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jueves, 9 de junio de 2011

La signora senza camelie - Michelangelo Antonioni (1953)


TÍTULO La Signora senza camelie
AÑO 1953 
SUBTITULOS Si (Separados)
DURACIÓN 105 min.
DIRECTOR Michelangelo Antonioni
GUIÓN Michelangelo Antonioni, Suso Cecchi d'Amico, Francesco Maselli, P.M. Pasinetti 
MÚSICA Giovanni Fusco
FOTOGRAFÍA Enzo Serafin (B&W)
REPARTO Lucia Bosé, Gino Cervi, Andrea Checchi, Ivan Desny, Monica Clay, Alain Cuny, Anna Carena, Enrico Glori, Laura Tiberti, Oscar Andriani
PRODUCTORA Coproducción Italia-Francia
GÉNERO Drama | Cine dentro del cine

SINOPSIS Una vendedora, convertida en estrella de cine, se deja deslumbrar por un mundo lleno de promesas y emociones. Sin embargo, cansada de participar en películas de pésima calidad, reclama un papel en el que pueda consagrarse como actriz. (FILMAFFINITY)



Desde sus primeros fotogramas, se puede destacar la sensación de extrañeza y la personalidad que desprende La señora sin camelias (1953), segundo de los largometrajes realizados por el italiano Michelangelo Antonioni, tras su debut tres años atrás con Cronaca di un amore (1950). Y creo que esa singularidad proviene, fundamentalmente, de la simbiosis que se establece en el seguimiento de un argumento bastante ligado al cine popular italiano que se vení­a realizando en aquellos años, en su contraste con la mirada que el realizador ya empezaba a plasmar en su cine, y que muy pocos años después le llevaría a entronizarse como el adalid de la denominada “incomunicación” cinematográfica.
Es así­ como la película centra su radio de acción en el repentino lanzamiento cinematográfico que vive una joven empleada de una tienda de telas -Clara Manni (Lucia Bosé)-, a partir de su breve presencia en un film que le llevará a protagonizar una posterior película de consumo, que finalmente abandonará al casarse con uno de los productores del film -Gianni (Andrea Checchi)-. Este es un hombre maduro y al mismo tiempo bastante posesivo, que desea que la joven abandone el mundillo cinematográfico, dominado por los celos que le produce tener compartir un ser tan hermoso. Hasta tal punto llega esta obsesión, que llega a dirigir una película protagonizada por ella, basada en la vida de Juana de Arco, que se convierte en un enorme fracaso tras su presentación en el Festival de Venecia. Mortificada al conocer el alcance de este batacazo, Clara huirá del dominio de su esposo y mantendrá un romance con Nardo (Ivan Desny), un hombre bastante extraño que ejerce como cónsul, y que en el fondo y con maneras más sibilinas, no es más que la reedición de esa utilización que su mismo marido pretende con ella. Cuando conoce el alcance del entorno que le rodea, la joven atiende al consejo de un actor y se dedica a estudiar interpretación, rechazando guiones de producciones consumistas rodados en Cineccitta. En su oposición retorna con su marido -con quien desea formalizar definitivamente la separación-, para pedirle que la admita en el reparto de una pelí­cula que está rodando. Este le opone que el papel que le pedía ya se encuentra comprometido con una actriz norteamericana, lo que le llevará a nuestra protagonista adquirir conciencia de que jamás podrá llegar a status artístico que ella busca, teniendo que conformarse con ser una más de tantas “starlettes” que proliferaron en el cine italiano de aquel periodo desarrollista, aceptando su participación en uno de aquellos abundantes y populares “peplums” que ya entonces se rodaban en aquel país, bien firmados por realizadores autóctonos, o por veteranos hombres de cine norteamericanos que llegaban a Italia atraídos por productores que certificaban los bajos costes allí­ reinantes.
Es evidente que pese al ilustre equipo que participó en la elaboración del apartado argumental del filme, las mayores debilidades de este, varias décadas después, estriban en esa mirada aparentemente caracterizada en su dureza, pero en el fondo imbuida de cierta ingenuidad y un cierto atisbo de complacencia, que no deja de recordarnos ejemplos previos no muy lejanos como Bellissima (1951, Luchino Visconti). En esa visualización, no dejaremos de comprobar los tejemanejes de esos productores a los que el cine, en el fondo, no les importa nada, o ese director que, contra sus deseos, tiene que comulgar realizando películas de bajo presupuesto. Al mismo tiempo, al parecer el personaje principal de la película fue retomado tomando como base el lanzamiento de la entonces juvenil Gina Lollobrigida, y en sus imágenes no dejan de plasmarse lugares comunes del entorno de ese cine popular entonces tan floreciente, al menos en la cantidad de títulos de consumo realizados.
Pero junto a ello, La señora sin camelias deja ver de forma esporádica y con ocasional contundencia, la personalidad cinematográfica de su realizador. Y es algo que se manifiesta en ocasiones en forma de realidad paralela, por medio de una planificación basada en planos largos, muy meditados y con elaborados reencuadres, que no obstante, respiran una notable autenticidad. También la ofrece en esos exteriores tristes y lúgubres, caracterizados por calles lluviosas, o en las secuencias en las que la presencia del viento complementa el matiz dramático mostrado por sus personajes. Son instantes en los que destacan localizaciones urbanas caracterizadas por su impersonalidad y un extraño aire fantasmagórico, punteadas por paseantes y figurantes caracterizados por ese aire impregnado de alienación que los define como auténticos autómatas. En ese contexto, la lividez fotográfica proporcionada por la iluminación de Enzo Serafín, se aúna con las intenciones de un Antonioni que sabe definir con pequeñas pinceladas a personajes como los dos pretendientes de la protagonista. En primer lugar a quien de forma inconsciente se convertirá en su marido y, más adelante, a ese extraño personaje de Nardo -atención a la forma sibilina con la que describe extraños gestos con sus manos-, que en el fondo no considera a Clara como una conquista más. Todo ello tendrá su punto más álgido con las secuencias finales desarrolladas en Cineccitta, en las que la protagonista tendrá que enfrentarse a la realidad de su triste condición de fí­mera estrella debido a su belleza, teniendo que asumir la realidad de tantos y tantos aspirantes al mundo del cine, que deambularon por estos estudios mendigando papeles de extra, en un instante de concepción casi fantasmagórica.
Mezcla de cine popular y reflexión personal, La señora sin camelias demuestra que el cine de Antonioni encaminó desde sus primeros compases, unos senderos coherentes y valiosos, además de muy personales en la plasmación de su singular concepto de la sintaxis cinematográfica.



Cuando Lucía Bosé llegó a España traía dos perfiles a cuestas. Para unos, los más, era, sin duda, una de las tres alegres muchachas de la Piazza di Spagna. Pocos se acuerdan hoy (o tal vez sólo Javier Marías y Maruja Torres) de Cosetta Greco y Liliana Bonfatti: ella fue la única de aquel trí­o que perduró como actriz y se mantiene en el recuerdo de una generación, bajando las escalinatas, con el sol en la cara, en busca de Mastroianni. La otra imagen era tan atípica como adelantada a su época: la “antimaggiorata” selecta y elegante, el prototipo de la “actriz intelectual”, la atormentada Clara Manni de La señora sin camelias, que venía a rodar una película muy seria con Bardem. Poco después llegó el gran bombazo en todas las portadas, el paradójico baile de parejas, los titulares sucesivos: ¡Dominguí­n deja a Ava! ¡Bosé deja a Chiari! ¡Ava quiere a Chiari! ¡Bosé y Dominguín se casan! Una historia lejana, refrescada por la memoria portentosa del gran Enrique Herreros: “Apunta, chaval. La Bosé había sido Miss Italia a los 16 años, en 1947. Una belleza finísima, impresionante. Visconti la descubrió cuando trabajaba de dependienta en una confitería y se la recomendó a Antonioni, que en 1950 la pone al frente de su debut como director, Cronaca de un amore. Por esas fechas, Lucía y Walter Chiari son novios. En 1953, Ava llega a Roma para rodar La condesa descalza. Está viviendo su gran historia de amor con Luis Miguel Dominguín, pero Chiari la conoce y enloquece por ella. Ese mismo año, Lucía rueda con Antonioni La señora sin camelias, que se convierte en un gran éxito. Bardem ve la película y la contrata para Muerte de un ciclista. ¿Me sigues? En diciembre del 54, Dominguín conoce a la Bosé en una recepción de la embajada de Cuba. Un romance tan apasionado como rápido. En enero, Dominguín ya quería casarse con ella. Lucía le dijo que sí­ pero que esperasen a marzo, cuando acabara el rodaje. El torero viaja a Londres para decirle a Ava que se va a casar con la Bosé. Por una vez en su vida, Ava no monta una escena: le dice que está saliendo con Walter Chiari y quedan tan amigos, y siguen viéndose los tres, y a veces los cuatro, en Madrid”.
En sus memorias, Diva Divina, una Bosé más azulada que Leopoldito Alas cuenta que el torero la amó “durante tres días y tres noches, ininterrumpidamente” en una habitación del Castellana Hilton, y que se casaron en Las Vegas porque Dominguín no quería verse obligado a “invitar a medio país”. Mi historia favorita de ese romance me la contó Joaquín Jordá: “¿Sabes cómo se enamoró Lucía de Luis Miguel? Habían ido a cenar juntos durante el rodaje de Muerte de un ciclista (1955, Juan Antonio Bardem). Esa primera noche fueron a su hotel pero no se acostaron. Lucía tenía un dolor de cabeza terrible y le dijo que querí­a descansar. Luis Miguel se empeña en subir a la suite. Resulta que están abriendo una línea de metro junto al hotel, y la trepidación de las máquinas hace bailar la mesilla de noche. Lucía dice que ya no puede más, que ese ruido la va a volver loca. Entonces Luis Miguel le dice “no te preocupes”. Se sienta en la cama, coloca los pulgares en la mesilla, y se queda así­ toda la noche, a su lado. Cuando Lucía despierta, él sigue allí­. Y es cuando se da cuenta de que está enamorada, de que haría cualquier cosa por ese hombre”.
Jordá, Portabella y otros alegres muchachos de la Escuela de Barcelona me contaron muchas historias de Lucía Bosé. Fue musa de los “cineastas inquietos” de la época, algo así­ como la hermana mayor de Serena Vergano y la tía italiana de Geraldine Chaplin. Pere Portabella la conoció en su finca de Somosaguas, donde Ava pasó largas temporadas: “Se hicieron grandes amigas, iban juntas a muchos lados. Al bautizo de Antonio, el hijo de Lola Flores, por ejemplo. Lucía era tremendamente acogedora, cálida, una matriarca milanesa. Y a Ava le gustaba aquella vida informal, con charlas y espaguetis hasta las tantas de la madrugada. Nunca se hablaba, por supuesto, de su larga relación con el torero. De hecho, cada vez que Ava anunciaba su visita, Luis Miguel desaparecía por el foro. Por otro lado, Luis Miguel y Lucía ya comenzaban a estar bastante separados”.
A finales de los años 60, la Bosé rodó para Portabella la experimentalísima Nocturno 29 (1969, Pere Portabella), con -otra casualidad, Mario Cabré, el primer “amante torero” de la Gardner-, y luego Un invierno en Mallorca (1969, Jaime Camino) y volvió a ser Gran Dama Enigmática en Del amor y otras soledades (1969, Basilio Martín Patino).
Poco a poco, al correr de la nueva década, ese nuevo perfil viró hacia el gótico flamígero, facción Barbara Steele otoñal: primero inquietante madre de Ornella Mutti en La casa de las palomas (1972, Claudio Guerin),
aquel dramón casi mexicano de Claudio Guerín, y señorona espectral en Vera, un cuento cruel (1973, Josefina Molina). Ese mismo año, colofonazo: nada menos que la mismí­sima condesa Bathory en la inenarrable Ceremonia sangrienta (1973, Jorge Grau), todo un éxito de los cines de barrio con doble programa.
Y un triunfo personal, porque tiene su mérito pasar en un pispás de la “vampiraza” por antonomasia a “Milady Transición” con sede en Fuenterrabía, interrogada por Marsillach durante dos temporadas (76-77) en aquella marcianísima serie de TV llamada La señora García se confiesa (1976-1977).
Pero por aquellas fechas, aunque siguió haciendo cine -y TV: a destacar su trabajo como Marquesa del Dongo en la adaptación de La Cartuja de Parma de Bolognini (1981)- doña Lucía ya se había insertado plenamente en su antepenúltima encarnación: la Super Mamma del clan Bosé, sobre todo de Miguel.
http://www.claqueta.es/1953-1954/la-senora-sin-camelias-la-signora-senza-camelie.html

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