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martes, 24 de diciembre de 2013

La grande bellezza - Paolo Sorrentino (2013)


TITULO ORIGINAL La grande bellezza
AÑO 2013
IDIOMA Italiano
SUBTITULOS Español e inglés (Separados)
DURACION 142 min.
DIRECCION Paolo Sorrentino
GUION Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
MUSICA Lele Marchitelli
FOTOGRAFIA Luca Bigazzi
REPARTO Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio
PREMIOS 
2013: Festival de Cannes: Sección oficial largometrajes a concurso
2013: Festival de Sevilla: Mejor actor (Servillo)
2013: 4 Premios del Cine Europeo: incluyendo Mejor película y director
2013: Independent Spirit Awards: Nominada a Mejor película extranjera
2013: Satellite Awards: Nominada a Mejor película extranjera
PRODUCTORA Coproducción Italia-Francia; Indigo Film
GENERO Drama. Comedia | Comedia dramática

SINOPSIS En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. Gep Gambardella, viejo escritor y periodista dominado por la indolencia y la decepción, asiste a este desfile de personajes poderosos, pero decadentes, huecos y deprimentes. (FILMAFFINITY)

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Subtítulos (Español)

Subtítulos (Inglés)


Roma, belleza y muerte
La grande bellezza', de Paolo Sorrentino, no es tanto una película como la descripción pautada de todo lo que queda cuando no queda nada; de esa sensación efímera, por pausada y diáfana, que precede a la aceptación tranquila de lo absurdo de todo. De todo esto. No es tanto melancolía como lucidez; no es dolor, es belleza. Sin duda, una obra maestra. Y bella. Profundamente bella. Hasta el ridículo.
Los franceses, con su aquilatada buena mano para según que cosas, llaman al orgasmo 'pequeña muerte'. El sexo, de hecho, está indisolublemente unido a la ceremonia de lo breve, de lo que desaparece. Y así es en todos los órdenes de la vida, incluido en el más rudimentario, en eso tan molesto y lleno de criaturas que pican que es la naturaleza. 'Amorphophallus titanum', por ejemplo, es el nombre como se conoce una de las más curiosas y magnéticas aberraciones del reino vegetal. El 'latinajo' esconde el nombre científico de la flor cadáver, la más grande de todas. La más hermosa y también la más repugnante. La belleza, en definitiva, huele a muerte. Lo dicen los botánicos, los botánicos franceses para ser precisos.
Paolo Sorrentino, lo sabe. Conoce perfectamente el extraño ritual de la decadencia. Y lo sabe por italiano, por romano y por 'felliniano'.
La prueba es su película, la segunda obra mayor que se presenta en Cannes después de la cinta de los Coen. Toda ella transcurre en una Roma mortecina e inútil; excesiva y decadente; exuberante y ridícula; santa y puta. Un escritor que dejó de escribir después de su primer libro cumple 65 años. En todo ese tiempo, desde la primera juventud herida al inicio de la vejez, puede presumir de no haber hecho nada.
Nada más que ver consumir el tiempo ante la evidencia de que nada tiene sentido. Y en ese proceso de vaciamiento, de disoluto vagar por cuerpos extrañas, camas ajenas, fiestas ruidosas y tetas desproporcionadas, el hombre interpretado por un, de nuevo, inmenso Toni Servillo, se confunde con la ciudad que cobija su silencio, su estupidez y su abismo. De hecho, como dejó demostrado Fellini, Roma no es tanto una ciudad como un estado del alma, una inquietud que se alimenta de la carne hasta el desfallecimiento. La urbe más espiritual del planeta (del occidental) no es más que una trampantojo para turistas, paparazzi y desorientados. "Los verdaderos habitantes de Roma son sus turistas", se escucha en la película. Roma como la vida misma.
Sorrentino consigue así crear un mundo propio e infectado cuyas venas se ofrecen de par en par a la sangre de gente como Fellini, De Sica o Risi; un universo operístico que se abre a los sentidos como la flor más gigante, magnética y repugnante. 
Por su cine discurre (un cine que empieza en 'Il divo' y continúa aquí) una Italia herida, televisiva, 'berlusconiana', 'andreotiana', 'tangentiniana', antigua, apolillada y furiosamente reprimida. Pero eso no es más que el paisaje. Lo que importa es otra cosa; importa la certeza de la incerteza. Sólo la nada.
La inmovilidad del protagonista, su incapacidad para dar un paso, no es más que el lejano eco de una derrota, de lo que pudo ser. Como al príncipe Don Fabrizio Salina en 'El gatopardo' o a Alberto de 'Los inútiles' o a Marcello Rubini en 'La dolce vita', a Jep Gambardella (Servillo) todo en este mundo le es ajeno. Sólo el instante de placer vivido y perdido en un sólo segundo de la juventud valió la pena. Y su recuerdo mantiene el inconfundible aroma de la muerte. Tan profundamente ridículo.
Luis Martínez
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Extraña, también hermosa
(Lo que en una primera visión me amodorraba o me irritaba ahora me resulta magnético)

Me sucede a veces que las condiciones en las que veo una película me provocan miopía ante sus transparentes valores. O al revés. Que crees ver poesía donde solo hay pretensiones y trampas, que después de haber sufrido cuantioso tedio confundes algo atractivo a secas con una obra de arte. Los festivales de cine se prestan a ello. Puede ocurrir que hayas dormido poco y mal, que tu fatiga o tu estado de ánimo nublen la evidencia, que debido a la acumulación de películas te hagas un lío mental cuando llevas seis o siete horas diarias mirando una pantalla. Tus gustos y tus juicios pueden modificarse para bien o para mal cuando ves esa película un tiempo después en tu ciudad, en una sala repleta o en soledad, en el horario que tú has elegido, por placer y no por trabajo.
Vi en el último festival de Cannes La gran belleza. Las referencias aseguraban con embeleso que era La dolce vita de Paolo Sorrentino. No sintiendo ninguna fascinación especial hacia la celebérrima película de Fellini y habiéndome aburrido enormemente con la última entrega de Sorrentino, esa infame Un lugar donde quedarse, imagino que me sentía a la defensiva. Y me pareció sobrecargada, habitada por una fauna de personajes esperpénticos cuya lúdica existencia me daba igual y situaciones agotadoramente caricaturescas, con una intensidad molesta. Y supuso una decepción particularmente lamentable para mí, ya que me habían gustado mucho Las consecuencias del amor e Il divo, dos muestras de una forma de contar historias tan insólita como poderosa.
Pero retorno a ella en Madrid, a las 10 de la mañana, con la sala para mí solo. Por si acaso, porque me quedó la sensación de que la había visto un poco abotargado. Y noto desde el principio el enganche que me provoca el fastuoso lenguaje visual de la cámara de Sorrentino retratando con originalidad lugares y personajes de la Roma matinal. El resto está dedicado a la noche y al amanecer. El protagonista, un profesional del cinismo y del hastío lujoso, vive su frívola existencia cuando llega la oscuridad y duerme de día. Cuando era joven escribió una novela que ha perdurado, pero que aparentemente también le dejó seco. Desde entonces, este dandy que no exterioriza emociones, o cree que estas ya solo forman parte de su juventud, ejerce de cronista mundano, rodeado de friquis millonarios, observando el mundo con gesto elegante desde una terraza enfrente de un Coliseo fantasmal, visitando acompañado de velas los palacios más antiguos y hermosos de Roma, de fiesta en fiesta, soltando vitriolo o irónica comprensión por esa boca a la que siempre acompaña una copa y un cigarro, descubriendo en paseos solitarios al filo del amanecer rincones y momentos dotados de una extraña belleza y de un lirismo transmisible.
Lo que en una primera visión me amodorraba o me irritaba ahora me resulta magnético. Las imágenes están reñidas con lo convencional, el tono esperpéntico adquiere sentido, la música está admirablemente utilizada, el permanente juego de máscaras no es gratuito, esa catarata de imágenes hipnóticas pueden fascinar a la retina. Sorrentino también dispone, como es habitual en casi todo su cine, de un actor admirable llamado Toni Servillo, un tipo que se mueve con idéntica veracidad y fuerza en la sátira y en el intimismo. No me voy a arriesgar revisando más veces La gran belleza. Por si acaso. Para proteger mi último recuerdo de ella.
Carlos Boyero 
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¿Qué perdemos al escoger un camino u otro en la vida? ¿qué se siente cuando uno ha comprendido hace mucho que escogió una opción equivocada? ¿qué nos queda cuando se esperaba alcanzar la gran belleza y dejamos perder la que ya habíamos conseguido? 
Nostalgia, melancolía, sufrimiento, hedonismo, ausencia, vacío, ironía, soledad… tantas cosas y muchas más, todas ellas en el rostro de Jep Gambardella, el personaje magistralmente pensado por Paolo Sorrentino y admirablemente interpretado por Toni Servillo.
El tandem Sorrentino-Servillo ya nos ha ofrecido creaciones admirables como la del contable de la mafia en “Las consecuencias del amor” o el Andreotti de “Il divo”, y esa química se mantiene y se engrandece a fuerza de mantener la fórmula en esta gran belleza. En la búsqueda de esa gran belleza vamos a ver lo mejor y lo peor del ser humano, desde las creaciones artísticas más deslumbrantes de una ciudad como Roma hasta las mujeres y hombres más estéticamente deseables de la noche romana, pero también lo falso de la belleza y el castigo de intentar permanecer siempre bello, aun a costa de cirugías y dinero.
Jep Gambardella es el Marcello de “La dolce vita” después de 40 años de vida regalada, fiesta permanente, alcoholismo controlado y lujuria al peso. Sólo los 15 minutos iniciales demuestran y ofrecen todo un catálogo de belleza y fauna humana. 
Abriendo con un plano en el que la cámara sobrevuela uno de los espacios monumentales de la ciudad, recreándose en el monumento, sus arcos, sus estatuas, uniendo a la belleza arquitectónica la belleza musical de un grupo de mujeres cantantes, hieráticas y al tiempo poseídas por el magnetismo de lo que están cantando (My heart’s in the Highlands), el sobrevuelo continua hasta la invasión, la ruptura de esa belleza permanente por la llegada del grupo de turistas, en este caso japoneses, y remarcado por una muerte, una persona muere pero eso no afecta a la belleza monumental. La siguiente escena, en ruptura abrupta con lo anterior, como muchas  otras de la película, comienza con una fiesta grandilocuente y hortera en una terraza de un edificio ocupada por gente guapa y vejestorios llenos de dinero, unos están por su atractivo sexual, otros por su atractivo económico. No estamos ante la belleza cierta, sino ante el catálogo de un jardín de las delicias, sexo en estado puro, drogas y alcohol, música monocorde e inarmónica retumbando y provocando el desenfreno, y en medio de todo ello, el 65 cumpleaños de Jep Gambardella, perdido y miserablemente melancólico en medio del baile multitudinario en su honor.
Gambardella es un señor de la noche, pero en su memoria guarda el recuerdo imborrable de una noche de verano, de un faro, una chica y un amor, ése fue el gran error del personaje, desaprovechar esa gran belleza, permitir que Silvia le dejara y dedicarse a un aparente mundo de lujo, con muchas puertas abiertas y muy pocas satisfacciones, en donde todo el mundo mantiene una careta puesta y tiene muy poco que ofrecer. Por eso las caminatas de Jep por Roma son rondas nocturnas o diurnas en permanente búsqueda, o en permanente reconocimiento de fracaso. Cruzarse con Fanny Ardant y reconocer otra belleza, adentrarse en las termas para sentir la inmensa soledad de su vida, recorrer las márgenes del río Tíber hasta acercarse al Castello Sant Angello, tan real todo como fantasmagórico, suspendido en un deseo de realidad idealizado que, choca frontalmente con el ocaso anunciado de una vida vacía, y provoca, tanto la visión de la película con una mueca de sonrisa cuasipermanente como la aparición del dolor emocional en cuanto la verdadera realidad te coloca en el punto de partida con todas las cartas jugadas.
En lo material, Jep ha conseguido la belleza, vive en un gran apartamento clásico con terraza enfrente del Coliseo, ahí organiza sus pequeñas reuniones decadentes donde no duda en contar las verdades de todos los presentes entre los que se incluye, en una gran escena de humillación, ajena, y propia, porque el mismo se identifica con lo dicho. Intenta agarrarse a la última oportunidad de vivir un amor de verdad, pero la muerte está presente a lo largo de la película como el epílogo definitivo a la belleza fugaz de la vida frente a la más permanente de la naturaleza y las artes. Su búsqueda está dirigida a la derrota, pero con una posibilidad de escape, llegada su edad puede decidir no hacer lo que no quiere, y eso es tanto como no querer ver las fotos desnuda de su última amante como recordar su infancia cuando alguien le llama Peppino.
Si las fiestas de La dolce vita o las reuniones de 8 1/2 , dentro de su decadencia y ruina moral, mantienen un cierto estilo, las de “La gran bellezza” terminan arrasadas por la estética berlusconiana y telecinquera de mujeres exuberantes, hombres con la líbido en la boca, colágenos y siliconas, bunga-bunga, diletantismo de opereta y mucho snob dispuesto a dejarse embobar porque en una performance una mujer se lanza de cabeza desnuda contra un pilar del acueducto y no mira, tan siquiera el acueducto romano. Por eso, si las comparaciones con Fellini pueden establecerse, y además no se ocultan, Jep escribió un libro en su vida y después se dedicó al periodismo de farándula, aparecen escenarios de las películas romanas de Fellini, enanos, cardenales mundanos, prostitutas de lujo y de las otras, chulos y puteros….. Sorrentino incorpora el daño añadido del mundo liberal que asola la vieja Europa, la belleza del viejo estilo, igual de decadente, enfrentada a la vulgaridad obscena de una belleza oficial inexistente dirigida por el dinero.
La ironía de la película alcanza a todos los estratos, a los corruptos con la detención de un vecino del inmueble de Jep que grita ser uno de los motores de la economía italiana y se encuentra entre los diez criminales más buscados, a la Iglesia permanentemente retratada o como un circo, o como un negocio, que no duda en aparecer como jerarquía en locales de moda o someterse a tratamientos de estética, al periodismo que ha decidido hacer noticia de lo barato a todos los niveles y no de lo importante, del mundo del arte moderno (espléndida la escena de la niña pintora) con el colofón del paseo nocturno por el interior de varios palacios romanos que guardan multitud de tesoros clásicos, la belleza preservada para el disfrute de unos pocos que, ni siquiera, son capaces de deleitarse con ello.
Jep tiene que enfrentarse al inminente ocaso y pérdida de atractivo, en el camino empiezan a morir las personas de su vida, y para ello dará una serie de consejos de comportamiento para emocionar a los asistentes y al mismo tiempo convertirse en el centro del espectáculo, la vida como una representación, lo que no podrá, sin embargo, es evitar terminar llorando de verdad ante las verdaderas pérdidas, pues envuelto en una dosis de inmunidad, ésta se revela falsa, pues las emociones fluyen por dentro, Jep, ¿quién te va a cuidar ahora?
A la historia y a las intrahistorias y metahistorias de esta película polifacética, amplia, enorme en sus caminos abiertos y sin cerrar, no puede dejarse de lado su enorme calidad artística en el tratamiento de las imágenes, los planos suaves y dulces que acompañan los paseos de Jep por Roma, con oscilantes y sugerentes, envolventes movimientos de cámara alrededor del personaje, por encima o a los lados, las ascensiones y descenso de esa cámara tratando a monumentos, música, personajes, situaciones en contraposición, sin previo aviso, con otra estética acelerada, nerviosa, sincopada, eléctrica del mundo moderno, del mundo de la noche y de la fauna de la noche en plena fiesta sin sentido.
Si el arranque es visualmente impactante, el final no lo es menos mientras progresan los títulos de crédito, un paseo en barco, que no vemos, por Roma, atravesando puentes y escenas cotidianas, hasta llegar al refugio vaticano del Castello, todo fluye con armonía y delicadeza, la belleza puede ser algo parecido. Si llega a su poder no duden en ver esta joya de cine europeo, quién sabe si se llegará a estrenar.
Miguel Ángel Martín Maestro


Dunque il cinema italiano è ancora in grado di far parlare di sé. La grande bellezza, l’ultimo film di Paolo Sorrentino, ha fatto discutere molti ma soprattutto ha fatto scorrere grandi quantità di inchiostro (reale e digitale), spesso a sproposito. 
Accompagnato da polemiche, peraltro cavalcate se non prodotte dallo stesso Sorrentino, circa una presunta incomprensione dell’opera in patria contro un innamoramento collettivo internazionale… sarà, ma le parole insultanti e decisamente sopra le righe dei «Cahiers» non segnalavano una simpatia per il regista e il suo film così generalizzata come da autoindulgenza segnalata… il film scritto da Sorrentino e Contarello è uscito da Cannes finendo immediatamente nelle sale italiane. L’eco di giudizi contrastanti giunto dalla Croisette si è amplificato in uno strabordante muro del suono (assai rumoroso) di valutazioni e considerazioni che hanno definitivamente conclamato la ricchezza di giudizi possibili su un film, ambizioso e (volutamente?) irrisolto.
Sulle pagine di «Rapporto Confidenziale», nei giorni passati, abbiamo pubblicato 3 riflessioni attorno al film, appassionate e illuminanti, ma che non potevano che essere in moderato o feroce disaccordo fra loro. Michele Salvezza lo fa "tirando in mezzo" Wittgenstein: «In arte è difficile dire qualcosa che sia altrettanto buono del non dire niente», Gabriele Baldaccini scomodando Fedro: «Nondum matura est, nolo acerbam sumere», Edoardo Deziani dando direttamente la parola al produttore del film: «Massì Paolo, tu sei bravo, ma sei giovane. Cioè, il tuo cinema è pornografia, pornografia delle immagini».
Quella che segue è una ricognizione nel mare della critica, italiana e (un poco) internazionale. Si avvisa il lettore che le frasi riportate sono unicamente degli "estratti" e che per la lettura completa degli articoli basterà seguire il collegamento alla testata a cui si fa riferimento.
Io, da parte mia, mi tengo fuori dalla mischia, osservo tutto divertito, cinico e distaccato, un po’ a la maniera di Jep, il protagonista del film, illudendomi d’essere davvero fuori da questa confusa confusione – che poi è solo un gioco (meritevole dell’intelligenza del divertimento).

• Roberto Silvestri per Il Ciotta Silvestri (21 maggio 2013):
«I cineasti extraromani che penetrano nella esiziale bellezza della città eterna e delle sue ‘gran dame’, rischiano la paralisi operativa creativa. Possono lasciarci le penne. Troppa crudeltà in questi spazi Borgiani e controriformati. Alcuni devono scappare. O trasfigurare, immaginare altro. Per questo ci vogliono subito antidoti, camere di decompressione. Magari pregando Luca Bigazzi di superare Woody Allen nel travestire Roma con un mantello di luce così rossodorata da trasformare in una bomboniera rococò perfino il bar di San Callisto, centro trasteverino odierno della laboriosa comunità cinematografara e degli ultimi frikkettoni. O schiaffandosi nelle orecchie simil-Bruckner o gregoriana a manetta via ipod come se fosse acqua santa.
I migliori abitanti di Roma, dice il luogo comune, sono sempre i turisti, vittime di un caos maligno millenario. Uno, giapponese, all’inizio de “La grande bellezza” (concorso) stramazza al suolo di fronte al panorama del Gianicolo, magari pensando al conto dell’ultimo ristorante. Sorrentino, invece, fa fronte. Un bel coraggio.»

• Roberto Manassero per doppiozero (2 giugno 2013):
«Questa volta Sorrentino ha allestito un mondo di ricchi (e quando nel recente cinema italiano è stato rappresentato in termini così chiari?) orribile e fagocitante, e l’ha trasformato in una trappola estetica che guarda agli anni Duemila come Liberace [si parla di Liberace, il pianista protagonista del film di Steven Soderbergh anch'esso in concorso a Cannes 2013, Behind the Candelabra; NdR.] guardava agli anni ’70: in quella trappola ci ha ingabbiato se stesso, il suo film, la sua visione del mondo e l’idea stessa di una città e della sua gente. Questa volta Sorrentino ha deciso non di rappresentare un mondo con il suo stile, ma di fare del suo stile un mondo decaduto, consapevole di quanto tutto ciò comporti in termini di compromissione e svilimento. Gli si può imputare di tutto, tranne di volersi nascondere.»

• Mariarosa Mancuso per il Foglio (25 maggio 2013):
«Discorsi in S. S come Sorrentino. Ai critici stranieri è piaciuto, siamo i soliti provinciali. Ai critici stranieri è piaciuto, sono i soliti provinciali. E’ un film kirkegaardiano. E’ un film céliniano. E’ un ritratto fedele della città eterna. E’ un ritratto fedele dell’Italia di oggi. E’ una metafora dei tempi decadenti che stiamo attraversando. Federico Fellini in la “Dolce vita” si affacciava alla balaustra per guardare giù. Oggi non c’è neanche più la balaustra, crollata anche lei. E’ un film crepuscolare (poi si capisce il giovane critico intendeva “decadente”). Salotti romani senza un frocio né un politico? La vera cena sull’Appia Antica delle signore arruolate come comparse – poi scomparse dal montaggio definitivo – era più divertente del film. Con mezz’ora di meno era meglio. Era meglio se lasciava i tre quarti d’ora tagliati. Perché inquadra a lungo la ciabatta della Santa e poi taglia Sabrina Ferilli e Carlo Verdone? Servillo è sempre Servillo. Ma se ha una sola faccia in tutto il film?»

• Jay Weissberg per Variety (20 maggio 2013):
«As with “Il Divo” and “This Must Be the Place,” Sorrentino continues to tackle major topics using an extraordinary combination of broad brushstrokes and minute detail. Passion via the intellect has become his trademark, well suited to this dissection of empty diversions, indulged in by latter-day Neros fiddling while Rome burns. The helmer also reveals his immersion in the great Italian cinema of the past, and even when every ingredient can’t be identified, the individual flavors will be familiar to most cineastes. A cameo by Fanny Ardant comes straight from Anna Magnani’s brief moment in “Fellini’s Roma,” informed by the heady perfume of that underrated muse Caterina Boratto. When Jep tells Ramona he’s taking her to a sea monster, images of the final sequence of “La dolce vita” spring to mind, just as a magician recalls the “Asa nisi masa” of “8½.”.
It would be wrong, however, to think of “The Great Beauty” as a work dependent on, rather than indebted to, these predecessors. The pic opens with a quote from Louis-Ferdinand Celine, “Our journey is entirely imaginary. That is its strength.” At the end, Sister Marie speaks of the importance of roots. Both concepts are key to the film; for Sorrentino, as for thousands of travelers and artists, the impossibly rich history of the Eternal City offers equal doses of imagination and solidity, her glories retaining the power to inspire and stupefy.»

• Boris Sollazzo per Blogo (20 maggio 2013):
«La grande bellezza è un’opera così ambiziosa che probabilmente il critico e lo spettatore, per giudicarlo, dovranno avere l’onere e l’onore di più visioni. Ma il sospetto è che quello che poteva essere un capolavoro, diventi solo un insieme di estemporanee intuizioni. Alcune geniali, spiazzanti, anche dolorose: le feste selvagge – prese di peso dall’immaginario Cafonal di Pizzi e D’Agostino – sono un musical assordante che inchioda una città alla sua bruttezza, insopportabile perché va a sporcare quei monumenti, quei panorami, quei percorsi segreti che Sorrentino si e ci concede per non schiacciarci sotto la grande bruttezza di (quasi) tutti i suoi personaggi. Il problema, però, è il coté umano e intimo, quello occupato dalla spogliarellista Sabrina Ferilli, Alice nel paese delle meraviglie che, pur volenterosa, soffre di un ruolo incompiuto, appena accennato e trascinato via, soprattutto nella sua fine.»

• Giona A. Nazzaro per MicroMega (30 maggio 2013):
«Regista d’attori e di movimenti di macchina, in Sorrentino vivono e resistono alcune delle migliori caratteristiche del cinema italiano di una volta e al tempo stesso, inevitabilmente, alcune delle contraddizioni odierne mai risolte. La grande bellezza, al di là, delle partigianerie che impediscono sempre di ragionare sullo specifico filmico, recupera da un lato la sensualità delle opere migliori di Sorrentino e dall’altro tenta di ricontestualizzare il suo respiro potentemente formalista che sovente entra in conflitto con la sua voglia di “dire”. Resta il fatto che La grande bellezza è uno dei pochi film italiani a grande budget che ha tentato di porsi il problema dell’oggi sia come discorso sulla forma (qualsiasi cosa se ne pensi) che come discorso vero e proprio (contenuto). Ovvio che ci siano delle frizioni; ovvio che non tutto torni; ovvio che il risultato inevitabilmente è imperfetto. Segno questo, a nostro sentire, che c’è vita.»

• Manuel Billi per gli Spietati (27 maggio 2013):
«La Grande Bellezza è la sintomatica conferma, e cristallizzazione, di una “tendenza” incapace oramai di occultare un’assenza di sguardo, di prospettive, non solo di risposte ma di domande. Potremmo chiamare questa tendenza “barocchesco”: un profluvio di movimenti di macchina e di effetti senza affetti, un bozzettismo avvilente, un grottesco che ottunde le asperità invece di potenziarle. Il grottesco pare oramai essere diventato il rifugio dei non umili peccatori della nostra cinematografia nazionale, il vuoto finto-pieno nel quale giace da qualche anno anche il cinema di Paolo Sorrentino.»

• Deborah Young per The Hollywood Reporter (21 maggio 2013):
«Given the undiminished stature of Federico Fellini, whose startling foresight is increasingly quoted in contemporary movies (Viva la liberta! is a recent example), it was inevitable that someone would think of remaking his masterpieces. Fortunately, director Paolo Sorrentino knows better than to imitate a giant, and The Great Beauty is more a reverent bow, picking up where La Dolce Vita left off 53 years ago. Perhaps not surprisingly, the eternal city hasn’t changed that much. Though Sorrentino’s vision of moral chaos and disorder, spiritual and emotional emptiness at this moment in time is even darker than Fellini’s (though Ettore Scola’s The Terrace certainly comes in somewhere), he describes it all in a pleasingly creative way that pulls 
audiences in through humor and excess. An overly indulgent running time undercuts some of the fun as the film wears on, but it should still score high with international audiences.»

• Rossella Catanese per alfabeta2 (7 giugno 2013):
«E il passato vivificante, che esorcizza il malessere esistenziale, è un altro motivo rubato a Fellini, come il «non ho niente da dire ma voglio dirlo lo stesso» di Guido Anselmi, protagonista di 8 e 1/2, che pervade tutto il film di Sorrentino senza però avere la stessa forza senza tempo. Se 8 e 1/2 è «un misto tra sgangherata seduta psicanalitica e un disordinato esame di coscienza in un’atmosfera da limbo» (F. Fellini), «una tappa avanzata nella storia della forma romanzesca» (A. Arbasino), «una costruzione in abisso a tre stadi» (C. Metz), qui c’è solo l’ombra di un autoritratto in forma fantastica. E non bastano un vestito bianco e il Panama del protagonista, né giraffe fenicotteri sul Colosseo, a creare il medesimo terremoto esistenziale.
E il film non solo resta lontano dalla forza espressiva di quella Babilonia postmoderna che è La dolce vita, ma diventa un irritante esercizio di esibizionismo compiaciuto. Ne La grande bellezza vengono a mancare proprio la radicalità del punto di vista, e quella ricerca stilistica personale che ha fatto la fortuna del cinema di Sorrentino.»

• Guido Reverdito per CineCriticaWeb (22 maggio 2013):
«La sua afasia letteraria – controbilanciata dall’incessante logorrea che caratterizza ogni personaggio attento a nascondere il proprio fallimento esistenziale dietro cortine di vacui monologhi travestiti da scambi di battute – è forse la chiave di lettura più autentica dell’intera operazione tentata da Sorrentino: ovvero quella dimostrare come l’Italia e gli italiani di quarant’anni fa fossero materia degna per un romanzo di analisi sociale, mentre la cafonaggine becera dei giorni nostri può essere all’altezza soltanto delle cronache del gossip, vera pietra tombale di ogni ambizione letteraria. Quando, alla fine, Gambardella incontra una santona centenaria la quale gli rivela che il segreto della vita è quello di non allontanarsi mai dalle proprie radici, soltanto allora sente rinascere dentro di sé l’ansia creativa. E non a caso sale su un traghetto e torna nel suo Sud alla ricerca in salsa vagamente proustiana di un passato incontaminato che possa sopravvivere se recuperato sulla carta e faccia da antidoto alle piaghe irriferibili del presente.»

• Florence Andoka per Independencia (4 giugno 2013):
«Courage, le meilleur est passé. Comment en sommes nous arrivés là ? La prophétie pasolinienne qui annonçait déjà les ravages de la société de consommation inscrivant la laideur dans les corps s’est réalisée. C’est même la société pharmaco-pornographique décrite par la philosophe Beatriz Preciado qui s’illustre ici. Chacun apparaissant transformé par la chirurgie esthétique, assujetti à une image idéale, devenue monstrueuse dans son incarnation. Toute activité artistique est tournée en dérision au même titre que les événements de la vie religieuse. Une enfant peintre prodigue, une sainte revenue d’Afrique et les mondains se pressent, ricanent. Le spectacle est partout, rien ne lui a résisté, mais chacun, Sorrentino en tête, y prend part sans entrain, conservant en lui la douce nostalgie d’une autre vie jamais vécue, d’un autre film jamais tourné.»

• Raffaele Meale per CineClandestino (21 maggio 2013):
«Diretto con mano ferma e facendo ricorso a un divertito abuso del grottesco, La grande bellezza è un inno disperato a Roma, alle sue miserie quotidiane, e allo stesso tempo un’ode al volto, alla ricchezza espressiva e alla straordinaria capacità attoriale di Toni Servillo, mattatore assoluto all’interno di un cast che comunque riserva sorprese a non finire. Verrà probabilmente messo alla berlina da buona parte della stampa, e c’è il rischio che anche chi lo apprezzi finisca per disconoscerne i reali meriti, ma La grande bellezza segna il ritorno di Paolo Sorrentino nell’empireo dei registi italiani contemporanei.»

• Serena Nannelli per il Giornale (25 maggio 2013):
«Più che una narrazione per eventi, il film è un affresco per immagini, molto realistico nella sua deformità. Ogni qual volta appare surreale o grottesco, si sappia che è invece quasi documentaristico. La durata eccessiva e priva di una trama vera e propria è funzionale a calare appieno lo spettatore in certe vite ostaggio della noia o di divertimenti forzati e senza scopo che molti si ostinano a invidiare. E’ un film a suo modo necessario perché indica nella grande bellezza del titolo l’unico vero rifugio a tanto infelice e sguaiato naufragio, indicando in attimi di purezza e magia, seppur inafferrabili e in perenne dissolvenza, l’antidoto alla fatica di vivere. Sono momenti che non si possono possedere se non rivivendoli poi nella mente col ricordo e che sono alla portata di chiunque riesca a fermarsi a respirare un po’ di autocoscienza.»

• Camillo De Marco per Cineuropa (21 maggio 2013):
«Questo vuoto che rappresenta ormai da tempo il crollo al rallenti del mondo occidentale, viene filmato da Sorrentino con lo stile che lo ha ormai reso noto al mondo, fatto di svelti piani sequenza interrotti da carrelli all’indietro, zoomate lunghissime, dolly vertiginosi, in un’instancabile e opulenta serie di sguardi alterati e calme visioni. È un itinerario vertiginoso che il regista napoletano propone allo spettatore con quella citazione iniziale dal Viaggio al termine della notte di Celine: "Viaggiare è molto utile, fa lavorare l’immaginazione, il resto è solo delusioni e pene. Il nostro viaggio è interamente immaginario, è là la sua forza". Come dire il cinema. [...]
Con La grande bellezza Paolo Sorrentino è costretto a fare i conti con La terrazza di Ettore Scola, in concorso a Cannes nel 1980 (premio per la migliore sceneggiatura) e con La dolce vita di Federico Fellini, Palma d’oro al festival nel 1960. Cinquant’anni sono troppi per tracciare paragoni ma è simile la capacità di rappresentare un segmento della società ed uno stato d’animo con una potente lente deformante e, allo stesso tempo, un eloquente realismo.»

• Alessandro Gilioli per l’Espresso (26 maggio 2013):
«Sia chiaro prima di tutto che ‘La grande bellezza’ non è «un film su Roma»: quella serve ai virtuosismi fotografici (a chi piacciono, a chi no), a far sfigurare l’ultimo Woody Allen (non ci voleva molto) e probabilmente ad altre minutaglie (i contributi degli enti locali, gli incassi nella capitale dove sta in 33 sale etc). Neppure è un film “felliniano”: anche questo serve solo a fomentare le inevitabili discussioni tra chi grida all’emulazione fallita, chi al plagio e chi alla grande citazione (che poi, chissenefrega).
E’ invece, imho, un film che – al netto della sbornia sensoriale – ci costringe a pensare a un tema abbastanza universale (la possibilità e il senso di una morale, oggi) e un altro più locale (l’Italia contemporanea disincantata e priva di qualsiasi afflato a migliorare se stessa). Il primo tema è il più forte. probabilmente.»

1 comentario:

  1. GRAZIE!!! Amarcord,interesante film de Sorrentino,obviamente,a años luz de LA DOLCE VITA del maestro con la que se la compara.

    Un abrazo y Buon Natale!

    Eddelon.

    Pd: Estupenda la felliniana musica del gran N. Rota que acompaña el blog.

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