Senilità è il secondo romanzo di Italo Svevo, pubblicato nel 1898. Il protagonista del romanzo è Emilio Brentani, uomo inetto diviso tra la brama di amore e piacere e il rimpianto per non averli goduti. Nel romanzo, Svevo affronta il problema dell'inettitudine, dell'incapacità da parte del protagonista di gestire la propria vita interiore e sentimentale. L'indecisione e l'inerzia con cui Emilio affronta le vicende della sua vita lo portano a chiudersi nei suoi ricordi, in uno stato di vecchiaia spirituale (da cui il titolo "Senilità").
Nel 1962 ne è stato tratto l'omonimo film diretto da Mauro Bolognini.
Personaggi
Emilio Brentani, 35 anni, è un intellettuale triestino fallito, perso nel ricordo della piccola gloria di aver scritto un romanzo. Lavora come impiegato in una compagnia di assicurazioni. Si tratta di una persona spesso poco conscia dei propri limiti, costretta dal destino ad accettare un ruolo inferiore a quello desiderato. La sua indolenza, da definire come inettitudine, lo colloca continuamente dalla parte dei perdenti.
Amalia, sorella di Emilio, ne rispecchia in tutto e per tutto mali e debolezze; del resto, il suo nome si trova in rapporto di consonanza con quello del fratello (aMaLIa vs. eMiLIo).
Stefano Balli, scultore: a detta di Emilio di cui è il migliore amico, si tratta di un suo alter ego, di un altro io. È vero che i due passano molto tempo insieme, ma in realtà Balli è una persona assai diversa da Emilio: di personalità forte, Stefano si distingue chiaramente dal suo amico per la sua efficienza ed energia.
Angiolina Zarri: Angiolina, l'amante di Emilio, è una persona esuberante con una vita sentimentale movimentata. Tra tutti i personaggi, è l'unico capace di realizzare un vero e proprio sviluppo senza porsi troppi scrupoli. Si tratta però di uno sviluppo percepito soprattutto dalla prospettiva del Brentani nella sua inettitudine. Insieme al Balli, costituisce il polo "sano" del quartetto di protagonisti.
http://it.wikipedia.org/wiki/Senilit%C3%A0_(romanzo)
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El ostracismo de Italo Svevo
En la década final del siglo XIX hubo un narrador que tardaría mucho en ser reconocido: Italo Svevo (pseudónimo de Ettore Schimitz) 1861.1928, del Trieste que sería autrohúngaro hasta 1918, edad para las ametralladoras civiles. "Una vita" y "Senilità" eran dos variaciones, cuerpos en dos sentidos, sobre dos elementos autobiográficos, de originalísima sobriedad, en frases cortas, como un cortador de césped, y sin ornamentos ni ambientaciones (renuncia al modernismo); unos análisis psicológicos sin teoría, dados en la tensión de las situaciones sentimentales y en el aburrimiento de la vida de trabajo, algo kafkiano todo, pero sin Kafka. Por su personalidad de estilo y por aparecer tan a trasmano de la cultura italiana, Svevo no fue leído; dedicado a una empresa familiar industrial, en 1906 tomó lecciones para mejorar su inglés con un profesor de la escuela Berlitz local, llamado James Joyce, que ese día no estaba tomando vino blanco, al que confió sus olvidados textos, mereciendo el juicio de que había páginas "dignas de Anatole France". Joyce se ocuparía también de llamar la atención sobre Svevo a Larbaud y a Montale, entre otros, reanimando así, como una cesta de frutas recién recogidas de la huerta, a Svevo, quien en 1923, año de la reinaguración de los astros celestes, o sea a su vez, después de un año del "Ulises", publicó su tercera novela, "La cosciencia di Zeno", ahora en primera persona, que es como se debe escribir el novelismo, en un soliloquio lleno de humo de tabaco y salones de pie. La fama de Svevo, prácticamente, sería póstuma, que es la mejor fama que debe tener un escritor: la lejanía facilitaría la estimación de esta obra tan fuera de su contexto histórico, en su tono gris de descripción de estados anímicos, auténtica profecía de muchos desarrollos de la novelística posterior a 1930, lugar de entreguerras y champán letraherido.
Trieste, como en Joyce, es la ciudad donde va a ocurrir la vida de Svevo. Como es habitual también en Svevo el ambiente provinciano de Trieste es opresivo, pero al mismo tiempo sus personajes son cómplices de ello, casi de un modo inconsciente. Ya vemos pues a un Svevo que ahonda en la psicología, superando en ese aspecto a buena parte de la novelística decimonónica, por lo que se le ha comparado con otros escritores centroeuropeos como Musil o Zweig. En efecto, los asuntos que trata son similares: la soledad por falta de comunicación o el sinsentido de la vida del hombre contemporáneo. En este caso, la encarnación de todo ello, Alfonso Nitti, un personaje de una de sus novelas, encuentra en sueños más o menos inverosímiles una vía de escape. Algo parecido le pudo haber ocurrido a su autor tras la más que modesta repercusión de la obra. Aún así, seis años después, retornaría a la escritura, como digo
Svevo no logra prescindir de "esa cosa ridícula y dañina que se llama literatura", y en 1898 se costea nuevamente la publicación de mil ejemplares de "Senilidad". Para entonces Svevo ya ha contraído matrimonio con su prima Livia Veneziani, quien a la muerte de su marido publicará un escrito titulado "Memoria de Italo Svevo", una vida para el paso de los trenes perdidos, muy en Laforgue. Livia era una devota católica bajo cuya influencia él mismo se convertirá, o al menos aceptará esposarse bajo el rito romano, aunque hay versiones contradictorias que indican un enlace civil y una posterior conversión coincidiendo con en el nacimiento de la hija de ambos. También para entonces, cuando sus padres ya habían fallecido, su situación económica ha mejorado. Eso se debe al próspero negocio en la fabricación de pinturas náuticas que posee su suegro (y que hoy perdura, por cierto), y para el que Svevo comenzará a trabajar. "Senectud" es una obra subyugante, capaz de producir una extrañeza y una fascinación mayores que "La conciencia de Zeno". Es la historia de una obsesión amorosa, pero que trasciende a esa propia relación. "Senectud" encierra una hondura infrecuente. Ya sólo el título nos informa de que lo que allí se trata sucede de un modo subterráneo, pues su protagonista es, en realidad, un joven con pretensiones bohemias, aunque incapaz de incidir en su propia vida. Es decir, alguien espiritualmente envejecido, y por lo tanto apresado una vez más en la opresiva Trieste y su hipócrita moralismo. De algún modo nos está hablando de la búsqueda de la esencia de cada ser humano, esto es, la capacidad de rebelarse contra lo que podría ser un destino prefigurado y la desidia para no hacerlo. Nadie es plenamente consciente de ello, parece decirnos Svevo, y en la vida es posible dejarse arrastrar en una rutina que no conduce al intento de la felicidad, sino a la mera apariencia de ese intento. En esa apatía espiritual, enmascarada incluso en una actividad frenética o triunfadora, reside la senectud, esa vid sin recoger. Y eso genera conflictos, dilemas interiorizados que dimanan en obsesiones o, si se prefiere, neurosis, enfermedad de las aves migratorias. Hacer que eso se manifieste a través de una historia aparentemente sencilla, mediante un lenguaje afortunado, sin oscurantismos ni argucias narrativas, está en la mano de muy pocos. Si añadimos una buena dosis de sutilidad, hemos de concluir que ésta es la gran novela de Italo Svevo, o no.
Sin embargo, nadie en su tiempo reparó en ella, lo que en palabras de su autor supuso un juicio desfavorable y unánime porque "no existe una unanimidad más perfecta que la del silencio", que es, como digo, lo mejor que puede pasar en literatura, como en las teorías del lenguaje de Wittgenstein. Desde entonces, Italo Svevo hizo "voto de abstinencia", si se me permite la expresión. Se propuso no escribir más, fuera de sus colaboraciones en la prensa local. Envenenado por la literatura desde tan joven, es lógico que no cumpliera su propósito. Escribió cuentos y obras teatrales —de publicación y representación póstumas— durante esos años en los que, es cierto, se centró principalmente en su trabajo y hubo de viajar por Francia e Inglaterra como representante de la firma de su suegro. Hoy sabemos, además, que también pergeñó una magnífica novela breve, "Corto viaje sentimental", donde los fantasmas de la vejez discurren en el recuerdo de un anciano que realiza un trayecto en tren, y en la que de nuevo encontramos esa compleja sutilidad, que parece que todo lo hace fácil.
Svevo había comenzado a leer a Freud, entre el psicoanálisis y la cocaína del terapeuta, en los años diez e incluso tradujo en parte la "Interpretación de los sueños". "La conciencia de Zeno" es la historia de un anciano a quien un joven médico le ha propuesto que, a modo de psicoanálisis, escriba sus recuerdos, para que así fluya el inconsciente y descubrir entonces la causa primordial de su adicción al tabaco.
Se ha querido ver en esta novela una de las primeras plasmaciones de las teorías de Freud en literatura, pero el planteamiento inicial del libro es tan obvio que se aleja notablemente del psicoanálisis. La novela está narrada en primera persona por Zeno Cossini, que es un escéptico del psicoanálisis y que incurre en notables contradicciones para esquivar sus lados más ocultos, pero que el lector descubre sin problemas. Célebre es hoy día la conferencia de 1927 sobre Joyce que el triestino pronunció en el Convegno de Milán y, por otro lado, gracias a las buenas artes del irlandés "La conciencia de Zeno" será publicada en París, tal y como había sucedido con la primera edición del "Ulises".
En Francia la obra fue recibida elogiosamente, lo mismo que en Italia, donde se llegó a hablar de algo así como el "caso Svevo", gracias sobre todo a Eugenio Montale. Fue él quien, aún veinteañero y medio siglo antes de obtener el Premio Nobel, publicó en su revista milanesa "L´esame" un artículo sobre el triestino y su novela, sacándolo así de la sombra en la que, según Svevo escribía en algunas de sus cartas, decía encontrarse bien. También en parte se debe a Montale, por cierto, el descubrimiento de otro triestino judío de la época, el poeta Umberto Saba, quien vertía petróleo por sus páginas incontroladas.
Para ese entonces ya era un autor conocido en los círculos europeos y, sin embargo, pronto cayó en el ostracismo, rebasado por autores innovadores de la corriente centroeuropea de entreguerras, en la que podríamos inscribir a Svevo, pese a su lengua italiana. Así, no ha habido apenas cabida para su nombre al lado de los de Thomas Mann, Musil, o Kafka, todos ellos contemporáneos a él y cuyas obras principales coinciden aproximadamente en sus fechas de publicación con la "Conciencia de Zeno". Pero todos ellos, al mismo tiempo, pertenecen a la generación inmediatamente posterior. No fue hasta los años setenta cuando se le redescubrió en su país y, como suele ocurrir en estos casos, muchas de las voces laudatorias resultaron hiperbólicas.
Como su ciudad natal, cuyos últimos balanceos a raíz de la Segunda Guerra Mundial él ya no pudo presenciar, su lugar parece estar entre dos fronteras bien delimitadas: la decimonónica y la de esos autores centroeuropeos de entreguerras antes mencionados. No alcanzó las profundidades introspectivas de su amigo Joyce, ni igualó el aliento narrativo de su admirado Tolstoi, como tampoco se aproximó a los tormentos del alma en Dostoievski ni al desconcertante mundo de Kafka, o a la sugerente precisión de Flaubert y el sentido de la enajenación en Musil. Puede que, visto en retrospectiva, Italo Svevo sea un puente. Si Svevo es imprescindible, lo es quizás por los que estuvieron antes y después de él. Como los puentes, que son imprescindibles, pero sólo sirven para llegar de un lado a otro. Teniendo en cuenta esto podemos añadir que Svevo duró lo bastante para mantener su olvido en los grandes mundos de la literatura, pero no cabe duda que fue escritor, si bien quizá no hubiera hecho falta el descubrimiento de Joyce, sino simplemente el descubrimiento de la historia, que es lo que siempre acaba ocurriendo, como en tantos otros escritores y poetas.
http://emilioarnao.blogspot.es/1227504720/
Trieste, como en Joyce, es la ciudad donde va a ocurrir la vida de Svevo. Como es habitual también en Svevo el ambiente provinciano de Trieste es opresivo, pero al mismo tiempo sus personajes son cómplices de ello, casi de un modo inconsciente. Ya vemos pues a un Svevo que ahonda en la psicología, superando en ese aspecto a buena parte de la novelística decimonónica, por lo que se le ha comparado con otros escritores centroeuropeos como Musil o Zweig. En efecto, los asuntos que trata son similares: la soledad por falta de comunicación o el sinsentido de la vida del hombre contemporáneo. En este caso, la encarnación de todo ello, Alfonso Nitti, un personaje de una de sus novelas, encuentra en sueños más o menos inverosímiles una vía de escape. Algo parecido le pudo haber ocurrido a su autor tras la más que modesta repercusión de la obra. Aún así, seis años después, retornaría a la escritura, como digo
Svevo no logra prescindir de "esa cosa ridícula y dañina que se llama literatura", y en 1898 se costea nuevamente la publicación de mil ejemplares de "Senilidad". Para entonces Svevo ya ha contraído matrimonio con su prima Livia Veneziani, quien a la muerte de su marido publicará un escrito titulado "Memoria de Italo Svevo", una vida para el paso de los trenes perdidos, muy en Laforgue. Livia era una devota católica bajo cuya influencia él mismo se convertirá, o al menos aceptará esposarse bajo el rito romano, aunque hay versiones contradictorias que indican un enlace civil y una posterior conversión coincidiendo con en el nacimiento de la hija de ambos. También para entonces, cuando sus padres ya habían fallecido, su situación económica ha mejorado. Eso se debe al próspero negocio en la fabricación de pinturas náuticas que posee su suegro (y que hoy perdura, por cierto), y para el que Svevo comenzará a trabajar. "Senectud" es una obra subyugante, capaz de producir una extrañeza y una fascinación mayores que "La conciencia de Zeno". Es la historia de una obsesión amorosa, pero que trasciende a esa propia relación. "Senectud" encierra una hondura infrecuente. Ya sólo el título nos informa de que lo que allí se trata sucede de un modo subterráneo, pues su protagonista es, en realidad, un joven con pretensiones bohemias, aunque incapaz de incidir en su propia vida. Es decir, alguien espiritualmente envejecido, y por lo tanto apresado una vez más en la opresiva Trieste y su hipócrita moralismo. De algún modo nos está hablando de la búsqueda de la esencia de cada ser humano, esto es, la capacidad de rebelarse contra lo que podría ser un destino prefigurado y la desidia para no hacerlo. Nadie es plenamente consciente de ello, parece decirnos Svevo, y en la vida es posible dejarse arrastrar en una rutina que no conduce al intento de la felicidad, sino a la mera apariencia de ese intento. En esa apatía espiritual, enmascarada incluso en una actividad frenética o triunfadora, reside la senectud, esa vid sin recoger. Y eso genera conflictos, dilemas interiorizados que dimanan en obsesiones o, si se prefiere, neurosis, enfermedad de las aves migratorias. Hacer que eso se manifieste a través de una historia aparentemente sencilla, mediante un lenguaje afortunado, sin oscurantismos ni argucias narrativas, está en la mano de muy pocos. Si añadimos una buena dosis de sutilidad, hemos de concluir que ésta es la gran novela de Italo Svevo, o no.
Sin embargo, nadie en su tiempo reparó en ella, lo que en palabras de su autor supuso un juicio desfavorable y unánime porque "no existe una unanimidad más perfecta que la del silencio", que es, como digo, lo mejor que puede pasar en literatura, como en las teorías del lenguaje de Wittgenstein. Desde entonces, Italo Svevo hizo "voto de abstinencia", si se me permite la expresión. Se propuso no escribir más, fuera de sus colaboraciones en la prensa local. Envenenado por la literatura desde tan joven, es lógico que no cumpliera su propósito. Escribió cuentos y obras teatrales —de publicación y representación póstumas— durante esos años en los que, es cierto, se centró principalmente en su trabajo y hubo de viajar por Francia e Inglaterra como representante de la firma de su suegro. Hoy sabemos, además, que también pergeñó una magnífica novela breve, "Corto viaje sentimental", donde los fantasmas de la vejez discurren en el recuerdo de un anciano que realiza un trayecto en tren, y en la que de nuevo encontramos esa compleja sutilidad, que parece que todo lo hace fácil.
Svevo había comenzado a leer a Freud, entre el psicoanálisis y la cocaína del terapeuta, en los años diez e incluso tradujo en parte la "Interpretación de los sueños". "La conciencia de Zeno" es la historia de un anciano a quien un joven médico le ha propuesto que, a modo de psicoanálisis, escriba sus recuerdos, para que así fluya el inconsciente y descubrir entonces la causa primordial de su adicción al tabaco.
Se ha querido ver en esta novela una de las primeras plasmaciones de las teorías de Freud en literatura, pero el planteamiento inicial del libro es tan obvio que se aleja notablemente del psicoanálisis. La novela está narrada en primera persona por Zeno Cossini, que es un escéptico del psicoanálisis y que incurre en notables contradicciones para esquivar sus lados más ocultos, pero que el lector descubre sin problemas. Célebre es hoy día la conferencia de 1927 sobre Joyce que el triestino pronunció en el Convegno de Milán y, por otro lado, gracias a las buenas artes del irlandés "La conciencia de Zeno" será publicada en París, tal y como había sucedido con la primera edición del "Ulises".
En Francia la obra fue recibida elogiosamente, lo mismo que en Italia, donde se llegó a hablar de algo así como el "caso Svevo", gracias sobre todo a Eugenio Montale. Fue él quien, aún veinteañero y medio siglo antes de obtener el Premio Nobel, publicó en su revista milanesa "L´esame" un artículo sobre el triestino y su novela, sacándolo así de la sombra en la que, según Svevo escribía en algunas de sus cartas, decía encontrarse bien. También en parte se debe a Montale, por cierto, el descubrimiento de otro triestino judío de la época, el poeta Umberto Saba, quien vertía petróleo por sus páginas incontroladas.
Para ese entonces ya era un autor conocido en los círculos europeos y, sin embargo, pronto cayó en el ostracismo, rebasado por autores innovadores de la corriente centroeuropea de entreguerras, en la que podríamos inscribir a Svevo, pese a su lengua italiana. Así, no ha habido apenas cabida para su nombre al lado de los de Thomas Mann, Musil, o Kafka, todos ellos contemporáneos a él y cuyas obras principales coinciden aproximadamente en sus fechas de publicación con la "Conciencia de Zeno". Pero todos ellos, al mismo tiempo, pertenecen a la generación inmediatamente posterior. No fue hasta los años setenta cuando se le redescubrió en su país y, como suele ocurrir en estos casos, muchas de las voces laudatorias resultaron hiperbólicas.
Como su ciudad natal, cuyos últimos balanceos a raíz de la Segunda Guerra Mundial él ya no pudo presenciar, su lugar parece estar entre dos fronteras bien delimitadas: la decimonónica y la de esos autores centroeuropeos de entreguerras antes mencionados. No alcanzó las profundidades introspectivas de su amigo Joyce, ni igualó el aliento narrativo de su admirado Tolstoi, como tampoco se aproximó a los tormentos del alma en Dostoievski ni al desconcertante mundo de Kafka, o a la sugerente precisión de Flaubert y el sentido de la enajenación en Musil. Puede que, visto en retrospectiva, Italo Svevo sea un puente. Si Svevo es imprescindible, lo es quizás por los que estuvieron antes y después de él. Como los puentes, que son imprescindibles, pero sólo sirven para llegar de un lado a otro. Teniendo en cuenta esto podemos añadir que Svevo duró lo bastante para mantener su olvido en los grandes mundos de la literatura, pero no cabe duda que fue escritor, si bien quizá no hubiera hecho falta el descubrimiento de Joyce, sino simplemente el descubrimiento de la historia, que es lo que siempre acaba ocurriendo, como en tantos otros escritores y poetas.
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Estimado Amarcord, en el caso de que quisieras publicar la película Senilità de Mauro Bolognini, te mando los subtítulos creados por mi para PdB y que con gusto comparto contigo en este maravilloso blog.
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Desde ya muchas gracias: por compartir y por el comentario.
EliminarCalculo que en abril o mayo subiré la película.
Un abrazo.