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sábado, 8 de mayo de 2021

Il tunnel sotto il mondo - Luigi Cozzi (1969)


TÍTULO ORIGINAL
Il tunnel sotto il mondo
AÑO
1969
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Luigi Cozzi
PRODUCTORA
Alfredo Castelli
GUIÓN
Alfredo Castelli, Tito Monego, según el relato El túnel debajo el mundo (The Tunnel Under the World) de Frederick Pohl
FOTOGRAFÍA
Piergiorgio Pozzi
MÚSICA
Claudio Calzolari. La canción “Isabell” está compuesta por Claudio Calzolari y Luigi Cozzi
REPARTO
Alberto Moro, Bruno Salviero, Gretel Fehr, Isabell Karalson, Anna Mantovani, Lello Maraniello, Pietro Rosati, Ivana Monti, Luigi Cozzi…
GÉNERO
Ciencia ficción

Sinopsis 
Un hombre despierta todas las mañanas tras sufrir la misma pesadilla. En ella, alguien le dispara con un rifle desde la elevada torre de un reloj. Un día, mientras pasea por una zona apartada, un par de de individuos intenta atacarle cuando, por sorpresa, un extraño personaje abre fuego contra los asaltadores…
 
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Luigi Cozzi suele ser identificado como uno más de los muchos artesanos italianos que consagraron buena parte de su carrera a expoliar, con más cara que vergüenza, aquellos títulos que gozaban de una mayor popularidad en cada época. Pero a pesar de tener su parte de razón, dicha consideración no deja de ser tremendamente injusta. Cierto es que gran parte de su filmografía y, en especial, sus trabajos más recordados, surgieron al rebufo de sendos taquillazos de la industria hollywoodiense, pero no menos cierto es que el conjunto global de su obra goza de una marcada personalidad difícilmente hallable en otras carreras desarrolladas bajo similares circunstancias. Lejos del oportunismo que guió los pasos de la gran mayoría de sus colegas, la filmografía de Cozzi destaca por una homogeneidad derivada de un mismo denominador común, su reconocida cinefilia, auténtica razón de ser de su cine. Así, mientras sus congéneres se dedicaban a remedar cuanto blockbuster caía en sus manos, Cozzi se esforzaba por reformular un género tan agotado y en desuso como el péplum, sin por ello traicionar tanto su esencia como sus códigos; mientras gente como Bruno Mattei o Joe D’Amato se empeñaban en embutir sus imitativas propuestas del mayor número posible de referencias a otras cintas de moda, Cozzi se limitaba a homenajear a diversos clásicos del cine fantástico.

Buena muestra de la coherencia del discurso cinematográfico que recorre la obra de Cozzi está en la que sería su ópera prima como realizador, Il tunnel sotto il mondo (1969). Inédita en salas comerciales y apenas vista en su día en el Festival de Cine de Trieste, en un principio pudiera parecer una película bien alejada de los derroteros por los que luego transcurriría la trayectoria del trasalpino. No en vano, se trata de un film de corte experimental de menos de una hora de duración, cuya narración no lineal está desarrollada a base de diálogos-monólogos de contenido teológico y filosófico en torno al concepto del tiempo, de su subjetividad, y de su inexorable tiranía. Como se puede ver, una obra  no exenta de ciertas pretensiones autorales, tal y como revela el hecho de que el propio Cozzi desempeñe el papel del personaje que, en cierto modo, abre los ojos al protagonista de la historia.

Sin embargo, tras este sorprendente envoltorio se encuentra toda una declaración de principios en la que el novel cineasta aglutina sus principales inquietudes, entre ellas el cine y la ciencia ficción, disciplinas que ya por entonces se habían convertido en su medio de vida. Y es que a fecha de realización del título que nos ocupa, cuando tan solo contaba con veintidós años de edad, el futuro director de Starcrash, choque de galaxias ya tenía a sus espaldas una dilatada experiencia en ambos campos. Por un lado, había sido el fundador del primer fanzine italiano dedicado a la ciencia ficción, tanto en su vertiente literaria como cinematográfica, labor que le había abierto las puertas de las más prestigiosas cabeceras dedicadas al tema, entre ellas la mítica Famous Monster of Fimland, del desaparecido Forrest J Ackerman. Mientras que, por otro, esta faceta suya en la prensa escrita era compaginada con sus primeros trabajos para el medio audiovisual como ayudante de dirección de documentales y anuncios publicitarios. A la vista de todo este bagaje, resulta de lo más coherente que, para dar forma a este su debut, Cozzi escogiera llevar a la pantalla “El túnel debajo del mundo” (The Tunnel Under the World), relato corto de Frederick Pohl en el que, bajo las formas de una fábula futurista, el escritor norteamericano daba su particular visión del mundo de la publicidad, industria que, al igual que Cozzi, conocía de primera mano tras haber trabajado en ella algunos años.

Pero además de adelantar los dos temas sobre los que en mayor o menor medida pivotarían sus posteriores trabajos, en Il tunnel sotto il mondo se dan también otras de las aludidas características de la filmografía de Cozzi, como son sus guiños a otros trabajos por él admirados, si bien convenientemente adaptados al perfil de la propuesta. De este modo, si en títulos como Contaminación: Alien invade la Tierra o su díptico sobre Hércules su homenaje era para films como Drácula, príncipe de las tinieblas, Jasón y los argonautas o las adaptaciones que la Hammer realizara sobre el radiofónico Doctor Quatermass, en esta ocasión su tributo está dirigido hacia la nouvelle vague francesa y, en especial, a uno de sus principales artífices, Jean-Luc Godard, hasta el punto de que el actor elegido para dar vida al personaje protagonista de la cinta guarda cierto parecido físico con el director de Alphaville. Pero como ocurriría en posteriores ocasiones, las referencias manejadas por Cozzi no se limitan únicamente al denominado séptimo arte. No contento con adaptar el referido relato de Pohl, a lo largo del metraje el italiano da cabida a extractos de textos de otros ilustres autores literarios de ciencia ficción, entre los que se encuentra gente como Ray Bradbury. Con ello, Cozzi vuelve a conseguirlo una vez más, y lo que no sería más que una pequeña rareza, sin mayor aliciente que el imaginativo montaje de sus secuencias de transición, acaba por convertirse en un ejercicio de complicidad con el público o, lo que es lo mismo, una película hecha por y para aficionados.
José Luis Salvador Estébenez
https://cerebrin.wordpress.com/2010/05/10/il-tunnel-sotto-il-mondo/


Il tunnel sotto il mondo è una pellicola sperimentale che parte dal canovaccio di un bel racconto di Frederick Pohl e si dipana per strade tortuose nelle quali è facile smarrirsi. Il soggetto è scritto da Luigi Cozzi sulla base della storia originale che Pohl cede gratuitamente. Cozzi ha soltanto ventidue anni, lavora come giornalista, traduce da tempo romanzi di fantascienza e per questo motivo conosce Pohl che autorizza la realizzazione di un film ispirato al suo lavoro. Alfredo Castelli, oggi inventore di Martine Mystere e al tempo soggettista di Diabolik e di molti caroselli, lo sceneggia insieme a Tito Montego. Castelli è un altro giovane entusiasta della fantascienza e accetta subito la proposta di Cozzi cui è legato da rapporti di amicizia. Luigi Cozzi per il resto fa quasi tutto da solo e lavora persino al montaggio. Sergio Zaniboni si presta per alcuni disegni originali che ci portano nel mondo del fumetto erotico anni Sessanta. La fotografia di Piergiorgio Pozzi è ben fatta e realizza alcuni scorci interessanti sulla spiaggia e per le strade di una città innevata. Claudio Calzolari compone un’affascinante colonna sonora e scrive la poesia-canzone Isabell insieme a Luigi Cozzi. Gli effetti speciali sono realizzati dallo Studio Marosi e da Roberto Scarpa. Il film è girato interamente a Milano, in quattro mezze giornate, quasi clandestinamente, senza autorizzazioni, rubando le scene per strada. Gli attori sono scelti tra semisconosciuti che lavorano nella pubblicità, per la televisione e che provengono dal Piccolo Teatro. Cozzi non li può pagare, la produzione non ha soldi, direi quasi che non esiste, visto che produttore risulta il giovane Castelli.  Ivana Monti (la discepola del santone) è oggi uno dei nomi più noti della pellicola, visto che ha lavorato molto in televisione e in teatro, ma al tempo è solo una principiante. Alberto Moro, che interpreta almeno quattro ruoli, è un montatore di pubblicità milanese che non ha più fatto l’attore. Bruno Slaviero, Gretel Fehr, Isabell Karlsson, Anna Mantovani, Lello Maraniello e Piero Rosati completano il cast. Ne viene fuori una pellicola strana, a tratti assurda, priva di una vera trama soprattutto perché, come confessa lo stesso regista: “per fare un film che rispettasse l’idea di partenza occorrevano soldi e mezzi che noi non avevamo”. Cozzi e Castelli sono due ragazzi che debuttano e che provano a fare un film, come molti giovani registi di oggi che presentano le loro opere ai vari festival di cinema indipendente. E infatti Il tunnel sotto il mondo viene proiettato solo durante rassegne e festival ottenendo buoni successi. A Trieste vince il premio Astronave d’oro e al Filmstudio di Roma riceve molti apprezzamenti critici. La pellicola è il classico prodotto casalingo, arrangiata in economia dopo aver trovato a costo zero un operatore disponibile che possiede le cineprese adatte.

Luigi Cozzi dice: “ Il tunnel sotto il mondo è un film di avanguardia, ricco di riferimenti al cinema francese di rottura di Godard e di messaggi di condanna alla società consumistica, concepito più in ottica psichedelica che politicizzata” (Spaghetti Nightmares). Il racconto di Pohl è solo l’intuizione di partenza e prevede un uomo che si sveglia il 32 di luglio in una città senza presente e senza futuro, per vivere ogni giorno la stessa esperienza. Su questo canovaccio iniziale si innesta la polemica contro le grandi agenzie pubblicitarie che sfruttano esseri umani ridotti ad androidi. Cozzi attinge alla sua grande cultura letteraria in campo fantascientifico e inserisce nel film parecchie tematiche mescolate tra loro. Nella bella sequenza sulla spiaggia (notevole anche a livello di fotografia) scopriamo uno spezzone di dialogo preso  da Ray Bradbury. Ci sono poi lunghi dialoghi prelevati da Kurt Bonnegurd, mentre quello sul tempo che si svolge in mezzo alla neve (location affascinante e suggestiva) è tratto da Ballard, allora scrittore sconosciuto. La pellicola è in tutto e per tutto sperimentale e Cozzi deve ricorrere a molti artifizi per rendere accettabile il prodotto finale. Ci sono attori non pagati che danno forfait all’ultimo istante e mettono in crisi la già asfittica produzione. Cozzi non ci pensa due volte e interpreta uno dei personaggi creando l’artifizio di doppiarsi con voce femminile. Il regista confessa: “Ero così imbarazzato nelle vesti di attore che ho voluto spingere il mio imbarazzo ai limiti dell’assurdo, appiccicando al personaggio una voce femminile”. La pellicola è girata in  libertà partendo da un canovaccio di idea che viene modificato in continuazione. Lo spirito che anima regista e attori è molto underground, ma ancora oggi è proprio questo il suo strano fascino.  Cozzi e Castelli si rendono conto che per terminare il film nei tempi stabiliti e soprattutto spendendo la cifra stanziata, devono girare ciò che è possibile e non ciò che vogliono. E allora sono molte le scene che vengono inventate di volta in volta al posto di quelle previste, perché ci sono attori che non si presentano. La parte del santone in mezzo alla neve è una delle più interessanti, pure se lo spettatore attento nota subito che sia il santone che il nemico nazista sono sempre Alberto Moro (che fa pure il padre di Janet e il killer). Si deve fare di necessità virtù, la pellicola è condizionata da ciò che accade sul set, ma la voglia di fare cinema supera ogni difficoltà.

Il tunnel sotto il mondo è cinema libero che dà spazio alla fantasia sfrenata degli autori, impegnati a rendere un racconto fantascientifico che scena dopo scena si trasforma in un helzapopping psichedelico. La storia del personaggio che vive sempre lo stesso giorno è presentata con abbondanza di mezzi da Peter Weir in The Truman Show (1998) con Jim Carrey, ma non si deve dimenticare che l’idea originale è di Luigi Cozzi. Il nostro personaggio è il solo a rendersi conto che è sempre lo stesso giorno, un inesistente 32 di luglio (nel racconto di Pohl è il 15 giugno), mentre tutti gli altri vivono senza accorgersene.

Il doppiaggio del tutto fuori sincronia è una nota di stile del film anche perché non si tratta di vero doppiaggio. Non ci sono soldi per pagare i doppiatori. Cozzi studia l’escamotage di registrare una colonna sonora a vuoto e di realizzare il parlato in studio, leggendo le battute sopra le scene. Ovvio che risulta tutto pesantemente fuori sincronia perché i dialoghi vengono appiccicati sul materiale girato.  Questo che pare un difetto dovuto a mancanza di denaro diventa una cifra stilistica che realizza una caratteristica tecnica del film. Un’altra tecnica importante è l’uso della macchina a mano, oggi di gran moda,  alla quale si fa ricorso per motivi di pura economia. Non ci sono soldi per realizzare immagini fisse che necessitano di macchinisti, elettricisti, metri di binario, prove su prove e molto tempo. Le inquadrature statiche del film sono poche mentre si dà grande spazio alla macchina a mano e ai carrelli che si spostano. La povertà di mezzi diventa uno stile, basta vedere la scena della telefonata con la macchina a mano che si muove attorno alla cabina telefonica realizzando un ottimo effetto filmico. Il merito è di Piergiorgio Pozzi, abile operatore e responsabile di tutta la fotografia della pellicola.

Raccontare la trama del film è impossibile. Possiamo solo provare a dare rapidi flash delle idee più interessanti. È il 31 di luglio, un giorno che non esiste, e il protagonista si trova a vivere di continuo la stessa esperienza. Bruno si alza, fa le solite cose di sempre, fa colazione, va a lavoro, parla con un interlocutore misterioso della sua vita, del Natale, delle convenzioni borghesi e dei figli che preferisce non avere. Bruno vive situazioni ripetitive e la scena del killer che uccide è il leitmotiv che prelude sempre al suo risveglio. Da buon borghese parla del suo lavoro in termini positivi, ma poi si scopre che seleziona donne avvenenti per mandarle a letto con i clienti importanti della ditta. Bruno assume come hostess pure Isabel e vive con lei una breve storia d’amore, proprio sotto gli occhi del padre. Ma la trama non è la cosa più interessante, meglio parlare di un uso insistente della camera a mano che segue il protagonista nei suoi continui spostamenti. Appuntiamo sul nostro taccuino anche belle frasi a effetto come: “In una giornata d’autunno hai camminato a lungo fino a ritrovarti dove finisce il mondo e cominciano i sogni”. Non è poco e pure questo contribuisce a conferire una connotazione d’autore all’opera prima di Cozzi. Interessante anche la figura del Babbo Natale che insegue il perverso protagonista, salvato da Luigi Cozzi nelle vesti di attore con voce da donna. Ci sono parti di notevole suggestione psichedelica come la sequenza degli orologi che scandiscono il passare del tempo con un ticchettio ossessivo. “Il tempo odora di polvere, di orologi e di gente. L’aspetto del tempo è la neve che cade senza rumore in un bosco buio, sempre più giù, nel nulla”. Mica male questa parte di dialogo se si pensa che è solo l’intuizione di due ventiduenni. La sequenza sulla spiaggia è molto intensa e c’è pure un’ottima fotografia che ritrae l’Uomo di Marte mentre vede il sole morente e la gente carbonizzata. “Il tuo pianeta è stato distrutto.

Basta voler vedere lo sfacelo” dice. Pure qui abbiamo una trama fantascientifica che si trasforma in critica sociale. Un’altra parte, a dire il vero poco cinematografica, mostra il sermone del calcolatore che governa il mondo e che ha deciso di trovare Dio per studiare le sue mosse. Il calcolatore è ripreso con la camera fissa e nel suo parlare ci fa capire che ha deciso di anticipare e prevenire Dio. Il calcolatore dice di essere privo del libero arbitrio e si perde in sillogismi del tipo: “Faccio la volontà di Dio e sono santo, Dio è vicino a me, la mia mente è Dio, quindi devo conoscere me stesso per conoscere Dio”. Alla fine prevede un’epoca in cui Dio distruggerà gli uomini. Intanto l’Uomo di Marte si scopre vampiro e succhia il sangue di chi incontra sulla sua strada. Non uccide il protagonista perché gli rivela che lui è già morto. A questo punto entra in scena David, il santone che si lascia andare a un sermone e ha in mano un rullo con cui dipinge la neve di rosso. Ivana Monti è la discepola del santone e da queste poche scene fa intuire la brava attrice che diventerà. Il santone le annoda i capelli, la veste di un telo bianco, poi le salta addosso per possederla, ma non ci riesce. Arriva un nazista (sempre Alberto Moro) che uccide santone e discepola con una raffica di fucile. Annotiamo un dialogo suggestivo in mezzo alla neve tra il nazista e il protagonista. “Lei non è fatto per vivere nel mio mondo fatto di nebbia e di vento. A tutti sta mancando il tempo perché è il tempo che ci abbandona” conclude il nazista. Il finale è molto intenso e aumentano gli incubi del protagonista che sente sempre più i putridi odori della vecchia città, il fruscio dei topi e l’agonia di un mondo che muore. Il ripetersi ossessivo degli eventi di quell’impossibile 32 di luglio termina con la pallottola del killer che ha per destinatario il protagonista. La morte è la sua ultima azione.       
Gordiano Lupi
(tratto da Cozzi stellari - Il cinema di Lewis Coates, edizione in italiano e in inglese - Profondo Rosso - Roma, 2009)
http://cinetecadicaino.blogspot.com/2013/11/il-tunnel-sotto-il-mondo-il-debutto-di.html

 


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