador para ganar liras, que se encontró vendido al manager y a los empresarios y que al final sólo soñaba con volver al terruño; y, como a Rocco, a “Miguelín” ya le es imposible retirarse. Es un ídolo, es decir, se debe a su público, que para eso paga su asiento en la plaza o en el estadio. “Miguelín” pertenece a todos, al apoderado, a los empresarios, a los aficionados, a España la pintoresca, a todos menos a sí mismo. Esta es la historia de una enajenación. Y al final, cuando un toro tome desquite por todos los de su raza, en un ruedo de segunda categoría, en un pueblo sin mucha importancia, “Miguelín” va a encontrar la única, irrisoria manera de pertenecerse: la muerte.

Epílogo: otra vez Semana Santa en Sevilla, otra vez los encapuchados y los cirios y los iconos y los jipíos, otra vez los soldados y los guardaciviles y los cargadores en cuadrilla, abrumados bajo el peso de las imágenes sagradas. Otra vez la España eterna… (Antonio Machado: “La España de charanga y pandereta,/cerrado y sacristía,/devota de Frascuelo y de María,/de espíritu burlón y de alma quieta/…”).

Aparentemente, Rosi ha hecho un film sin emoción, un ficticio documental sobre un torero que es todos los toreros y por tanto ninguno en particular (aunque el “Miguelín” de la pantalla es el “Miguelín” de carne y hueso, un torero joven que estuvo a punto de eclipsar la gloria del “Cordobés”), pero el film posee una oculta corriente trágica, que está en ese mecanismo inexorable que va del hambre a la gloria y de la gloria a la muerte, que saca a un hombre de la nada, lo eleva a la cima y finalmente produce un cadáver. El toreo no es solo la fiesta, es también este engranaje de toreros y dinero, de toros y dinero, de apoderados y dinero, de empresarios y dinero, de sangre y dinero, de dinero y dinero. Como Salvatore Giuliano, “Miguelín” es un don nadie que se convierte en alguien porque en un momento dado, no en el momento de la verdad sino el momento de la ilusión, encarna, incluso equívocamente las aspiraciones y apetencias ee instintos más oscuros de un pueblo. Salvatore mataba gente del pueblo, poro el pueblo lo idolatraba, lo consideraba su ángel salvador, el reivindicador de los pobres. “Miguelín” era el ídolo de un momento en España, un héroe de la España eterna, y salido del hambre que sirvió para adrmecer al pueblo, para hacerle olvidar el hambre, dándole a cambio un mito fugaz.

Rosi fue a España, no para hacer un diario de viaje, no para filmar un film turístico, no para realizar un film contra Franco, no para dar un testimonio sobre la España eterna… Fue a España para traer un pequeño momento de verdad: atroz, bello, amargo.

Crítica que perdura

Nota del editor: El crítico de cine de origen español, José de la Colina, avecindado en México desde finales de los años treinta, como consecuencia de la guerra civil, practicó la crítica cinematográfica durante varios años, en diversos periódicos y revistas del país, ejerciendo un gran magisterio entre los aficionados al séptimo arte, pudiéndome preciar de ser uno de esos espectadores, a los cuales ayudó a convertirse en cinéfilo, a través de sus crónicas semanales, en particular las que publicaba en suplemento “El Heraldo Cultural” que editaba el diario “El Heraldo de México” y, precisamente, al estar haciendo una serie de consultas en mi colección encuadernada de aquellos valiosos documentos, me saltó la idea de compartir con los lectores de cineforever aquellas que considero interesantes, valiosas y vigentes, para los cinéfilos de hoy y de siempre. Para abrir este espacio memorioso de “crítica trascendente”, he escogido un acercamiento extraordinario, a una de las grandes películas de ambiente taurino, a la cual tengo considerada entre las cinco mejores del género o sea “El Momento de la Verdad” de Francesco Rosi, publicada en el número 205 del citado suplemento “El Heraldo Cultural” del 12 de octubre de 1969.
José de la Colina
https://www.cineforever.com/2008/03/20/el-momento-de-la-verdad-el-traje-de-luces-se-apaga/


 
 

4 comentarios:

  1. scusa ancora Amarcord ma i link postati corrispondono al film,io
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