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viernes, 23 de agosto de 2013

Reality - Matteo Garrone (2012)


TITULO ORIGINAL Reality
AÑO 2012
IDIOMA Italiano
SUBTITULOS Español (Separados)
DURACION 115 min.
DIRECCION Matteo Garrone
GUION Ugo Chiti, Matteo Garrone, Maurizio Braucci, Massimo Gaudioso
MUSICA Alexandre Desplat
REPARTO Aniello Arena, Loredana Simioli, Nando Paone, Nello Iorio, Nunzia Schiano, Rosaria D'Urso, Giuseppina Cervizzi, Claudia Gerini, Raffaele Ferrante, Ciro Petrone, Salvatore Misticone
PREMIOS
2012: Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado
2012: Festival de Sevilla: Premio Especial del Jurado
2012: 3 Premios David di Donatello. 11 nominaciones
GENERO Drama. Comedia | Comedia dramática. Sátira. Televisión

SINOPSIS Luciano (Aniella Arena) es un pescadero napolitano que complementa sus modestos ingresos con pequeños timos en los que colabora su mujer. Es un personaje extrovertido y simpático que no pierde ocasion de divertir con sus actuaciones a sus clientes y familiares. Un día, éstos lo convencen para que se presente a las pruebas del programa "Gran Hermano". Dentro de ese mundo, su percepción de la realidad empieza a cambiar. (FILMAFFINITY)

Enlaces de descarga (Cortados con HJ Split)
Subtítulos (Español)



LA CAJA TONTA

Matteo Garrone se posicionó en el punto de mira del panorama internacional con su anterior película, Gamorra. En ella Garrone desnudaba por completo a la camorra italiana, lanzando una fría mirada muy contemporánea a la mafia italiana. Ello le valió el gran premio del jurado en el festival de Cannes (premio que repetiría este mismo año con Reality) además de los principales premios en los premios del cine europeo, así como nominaciones al Globo de Oro y al BAFTA. Reality se presenta como una película diametralmente opuesta a aquella, casi como una leve comedia. Pero poco a poco en su evolución, la mirada desnuda de Garrone va despellejándola hasta acercar esa realidad de la que habla el título a una sociedad en la que sus hábitos han cambiado y rinden culto frente al televisor y desde una perspectiva casi surrealista acaba en cierta forma uniéndose a la cruda realidad de aquella. Una película que además cuenta, de forma intrínseca con una conexión con Gomorra, y es que su protagonista, un sensacional Aniello Arena, cumple cadena perpetua desde hace veinte años por ser un antiguo sicario de la camorra. Garrone, enamorado de él tras una función teatral, ya intentó conseguir, sin éxito, que estuviera en Gomorra. Ahora su experiencia personal parece ser vital en la película de un hombre libre, que desea ser encerrado para así conseguir la libertad.
Garrone se acerca al fenómeno de la telerrealidad, lo hace concretamente hasta el Gran Hermano. Su mira satírica no busca nunca criticar la presencia de estos programas, ni cuestiona su función. Realmente la lanza de Garrone va hacia el trato que se les ha dado en la sociedad. La película se centra en criticar en como la televisión ha suplantado por completo a la religión convirtiéndose en lo que ella representa. Así la familia rinde culto por completo, sentándose todos juntos a observar su programa, todos se unen con el objetivo de llegar a formar parte de ella, y arrastran al más alejado a sus creencias, de una manera sectaria. Los más pequeños de la casa, tienen un papel clave, la televisión forma parte de sus vidas desde que nacieron, es prácticamente el centro de su educación, su visión idealizada trata de acercarse a la de los más mayores que poco a poco se ven sumergidos en ello. Los ídolos creados por la pequeña pantalla, merecen la más profunda admiración, se les persigue, se les adora, el único objetivo es ser como ellos, una figura casi apostólica.
Un fenómeno global pero que Garrone trata con una mirada muy italianizada, de hecho no es difícil ver en la película muchas reminiscencias del Fellini más radical. Desde esa carroza con la que abre la película, a lo esperpéntico de todos sus personajes, un sentido del humor que por momentos roza lo extravagante, y una maravillosa cantidad de planos largos y elevados, así como incluso la misma presencia de los estudios Cinecittá de Roma que fácilmente nos hace acordarnos de Entrevista. Luciano, su protagonista, se nos presenta vestido de Drag-queen, rápidamente podemos saber que no está a gusto con su identidad. Sobrevive como puede con pequeños chanchullos y llevando una pescadería en Nápoles. Todo cambiara el día que sus hijas le presionen para participar en un casting de Gran Hermano. Pronto se obsesionará con la idea de que va a entrar en el programa, y se sentirá incluso observado, haciendo que esto cambie por completo su personalidad, despojándose por completo de la realidad y rozando la locura.
En cierto modo, el planteamiento de Garrone podría simplificarse, y despojar la presencia del programa televisivo para narrar la obsesión del hombre por conseguir una quimera. Así el protagonista podría estar convencido de que la lotería le va a tocar por una visión, y se desquitaría de todo creyendo a ciencia cierta que su sueño se va a cumplir. Pero poniendo a la televisión en el objetivo, Garrone va más allá, ¿Es real lo que vemos tras las cámaras? ¿Cómo se comporta el ser humano delante de una cámara? Así, mientras que Luciano cree que está siendo observado por los responsables del programa para facilitar su entrada en el concurso, su comportamiento cambia radicalmente. Su radical comportamiento como buen samaritano, despojándose de todo lo que tiene para ser visto como alguien noble o generoso borra completamente del mapa la presencia de alguien que ya no puede ser feliz si no logra su objetivo. Un hilarante tratamiento con un enfoque mucho más dramático del que parece a simple vista.
En Reality nada es real. Lo idolatrado no deja de ser una mera mentira, la televisión, como fenómeno cultural ha acabado superando al ser humano. La presencia de un referente tan importante de la cultura pop como el Gran Hermano, acerca globalmente a una película con un alma puramente italiana y que en el fondo parece querer hablar más de la decadencia social en Italia en la era Berlusconi que de los temas que toca de manera más visible.
Juanma De Miguel Écija

Il detto vuole che lo stolto guardi il dito mentre indica la luna. 
In Reality di Matteo Garrone sembra quasi il contrario. Sembra quasi che il regista sogghigni di chi, stolto, fissa la luna rappresentata dal richiamo al Grande Fratello, mentre bisognerebbe guardare tutto quello che circonda e comprende quella sirena mediatica e cinematografica. Compreso il suo lato nascosto. 
Per comprendere un film intenso e complesso come Reality è necessario fare lo sforzo di spogliarsi dai pregiudizi e avere il piacere di deviare lo sguardo dall’ovvio: proprio come più di una volta fa il regista attraverso la sua macchina da presa. 
Inizia folgorante, il film di Garrone, calandosi dall’alto all’interno del mondo ultrakitsh dei ceti napoletani più popolari (ma un'altra città d’Italia non avrebbe fatto una grande differenza), portandoci lentamente e sempre più inesorabilmente alla scoperta di un protagonista la cui ingenuità e la cui ossessione patologica (quella appunto dell’entrare a fare parte del Grande Fratello, al cui provino ha partecipato quasi per caso) è figlia del contesto culturale in cui è nato. 
Se fosse solo una favoletta morale e neorealista sulle grandi distorsioni provocate da certi miti televisivi, Reality sarebbe un film stanco e fuori tempo massimo, benché girato con una consapevolezza stilistica impressionante, recitato benissimo e in generale impeccabile in tutti i reparti tecnici (dalla fotografia di Marco Onorato fino alla colonna sonora di Alexandre Desplat). 
Garrone, invece, ha rifuggito la sociologia spicciola: in primo luogo cercando di rendere più amplio e articolato il discorso, e secondariamente traslandolo su un piano quasi filosofico. 
Nella loro apparente polarità, la casa televisiva dove Luciano sogna di entrare è direttamente speculare al palazzetto diroccato che abita assieme all’onnipresente famiglia, alla piazza napoletana dove gestisce una pescheria. L’ossessione paranoide di essere sempre sotto esame da parte di “quelli della tv” è il negativo esatto dello sguardo costante (e giudicante) di parenti, amici e conoscenti nel contesto di una vita pubblica, in più di un senso. 
E che il protagonista poi tenti la via di una conversione quasi letteralmente francescana per riscattare i suoi peccati e ottenere la misericordia del piccolo schermo, che in un finale palpitante prenda parte alla grande rappresentazione della Via Crucis prima di confrontarsi definitivamente col grande sogno del Grande Fratello, appare uno sferzante commento di Garrone su un altro palcoscenico, oltre a quelli coincidenti della vita e della tv: quello della Chiesa. 
Garrone, che nel pressbook del suo film dichiara di aver voluto indagare la storia di un uomo che esce dalla realtà per entrare in una sua personale dimensione fantastica, sembra in realtà aver descritto un universo dove la distinzione in questione non ha più senso, dove tutto è unificato, tutto è livellato. 
Dove persino il sogno che si trasforma in incubo psicotico è destinato a realizzarsi e concludersi con l’amara, folle realizzazione di un circolo che si chiude e riporta al punto di partenza. 
E l’unica cosa da fare, allora, è ridere istericamente e uscire di senno, e di sé. 
Federico Gironi

Dopo un contestatissimo ritardo di distribuzione per un titolo atteso, italiano, premiato e firmato da un regista importante, finalmente si entra in sala per sentire cos’altro ha da dire Matteo Garrone dopo il successo di Gomorra, ma soprattutto dopo i grandi dimenticati L’imbalsamatore e Primo amore, “peccatori” di non avere alle spalle nomi roboanti come Saviano.
Tra commedia e dramma, si narra l’insolita storia di Luciano, pescivendolo napoletano che, trainato dalla famiglia, accetta di partecipare ai provini per il Grande Fratello. Quel che nasce come indifferente curiosità si trasformerà in un’ossessione.
Nonostante il riconoscimento di Cannes, invero non necessariamente sintomatico di qualità, tiepida è stata l’accoglienza del grande pubblico per quest’ultimo Garrone, forse nel considerarlo una sorta di opera minore di buona fattura che non lascerà il segno nell’immaginario come il suo ben noto precedente lavoro. Lo stesso pubblico, probabilmente, non farà fatica a giustificare, così, anche il ritardo sui grandi schermi, furba la distribuzione nel fiutare in anticipo gli umori degli spettatori e fredda nell’anteporre uno Spider-man per adolescenti da centro estetico ad un manufatto d’autore. Che Garrone, nella sua necessità di liberarsi da quel mondo mitologico a base di camorra e bassifondi napoletani, abbia mostrato la coda e i suoi limiti? O che, molto più semplicemente, stia esaurendo le cartucce come già accaduto prematuramente a tanti altri registi?
Ma neanche per scherzo.
Facciamo uscire dalla sala il pubblico, aspettiamo di sentire lontano il chiacchiericcio di chi vive di aspettative, confronti e delusioni.
Scansiamo accuratamente chi cerca sottotesti e messaggi morali in tutto ciò che si presenta come “d’autore”, tutti quelli che bevono cinema con l’unico scopo di aprire dibattiti antropologici sui titoli di coda.
E schiviamo anche meticolosamente chi ancora crede che comunicazione sia solo contenuto, polpa, soggetto, cinematograficamente parlando, e si lascia distrarre dalle parole piuttosto che dai volteggi, dalle danze di quelle parole.
Ora si può parlare di Reality.
Garrone azzarda e vince.
Firma un grande film che lascia polvere su tanto cinema italiano presuntuoso, e lo fa inaspettatamente, in una fase della carriera in cui registi ben più importanti avrebbero ceduto alle lusinghe di un successo (Gomorra) approfittandone del traino. Il regista de L’imbalsamatore spiazza, cambia registro, non abbandona Napoli, ma l’usa solo più come presepe per una storia universale. La connotazione partenopea non è marginale, è un accessorio ottimamente sfruttato ma non per mezzo dei cliché attesi dal pubblico. Ne estrae l’humus, l’estro, il colore vivace e quello spento, la verve caratteriale e linguistica per montarci sopra un giostra favolistica, una parabola fantastica. Complici le musiche del grande Alexandre Desplat, tra Danny Elfman e Nino Rota, si viene calati in una realtà che già anticipa, nella sequenza iniziale, la sua contaminazione surreale (la promenade della carrozza per le vie cittadine), e il gioco lentamente comincia.
Il protagonista – ergastolano nella vita, uno straordinario Aniello Arena – coltiva già nei suoi sguardi ammirati per un ex partecipante del Grande Fratello, star locale di manifestazioni mondane, il seme del suo abbandono, il volo verso l’altro, al di fuori di un mondo sporco di pesce e piccole truffe quotidiane. Quando la famiglia, incautamente, gli dà occasione di farlo, contro la sua volontà, Luciano comincia a sognare, non solo vede un paio di ali in pronta consegna ma è perfettamente consapevole che sarà in grado di usarle, scaccia la rassegnazione che lo manteneva distante dalle ambizioni da palcoscenico e la sua mente corre furiosa, senza freni. Da lì in avanti è la parabola discendente di un uomo che si ciba ossessivamente del salto di realtà, tanto tossico quanto profondo, e la dipendenza assume i tratti di un delirio da metanfetamina.
Soggetto semplice, costruzione da applauso.
Forte di una sceneggiatura senza cedimenti, il racconto procede perfetto come un orologio svizzero, pacato nel primo terzo del film, come da standard, per tener basse le tensioni e presentare i personaggi con le loro miserie quotidiane; ma è il trampolino di lancio per l’avvio del gioco con lo spettatore che non commette l’errore di esaurirsi nel fatto tout-court, [...]1, che avrebbe condannato il film ad un linciaggio per eccessiva diluizione. Da quel momento Garrone lavora di psicologie e ri-sfoggia la stoffa già vista ne L’imbalsamatore e in Primo amore, la cura delle dinamiche mentali, ai limiti del disturbo emotivo. In Reality si mantiene sul delicato confine tra commedia e dramma, ma non trascura momenti inquietanti, stranianti: tra Kafka e Fellini si compie la tragedia intima di un uomo [...]2. La mano morbida di Garrone, tuttavia, scolpisce un sogno patologico piuttosto che un horror, e il surreale diventa la forma principe come da subito annunciato, [...]3.
Ancora un paio di manovre nell’ultimo quarto della pellicola strutturano infallibilmente la narrazione e danno perfetto carburante alla visione, fino ad un finale meraviglioso sul quale si potrebbero spendere fiumi d’inchiostro: [...]4.
Inquadratura aerea in allontanamento sui titoli di coda malinconica, grottesca, geniale.
Difficile trovare veri punti deboli in Reality e il rischio è di compiere una ridicola e inutile caccia.
Si resta basiti per le straordinarie abilità recitative del protagonista, a tratti rievocativo, nella spavalda camminata, di un giovane De Niro delinquente del Bronx – ma è più facile pensare che De Niro si sia ispirato, nei suoi esordi d’attore, agli atteggiamenti naturali della delinquenza italo-americana.
Di altrettanta bravura Raffaele Ferrante, ex partecipante del Grande Fratello nella finzione, personaggio secondario ma calibratissimo ed efficace. Meno convincente e più televisivo solo Nando Paone, non sbagliato ma neanche all’altezza del resto della compagine.
Un film amaro da non perdere.
Ma senza pensare al Grande Fratello.
ALESSANDRO CELLAMARE


Reality, il film di Matteo Garrone, proprio perché intitolato “reality” è la sfaccettatura più autentica del rapporto che spesso molte persone hanno con la televisione e con certe trasmissioni che simulano il vero, ma che ben sanno mascherare la realtà.
La pellicola del regista di Gomorra racconta la storia di Luciano, un pescivendolo napoletano che, sotto l’insistenza familiare, decide di fare un provino per il Grande Fratello. I giorni di attesa per la chiamata che stenta ad arrivare sono lo spaccato curioso della vita sognata che Luciano vive: percepisce, ingenuamente, di essere spiato, ma questo non è reale; sente che la produzione televisiva del Reality lo ha scelto per la trasmissione, ma questo non è reale; vive una vita sotto un riflettore che è solo il suo, un riflettore immaginario che si costruisce dentro casa intorno a sé e nella sua testa, manomettendo un andamento naturale, quotidiano e ciclico che è la sua vita e creando una bolla che presto potrà scoppiare.
L’apertura in pompa magna, con una carrozza dai colori sgargianti, ci fa già intendere che siamo in una realtà sognante, falsamente intrisa di un aspetto apparente che non ci appartiene, se non per la breve durata di un viaggio mentale e personale.
Il film di Garrone è un lavoro intenso, curato nei minimi dettagli dalla fotografia, alle musiche, sino alle riprese. La geniale scelta di puntare la camera sul viso di Luciano, seguire il suo sguardo, le espressioni del suo viso come se un vero occhio televisivo lo stesse tallonando dalla prima all’ultima ripresa di questo film, è una delle acutissime finezze che Garrone ha curato con grande minuzia, creatività, e talento comunicativo.
A sottolineare ancora di più questa genialità e questo stile del racconto visivo in alcune scene, è la messa fuori fuoco della realtà che scorre alle spalle di Luciano, dietro i suoi occhi, intorno alla sua vita, come se la storia fosse vista in soggettiva, la sua, quella immaginaria.
La coralità del film, sottolineata più volte da Garrone, emerge da alcuni gesti che identificano una filosofia familiare, di gruppo e non individuale relativa solo a Luciano, che sta nella “ossessione della fama”, della presenza in tv, come se essere in tv fosse marchio di garanzia. Il sogno della fama è come la radice di una pianta parassita che si infiltra nella terra e si dirama tra gli alberi di ogni membro familiare. Come non ricordare l’istante perfettamente comunicativo in cui Garrone punta la camera sulla figlia più piccola di Luciano e Mary che rimane affascinata davanti ad una paillette della maglia indossata dalla madre, la guarda come se rispecchiasse in essa la speranza che il suo amato papà possa, un giorno, arrivare in quel tubo catodico ed essere acclamato da tutti sotto i riflettori.
Con grande stile Garrone riesce a tenere in equilibrio il filo sottile che divide la realtà dal sogno e lo riesce ad esprimere con sincerità, grande trasparenza ed efficiente professionalità. Emblematica la carrellata, dopo il matrimonio di un parente, sulla svestizione degli invitati che sotto le paillettes e gli strass rivelano sottane, calze a gambaletto, grasso, peli, un’imperfezione fisica, le vere fattezze mascherate dai lustrini di una vita immaginata, desiderata.
La musica del maestro Alexandre Desplat sono il tocco straordinario che perfeziona il lavoro cinematografico di Garrone. L’atmosfera musicale sognata, dettata spesso da una morbidezza sonora, quasi nuvolosa e sospesa in aria, collima perfettamente con le idee fantasiose e sperate, tanto quanto irreali dei personaggi. Quasi una trasposizione musicale in veste “Dolce vita” felliniana.
Il film di Garrone è emozionante. Di primo acchito pensi di non poterti commuovere davanti a lustrini, occhi televisivi e piccolezze apparenti, ma quando un regista riesce a trasmettere, al di là di tutto, i valori di una famiglia e la loro solida unione, ti abbandoni alle grandezze intime di una unione che anche davanti alle difficoltà, alle gioie, ai dolori, alle pazzie, non è pronta a disgregarsi, ma a credere in una realtà, anche se costruita, e crederci tutti insieme.

2 comentarios:

  1. QUERIDO AMARCORD: NO SÉ BIEN QUÉ PASA PERO SOLO SE CARGA EL LINK DE LA PARTE 6 Y DE SUBTÍTULOS.
    ESPERO QUE SE PUEDA SOLUCIONAR, PORQUE ESTA PELICULA PARECE INTERESANTE.
    SALUDOS
    MARIA

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  2. en lugar de hacer click, copia los enlaces y pégalos, así funcionan ;)

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