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lunes, 22 de noviembre de 2021

Operazione paura - Mario Bava (1966)

TÍTULO ORIGINAL
Operazione paura
AÑO
1966
IDIOMA
Italiano e Inglés (Opcionales)
SUBTÍTULOS
Español y Portugués (Opcionales)
DURACIÓN
85 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Mario Bava
GUIÓN
Romano Migliorini, Roberto Natale, Mario Bava. Historia: Romano Migliorini, Roberto Natale
MÚSICA
Carlo Rustichelli
FOTOGRAFÍA
Antonio Rinaldi, Mario Bava
REPARTO
Giacomo Rossi-Stuart, Erika Blanc, Luciano Catenacci, Fabienne Dali, Piero Lulli, Giovanna Galletti, Giuseppe Addobbati, Mirella Pamphili, Micaela Esdra, Franca Dominici, Valerio Valeri
PRODUCTORA
FUL Films
GÉNERO
Terror. Intriga | Fantasmas

Sinopsis
Una mujer corre aterrorizada y finalmente se lanza contra una verja puntiaguda. Poco después, a la región llega un médico, requerido por el comisario, que efectúa la investigación de esa muerte; realizar la autopsia al cadáver y comprobar el motivo de la defunción. Pronto el galeno descubre el miedo que asalta a todos los habitantes del pueblo, aterrorizados por la maldición del espectro de una niña. (FILMAFFINITY)
 
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Once películas en tan solo seis años como director tenía ya en su haber Mario Bava (1914-1980) antes de rodar “Operazione paura”; quizás su mejor película y con seguridad la que con más exactitud sintetiza todo aquello (cualidades, peculiaridades e incluso defectos) que caracteriza a su cine. Entre ellas podemos encontrar no pocos hitos: dos obras maestras –“La máscara del demonio” (La maschera del demonio, 1960) y “Las tres caras del miedo” (I tre volti della paura/Les trois visages de la peur, 1963)–, otras dos que casi lo son –“La frustra e il corpo (Le corps et le vouet, 1963) y “Terror en el espacio” (Terrore nello spazio, 1965)”–, había inaugurado un género, el giallo, con “La muchacha que sabía demasiado” (La ragazza che sapeva troppo, 1962), y había incluso tocado el western, el peplum fantástico y el peplum “a secas”, casi sin despeinarse; todas ellas con una indiscutible pátina de autor.

Aunque inició su carrera como director cuando poco le faltaba para cumplir cincuenta años, su bagaje como operador de cámara, director de fotografía y encargado de efectos especiales le aportaban veinte años de andadura profesional previa que no parecen mala escuela antes de lanzarse a la aventura de dirigir. Hoy por hoy, bastan tres cortometrajes que nadie ha visto para que alguien confíe en ti, empezando por uno mismo, y te cargue con la (ir)responsabilidad de rodar una superproducción. Y así nos va.

Mario Bava, Riccardo Freda y Antonio Margheriti deben considerarse las mayores personalidades de ese gótico italiano –como se le dio en llamar– cuyo momento de puesta en marcha la mayoría de comentaristas convienen en atribuir a “I vampiri” (1957), de Riccardo Freda, donde Bava también intervino como director de fotografía y efectos especiales, participando además en la dirección de la parte final del rodaje, una vez surgieron diferencias creativas entre Freda y los productores. Tan sugestivo y excitante subgénero, por llamarlo de alguna manera, iba a coincidir en el tiempo con el mejor momento artístico de la productora británica Hammer, que iniciaba casi en las mismas fechas su período de mayor gloria con “La maldición de Frankenstein” (The Curse of Frankenstein, 1957), de Terence Fisher. Ambas corrientes cinematográficas –pues unidad y personalidad no les falta a ninguna de ellas– iban a revitalizar un género que había entrado en una etapa de cierta decadencia desde mediados de los cuarenta, y que pasó de estar un tanto dormido a convertirse en toda una explosión de color y frenesí; sin olvidar la exuberante capacidad crítica y subversiva de la que hizo gala entonces, sin que nunca antes ni después fuera a ser superada. Se trata de una fase que identificó definitivamente el auténtico potencial de un género, que encontraba de ese modo la manera de experimentar al máximo con sus todavía infinitas posibilidades y que, a través de la fantasía, conseguía estar unido como nunca antes a la realidad.

No hace falta que uno se considere demasiado exigente para concluir que la calidad de los argumentos no fue precisamente el punto fuerte de Bava. La complejidad de su puesta en escena, con la siempre elaborada fotografía como máxima expresión de ese esfuerzo y su mayor virtud, siempre contrastó con la sencillez argumental, que no dramática, de las historias que ponía en imágenes, que, salvo excepciones, bien pueden resumirse cada una de ellas en tres líneas, sin miedo a olvidar ningún detalle significativo. Otra cosa es la intensidad que denotan los sentimientos que recorren esas historias, siempre saturadas de pasión y zozobra.

Aunque los créditos relativos al libreto de sus películas suelen tener autoría compartida, en algunas ocasiones multitudinaria, son curiosamente aquellas en las que Bava figura también como guionista las que son consideradas como sus mejores películas. Las obras de Bava se escriben con la cámara, siendo esa belleza y sugestividad tan particular de sus imágenes –independiente al máximo de su soporte literario, por liviano que fuera y al que únicamente parece utilizar como pretexto con el que justificar con algo de coherencia lo que desea dibujar con su siempre extraordinaria iconografía–, no le quepa a nadie duda, aquello que ha hecho pasar al maestro de San Remo a la historia del cine. Pocos cineastas, por no decir ninguno, son, valga la redundancia, tan cinematográficos como Mario Bava. <El cine es forma no contenido>, defiendo siempre acaloradamente, y nadie como Bava ha sido capaz de materializar esa personal y discutible afirmación.

Aunque la deliciosa “Terror en el espacio” es también una de las cintas más significativas de Bava en cuanto a reflejar la esencia de su cine, que no una de sus mejores películas –aunque sobre gustos, ya se sabe–, a diferencia de “Operazione paura” aquella se ve más lastrada por la excesiva pobreza del argumento. En cambio, en el caso de “Operazione paura” se establece el equilibrio perfecto en cuanto a lo que un argumento con poca sustancia literaria en su superficie, que no en su profundidad dramática, puede ser sustentado e incluso trascendido por el desbordante empaque de una puesta en escena irrepetible. Aunque pudiera pensarse así, la plástica de Bava, al menos en esta oportunidad y en algunas otras, no es un fin en sí misma, sino que debiera interpretarse como una especie de ejercicio pictórico expresionista, como una forma extraña de utilizar el medio cinematográfico para experimentar con él, transformándolo en un modo de superar el estatismo del lienzo, dándole el dinamismo que sólo el cine es capaz de aportar con los recursos que atesora, liberando como resultado una obra híbrida, que no es ni lo uno ni lo otro, siempre subrayada por el recurso del sonido, tanto en su faceta musical como atmosférica. No en vano la original pasión de Mario, heredada de su padre Eugenio, era la pintura; que le llevó incluso a iniciar unos estudios de Bellas Artes que se vio obligado a abandonar cumplidos los veinte años de edad, ya casado, entregándose entonces a hacer sus pinitos en el mundo del cine junto a su progenitor, un auténtico pionero; en especial elaborando títulos de crédito y colaborando en la realización de los trucajes que le encargaban a su padre. La riqueza de las películas de Bava, con la que nos ocupa a la cabeza, no reside casi nunca en el interés de la historia, por bien trabada que estuviera, sino en las evocaciones tan intensas que despierta su contemplación y en el aprovechamiento que se hace de ellas como marco donde cultivar un ejercicio de creación de belleza y un fresco de emociones arrebatadas.

La producción de “Operazione paura” se iniciaba cuando Bava ya había realizado su mejor cine a ojos de muchos, por lo que ésta debe considerarse el más genuino y merecido colofón para una carrera que, aunque todavía iba a tardar unos diez años en terminar, no podía ya dar mejores frutos que los previos; con permiso de “Diabolik” (Diabolik, 1967), muy valorada por algunos pero que a mi no me hace especial gracia. Así, si el interés y la calidad de una película pudiera medirse –que no se puede–, la gráfica que obtendríamos, en una hipotética representación de su filmografía, tendría su pico más alto en esta “Operazione paura”.

 

“Operazione paura” cuenta la historia de una maldición. La pequeña hija de la baronesa Graps sufrió un accidente –fue atropellada por un caballo–, sin que ningún habitante de la villa acudiera en su ayuda. Tiempo después, ciertos días suenan las campanas de la iglesia y la difunta se aparece a aquellos a quienes la maldición dicta que terminarán suicidándose de forma truculenta. Una truculencia muy característica del cine italiano, no tanto latino, capaz de llegar a mostrar, como sucede en el peplum también de Bava “La furia de los vikingos” (Gli invasori, 1961), cómo una lanza atraviesa en el mismo envite a una madre y al bebe que protege entre sus brazos; algo impensable en una producción americana. Existe en la trama, por lo tanto, como justificación argumental definitoria y definitiva, un elemento tan mediterráneo como lo es la venganza, que unido al componente sobrenatural, pues es un fantasma quien busca satisfacción, recrea el poso ideal para un cuento de miedo. Si además el vengativo espectro es una niña, que tanto inspira pena su historia como aporta tenebrismo su presencia, y la falta de auxilio de los parroquianos parece esconder cierta revancha de clase –guante que recogerá la baronesa para darle un sentido a la maldición de dos direcciones–, los ingredientes para constituir el componente gótico está igualmente servido. El aspecto del fantasma de Melissa –interpretado de manera sorpresiva por un varón de nombre Valerio Valeri– influirá en cintas futuras de otros directores, como sucede en “Historias extraordinarias” (Histoires extraordinaires, 1968), concretamente en el episodio dirigido por Federico Fellini y titulado “Toby Dammit” que se integra en un conjunto de tres, o en “El resplandor” (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick. La baronesa, decrépita y vencida desde la muerte de su hija, malvive en una mansión convertida en ruina, entre polvo, telarañas y malos recuerdos, pero bien alimentada por el deseo de revancha, del que goza con cada nueva víctima. Una mansión que representa, como una segunda piel, la decadencia en que ha caído la aristócrata, escondiendo entre sus recias paredes, sus largos pasillos y las enormes estancias, el vivo reflejo de ese alma atormentada en que el destino la ha convertido.

Pero Bava no actúa de espaldas al género que le dará fama, y enriquece su aportación con ecos de la tradición en su talante más cosmopolita, tanto el que pertenece a los clásicos de la Universal como a la reinterpretación de aquellos que formularon las películas de terror que la  Hammer produjo desde finales de los cincuenta hasta los albores de los años setenta. Ninguna necesidad había de establecer referencias tan claras, pero lo que no se puede dudar es de su eficacia dramática –si se quiere aprovechada en una suerte de precoz exploitation– y de la predisposición que tan conocidas situaciones son capaces de engendrar en el espíritu del espectador, que a partir de ahí ya sabe a donde se le dirige y lo que cabe esperar de la propuesta que tiene delante. Me estoy refiriendo, sobre todo, a esos dos recurrentes pasajes, hoy ya clichés, que son la llegada en coche de caballos de un visitante hasta una población rural, retirada y apariencia inhóspita, a partir de la cual el cochero abandona su servicial disposición para comunicar al viajero que desde ese punto sus caballos no darán ni un solo tranco más. La segunda situación ocurre invariablemente a continuación de la anterior en casi todos los casos. El despistado trotamundos –aquí un doctor que viene a realizar la autopsia a la última de las victimas de la maldición– buscará refugio en la taberna del villorrio, sacudiéndose el polvo, la nieve o el frío del camino, esperando ingenuamente reconfortar el cansancio que sufren su cuerpo y su espíritu en la cálida compañía de los parroquianos del lugar. La bienvenida, como no, nunca será digna de ese nombre, y el recién llegado, sintiéndose como un intruso non grato, sólo encontrará displicencia y malas caras como recibimiento, sino directamente rechazo. Similar artimaña utilizaría con el mismo éxito John Landis en su estupenda “Un hombre lobo americano en Londres” (An American Werewolf in London, 1981). El viajero, en ambos casos, así como en sus antecedentes previos, antes de que la repetición se convirtiera en tradición, es miembro de una clase social alta, más por la capacidad intelectual que se le supone –pues suelen ser médicos o doctores en algún arte– que por el supuesto poderío económico que puedan detentar. Su llegada, por otro lado, simboliza el enfrentamiento entre la razón y la superstición, la confrontación entre lo terrenal y lo sobrenatural, el desnivel entre la realidad y la fantasía.       

Al igual que sucediera en el ciclo de terror que Val Lewton produjo para la RKO durante los años cuarenta, la atmósfera que recrea Bava en “Operazione paura” se asienta sobre una constante presencia de la naturaleza como fuerza viva dentro de la trama, con predominio del misterioso ulular del viento y de la desasosegante aunque romántica compañía de la noche como escolta inseparable. La naturaleza está así presente en todo momento como un protagonista más, influencia telúrica indisociable de todo el cine de Bava. No sólo de los hombres depende el transcurrir de su historia, y no sólo de los comportamientos humanos surge la tensión y el drama. Bava representa el entorno como un todo interrelacionado, expresionista, donde la atmósfera que recrea el paisaje no es más que un reflejo de aquello que sienten los personajes que lo habitan y alimentan, y que a su vez influye en los hombres desandando el camino. Así, imposibles escaleras de caracol, colores de pesadilla, oscuras esquinas y constantes neblinas configuran una escenografía dantesca, en ocasiones tan caligariana como el mejor cine mudo alemán de los años veinte. Bava no solo experimenta con los colores y la escena, sino que distorsiona tanto el tiempo, mediante la utilización de travellings circulares, por lo tanto sin fin, como el espacio, a cuyas reglas físicas desafía yuxtaponiendo dimensiones entre las que se mueve un mismo personaje; véase la carrera del doctor Eswai a través de las diversas e interminables estancias de la mansión de la baronesa, que como el Marty McFly de “Regreso al futuro” (Back to the Future, 1985, Robert Zemeckis) sufre esa desfiguración del tiempo y del espacio que le proporciona el dudoso placer de contemplarse a sí mismo. Bava, más unido a la pasión que a lo racional,  no duda en sacrificar la coherencia de las imágenes y la lógica del relato en favor de la sugerencia inacabable. Cine puro.     

Juan Andrés Pedrero Santos
http://elcinequenuncatedije.blogspot.com/2014/11/operazione-paura-mario-bava-1966.html

Rodada con un presupuesto exiguo que se acabó a las dos semanas de filmación y que obligó a técnicos y a actores a trabajar gratis para completarla, Operazione paura es uno de esos raros casos en los que las limitaciones de todo tipo obligan a un creador a dar todo de sí mismo y se acaba produciendo un milagro: una obra perdurable, rayana en la perfección, influyente y que consigue erigirse como una de las piezas clave de su género. Vergonzosamente inédita en España, Operazione paura no sólo es uno de los mejores trabajos de Mario Bava, sino de todo el cine fantástico europeo e incluso mundial. Y eso a pesar de que Bava tuvo que cargar con esas trabas presupuestarias que he citado antes y con alguna más de tipo mercantil: la obligación, por parte de los productores, de que la palabra "Operazione" figurara en el póster, ya que dos de las protagonistas femeninas de la cinta (Erika Blanc y Fabienne Dali) habían participado en eurothrillers de éxito que llevaban dicho término en sus títulos italianos o internacionales.

El guión de Romano Migliorini y Roberto Natale (con trabajo adicional por parte del propio Bava), después de un impactante prólogo que ya nos pone en alerta sobre lo que nos depara la película, nos presenta al Dr. Paul Eswai (Giacomo Rossi-Stuart) llegando a un perdido pueblo europeo del siglo XVIII que se ha quedado anclado en el pasado, donde ya apenas vive nadie y los pocos que quedan deben hacerlo bajo el asfixiante clima de terror que se respira por las tenebrosas calles del lugar. La truncada autopsia de una joven que ha muerto misteriosamente, así como la aparición (y posterior desaparición) de otros cadáveres, ponen al Dr. Esway en la tesitura de tener que investigar qué está ocurriendo en dicho paraje y por qué todos parecen creer ciegamente en la aparición del fantasma de una niña en busca de venganza.

Sin desvelar más de la trama, hay que reconocer que, de todos modos, la historia en sí no es el punto fuerte de Operazione paura, recogiendo constantes del terror gótico literario y plasmándolas en la pantalla con una capacidad brutal para la abstracción y el onirismo para luego caer en cierta precipitación durante el clímax final y sus explicaciones que, por comparación, hace que la cinta termine de una manera algo insatisfactoria. Pero, a pesar de esta pequeña tara, es imposible negar la importancia de la película para el cine de terror, influyendo visualmente en trabajos posteriores que no dudarían en tomar prestada su estética (El episodio Toby Damnit dirigido por Federico Fellini para el film colectivo Historias extraordinarias, de 1968) o algunos de sus recursos para causar pavor en el espectador (esa pelota que baja las escaleras y que fue usada por Peter Medak en la también imprescindible Al final de la escalera, de 1980). Operazione paura es sobre todo puesta en escena y atmósfera, de un modo incluso más paroxístico que otros de los trabajos más afamados del director, con una fotografía de Antonio Rinaldi (y de Bava, este sin acreditar) que utiliza la paleta de colores primarios para crear un ambiente totalmente absorbente e inquietante. Y, de paso, nos regala algunos instantes tan hipnóticos como esa escena en la que el personaje se persigue a sí mismo entrando y saliendo de la misma habitación en un bucle que parece no tener final y que, por un momento, consigue volarnos la cabeza. Como nuestras mejores pesadillas.

Pedro José Tena
http://www.retumbarama.com/2013/03/operazione-paura-id-mario-bava-1966.html

Es la misma idea de mi película, tal cual. Se lo dije a Giulietta Massina, y ella alzó los hombros con una sonrisa diciendo "ya sabes cómo es Federico".

Son palabras del propio Mario Bava cuando comprobó que Federico Fellini se había apropiado de una imagen creada en la mente del director en ‘Operazione paura’ (1966), la de la niña fantasma con la pelota, icono del cine de horror donde los haya. Una anécdota, entre otras muchas, que señala la importancia del que probablemente haya sido el director italiano más influyente de la historia, al lado de Sergio Leone. Bava alimentó los sueños cinéfilos de directores como Martin Scorsese, John Carpenter o Tim Burton.

El creador del giallo con ‘La muchacha que sabía demasiado’ (‘La ragazza che sapeva troppo’, 1963) volvió al género que precede al citado, el horror gótico, que durante finales de los cincuenta e inicios de los sesenta caminó de la mano con las producciones británicas que en la mítica Hammer se hacían al respecto. ‘La máscara del demonio’ (‘La maschera del demonio’, 1960), la ópera prima de Bava es el mayor exponente y una cinta cuya influencia aún hoy no se ha medido como debiera.

Al espíritu de la citada se vuelve en esta ‘Operazione paura’, probablemente el film de Bava con mayor número de problemas a la hora de filmación, y también en su distribución, pasando desapercibida en su propio país de origen y no estrenándose en países como el nuestro. Afortunadamente el paso del tiempo pone las cosas en su justo lugar. Estamos ante una de las maravillas de su autor, un prodigio que revela, una vez más, la gran mano de Bava para las atmósferas y el impresionante uso del color.

Una pesadilla...
Colaborando por primera vez que escritores nuevos —Roberto Natale y Romano Migliorini— Bava, que metió mano también en el guion del mismo modo que lo hizo en la fotografía en absolutamente todas sus películas, aún sin salir acreditado, nos ofrece una pesadilla que transcurre en una sola noche. La maldición que pesa sobre un pequeño pueblo debido a la muerte de una niña a la que nadie socorrió es la breve premisa de un film fascinante y en el que se mezclan elementos de brujería con supersticiones varias, amén de una atmósfera onírica ejemplar.

De hecho, Bava juega a la ambivalencia y la sugerencia —debería aprender ese tal Robert Eggers y su pequeña tomadura de pelo ‘La bruja’ (‘The Witch: A New England Folk-Take, 2015)— llegando hasta el paroxismo en una de las secuencias terroríficas mejor filmadas en una película así. A pesar de que las apariciones de la niña fantasma —interpretada por un niño— son inolvidables todas y cada una de ellas, el instante por excelencia, al menos para mí, es aquel en el que el protagonista se pierde en la vieja mansión.

Giacomo Rossi Stuart da vida al médico extranjero que llega al pueblo —otro nexo de unión con el mítico film protagonizado por Barbara Steele— indagará sobre las supersticiones del pueblo en la vieja mansión en la que las leyes físicas no tienen lugar. El instante del personaje corriendo de habitación en habitación —en realidad saliendo y entrando en la misma estancia— siendo perseguido por aquel al que persigue, y que no es otro que él mismo, escenifica, con un magistral uso del espacio escénico, la planificación y el color, prácticamente todo lo expuesto en un argumento sencillo, que no simple.

...inolvidable
El miedo a la identidad —reflejado también en uno de los personajes femeninos— y la tradición germánica del döppelganger conducen hacia el solipsismo más brutal en manos de Mario Bava con sólo la comentada secuencia. Su influencia llegaría hasta el blockbuster, siendo repetido en determinadas sagas, una de ellas de las sobrevaloradas hermanas Wachowski. En ‘Operazione paura’ Bava repite operación en la escalofrinte secuencia de la niña bajando las escaleras de caracol.

Un entramado laberíntico, donde las respuestas no tienen lugar, y que juega de forma asombrosa con el aire misterioso del film, manifestándose así el propio universo de Mario Bava en el fantastique como algo único en la historia del cine. Imágenes como la de una de las resucitadas en fuera de campo quedan grabadas en la retina, tanto por su ejecución como por el apoyo a la sugerencia pesadillesca del film; en este caso además es un autohomenaje que desarrolla por otros caminos.

Única, hermosa y terrorífica a partes iguales, de las pocas del autor que fue filmada en italiano —normalmente en muchas de las co-producciones italianas de la época, el idioma de rodaje era el inglés—, y que a día de hoy se descubre como una joya sin parangón. Bendito paso del tiempo, ese que se detenía en una de las mentes más creativas que el séptimo arte ha dado, provocando pesadillas tan reales como ‘Operazione paura’, por cierto un título horrible.

Alberto Abuín
https://www.espinof.com/criticas/anorando-estrenos-operazione-paura-de-mario-bava

La maledizione di Villa Graps

Un medico viene chiamato in uno sperduto paese dall’ispettore di polizia locale per eseguire un’autopsia sul cadavere di una ragazza morta in circostanze misteriose, ma al suo arrivo viene accolto con ostilità dai locali, che dimostrano subito di nascondere qualcosa. [sinossi]
Quando nell’estate del 1966 Mario Bava dirige Operazione paura nelle sale c’è ancora la sua rilettura delle avventure nordiche I coltelli del vendicatore, mentre di lì a pochi giorni – alla fine di luglio – verrà distribuito Le spie vengono dal semifreddo, comico di stampo parodistico con protagonisti Franco Franchi e Ciccio Ingrassia. Un periodo di superlavoro per il regista, che dopotutto delle sue ventitré regie ne porterà a termine dodici nei primi sei anni di attività, dimostrando di saper gestire con una certa velocità il set senza per questo dover venire meno alla cura formale che gli riconoscono anche i suoi fieri detrattori, i critici. Sul rapporto tra la critica italiana e il cinema di Bava si è scritto tanto, anche per esorcizzare l’impressione – basata su inequivocabili dati di fatto – che il motto “nemo propheta in patria” sia ben più che un modo di dire. Nonostante la copiosa produzione artistica anche per gli spettatori Bava è praticamente un perfetto sconosciuto, un po’ perché a volte ricorre allo pseudonimo anglofono John Old (o John M. Old) per firmare i film, secondo una prassi dell’epoca, e un po’ perché i suoi lavori, resi possibili da produttori occasionali e spesso improvvisati, non vedono garantita una distribuzione uniforme sul territorio nazionale. Molto spesso le pellicole di Bava finiscono nel girone – vagamente infernale – delle distribuzioni regionali, portate in sala in copie rattoppate. È davvero sorprendente paragonare l’elevata qualità artistica dei film del regista sanremese – anche nei passaggi più oscuri della sua filmografia si avverte un senso superiore della messa in scena, e del lavoro sulle luci e sui movimenti di macchina – con lo scarso riconoscimento che ottenne da tutte le categorie, partendo dai produttori per arrivare agli occhi del pubblico. Il tempo, almeno lui, è galantuomo.
Ad esempio per girare Operazione paura, che pure è oggi considerato uno dei suoi massimi capolavori, Bava dovette firmare un contratto con la sconosciuta F.U.L. Film, creata a quattro mani da Nando Pisano e dall’attore Luciano Catenacci, allora alle prime armi e destinato a diventare un caratterista piuttosto apprezzato e richiesto. Se si considera che quando avrà a che fare con un produttore importante come Dino De Laurentiis per Diabolik – il film più costoso che abbia mai diretto – non vedrà l’ora di terminare il lavoro, rifiutando a priori di partecipare a un eventuale sequel, si può forse comprendere come la penuria di fondi non rappresentasse il problema principale per Bava, desideroso di potersi occupare della regia potendo godere della massima libertà espressiva.

“Ogni sera, al calar del sole, sulle case di Karmingam scendeva la paura. La notte si popolava di ombre misteriose, e urla si levavano dalle strade buie. Qui capitò un uomo che non aveva paura. […] La paura, ai limiti della brughiera, aveva lo stesso passo inesorabile del destino, aveva lo stesso passo senza impronta dei fantasmi. Questa è una storia vera, accaduta molti anni fa. Cosa accade a Villa Graps? A Villa Graps c’è il terrore! Operazione paura è la storia di un mistero che si agita tra l’amore e le reazioni dell’odio. Operazione paura è la storia di un’indagine che scava nell’inconscio e affonda nel soprannaturale. Il mago del terrore ha realizzato per voi un film che non vi farà dormire”.
L’ampollosa voce che guida il ritmo del trailer dell’epoca, al di là delle ridondanze e delle ingenuità (“Operazione paura è la storia di un mistero che si agita tra l’amore e le reazioni dell’odio”, quasi degno del sibillino e sublime “Sono una medium inconscia” che pronuncia uno dei personaggi nel film e che sembra provocasse imbarazzo nella memoria di Bava, che qui risulta tra gli sceneggiatori), permette di cogliere alcuni moti produttivi e a loro modo perfino teorici. Innanzitutto l’ambientazione: seguendo i dettami del gotico anche questo film guarda alla Mitteleuropa, o magari ai Balcani, eppure il nome del paesino – il film fu poi girato a Calcata, arroccato sulla montagna di tufo che domina la valle del Treja; Villa Graps invece la si ricreò a Grottaferrata, una ventina di chilometri a est di Roma –, con il suffisso am o ham, sembra riferirsi a un territorio britannico, forse per far aderire alla storia gli appassionati seguaci delle produzioni Hammer. Lo stesso discorso vale per il riferimento alla brughiera, che fa correre subito la mente dalla parte dei Baskerville, o dell’Uomo Lupo. Davvero brillante, e degno del sarcasmo di Bava (non che il regista debba aver avuto a che fare con la messa in opera del provino o, come si direbbe oggi, del trailer), il riferimento a fumosi accadimenti reali, svoltisi “molti anni fa”. L’ambientazione, nei primi anni dell’Ottocento, è ovviamente difficile da derubricare a “molti anni fa”. Se il trailer gioca con lo spettatore, e con le sue aspettative, palesa però anche come il film sia costruito sulla percezione della paura, piuttosto che sulla paura stessa. Le lunghe ombre, i passi furtivi nella notte, elementi che partecipano a creare l’atmosfera, ma che non vanno al di là della pura inquietudine. Cos’è allora a far saltare il banco? Semplice, “il mago del terrore” che ha realizzato per gli spettatori “un film che non vi farà dormire”.

E Mario Bava mette a punto un’architrave visionaria stordente, che chiude in qualche modo con l’universo gotico che lui stesso aveva contribuito a codificare con La maschera del demonio per poi tornarvi a ragionare con I tre volti della paura e La frusta e il corpo. Negli anni successivi ci saranno vaghi rimandi al genere, sia ne Gli orrori del castello di Norimberga che nel folle Lisa e il diavolo – rimontato per volere del produttore Alfredo Leone nello squallido La casa dell’esorcismo, giustamente ripudiato dal regista –, ma il gotico riaffiorerà compiutamente solo in televisione, con La Venere d’Ille che Bava, prossimo alla morte, girerà a quattro mani con il figlio Lamberto traendo ispirazione dal racconto di Prosper Merimée. Operazione paura diventa dunque quasi una sorta di canto del cigno del gotico, e il regista lo affronta con l’intenzione di evitare di lasciarsi cullare dai cliché: le zoomate improvvise e gestite con una perfezione ammirabile sostituiscono i dettagli di mostri pronti a ghermire le prede, così come l’afflato romantico viene meno, ed emerge una riflessione solo all’apparenza banale sul subconscio, sul desiderio. Bava non ha alcuna intenzione di spaventare il proprio pubblico, ma vuole – questo sì – turbarlo. Per farlo ovviamente ricorre all’utilizzo dell’illuminazione, e alla costruzione dell’inquadratura, che rifugge sempre il senso classico per instillare negli occhi degli spettatori la deviazione dalla norma, l’ingresso in un territorio non protetto del fantastico e dell’ectoplasmatico. L’utilizzo del fantasma della bambina, che tanto fece parlare di sé per l’evidente “scippo” operato da Federico Fellini nel di poco successivo Toby Dammit, è sotto questo punto di vista non solo encomiabile, ma perfino teorico. Di fatto la bambina non agisce mai veramente, non uccide, non compie atti che non siano quelli di apparire dietro la finestra – a mo’ del vurdalak narrato in uno degli episodi de I tre volti della paura – o di far rotolare la palla. Il suo ruolo diventa attivo solo attraverso le angosce e le paure recondite tanto dei personaggi quanto degli spettatori stessi. Un ragionamento sui meccanismi stessi della paura che non è raro da rintracciare nelle opere di Bava, e che ben si lega alla sua tentazione per il nonsense, il calembour visivo, l’espressionismo pittorico e cinematografico.
Operazione paura è una vera e propria gioia per gli occhi, sia per l’utilizzo sempre emotivo del colore – pur meno ardito di opere precedenti, come per esempio Sei donne per l’assassino – sia per la capacità di rendere la desolazione di un villaggio permeato dall’idea e dall’odore della morte. Ma è senza dubbio nel segmento ambientato nella maledetta Villa Graps che Bava dà il meglio di sé, tra reminiscenze hitchcockiane (la scala a chiocciola) e quella straordinaria sequenza in cui Giacomo Rossi Stuart scopre di stare inseguendo se stesso. Un corto circuito spazio-temporale così potente da venire replicato da David Lynch nell’ultimo episodio della seconda stagione di Twin Peaks.

Raffaele Meale
https://quinlan.it/2019/12/27/operazione-paura/

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