TÍTULO ORIGINAL
La ragazza di Bube
AÑO
1963
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Opcional)
DURACIÓN
106 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Luigi Comencini
GUIÓN
Luigi Comencini, Marcello Fondato
MÚSICA
Carlo Rustichelli
FOTOGRAFÍA
Gianni Di Venanzo (B&W)
REPARTO
Claudia Cardinale, George Chakiris, Marc Michel, Dany París, Monique Vita, Carla Calò, Emilio Esposito
PRODUCTORA
Co-production Italia-Francia; Compagnie Cinématographique de France, Sicilia Cinematografica, Ultra Film, Vides Cinematografica
GÉNERO
Drama | Crimen. Años 40
1963: Premios David di Donatello: Mejor producción
Discrepancias entre el tiempo de la ficción (1944-1948-1955) y el look de Claudia Cardinale. Peinado moderno, incluso más cercano a ciertos cortes de los 80 que de 1963, año de filmación de la película. Bellocchio rejuvenece de la misma manera a Mezzogiorno en Vincere. Ambos las transforman en heroínas adelantadas a su tiempo.
Punto de vista dominante de la mujer. Ecos atenuados de las películas post-neorrealistas de Rossellini con Ingrid Bergman.
Bobarismo de la protagonista, que va al cine a ver El puente de Waterloo, de Melvin Le Roy. Su decisión con respecto a Bube está relacionada con la idealización cinematográfica. También se deja entrever cierto bobarismo político: la idealización de la resistencia por parte del algunos miembros de ella y del pueblo. También se ocupa de mostrar el modo en que los poderes instrumentan el uso de esa idea de heroísmo.
‘Ergástula’ y ‘Rusia’ son asimiladas por la ignorancia del discurso de una adolescente en una línea de diálogo de un guión nada inocente.
Bube muestra siempre la pistola, pero es una seda. Esta interpretación es casi la descripción fenomenológica de la escena en que los protagonistas se ven por segunda vez.
CC hace de una chica de 16. Suele llevar medias negras bajas. Expresiones de su deseo sexual: usa el banco de la mesa como un sube y baja continuo la primera vez que Bube cena en la casa paterna; se bambolea en una silla como Henry Fonda en el porche de My darling Clementine cuando Bube la deja colgada yéndose intempestivamente en moto con un compañero de la resistencia. El deseo de CC es la fuente lumínica solar, casi quemada a veces, de la película.
La figura del padre, única viril a la vieja usanza entre los protagonistas masculinos, tiene mucho que ver en la decisión conservadora de la protagonista, pese a ser un comunista activo. Comunismo y progresismo aquí no van de la mano, pero la puesta en escena no lo evidencia con grosería.
La elección sentimental de la protagonista y el referéndum en la que Italia elige entre república y monarquía coinciden con elegancia dramática.
Los cines se llenaban para ver películas de EE.UU. y la gente se peleaba para sentarse en los asientos que quedaban libres. El primer plano significante de la escena en que esto sucede echa luz sobre la clase de hombre que es Stefano. El segundo plano de interpretación ilumina el poder cultural de Hollywood.
En la casa de Bube no hay padre. Por eso Bube está más necesitado de su futuro suegro que de CC, así como se adivina una relación de hermandad con el hermanastro de CC, gran personaje fuera de campo de la película. Cuando Bube está con CC suele tener las manos en los bolsillos o agarradas en la espalda, a diferencia de otros hombres, que hacen lo que sea por tocarla.
Stefano es incipiente novelista y poeta, más que probable alter ego de Carlo Cassola, autor de la novela original. Marc Michel lo encarna y este personaje se suma a su repertorio de hombres sensibles (Lola, de Jacques Demy), en otros casos mezquinos, delatores y cobardes (La evasión, de Jacques Becker), a menudo sexualmente ambiguos, nunca del todo masculinos.
La relación de CC con Stefano empieza y termina en la sala de cine. Esta última escena entre ellos ocurre mientras cierran el lugar, apagan las luces y retiran al fondo del plano un afiche de Las aventuras de Robin Hood.
Bube es George Chakiris, de West Side Story, musical paradigmático de una nueva figura masculina: joven, adolescente, sexualmente ambiguo. Extraña elección para el papel de un partisano, por más inseguro que sea el personaje debajo de la máscara de dureza que se impone. Es comprensible que cumpla el rol de objeto sexual para la mirada femenina. En una escena que recuerda las de Meryl Streep mirando a Clint Eastwood en Los puentes de Madison, CC se muerde el labio mientra mira a Bube durmiendo.
La película termina y lo más probable es que casi nadie recuerde el nombre del personaje protagonista, Mara Castelucci, opacado por el de la estrella, Claudia Cardinale, pero sobre todo por un guión que, desde el título, nos impide olvidar que esa chica no ha sabido, podido o querido hacerse un nombre propio.
https://www.hacerselacritica.com/la-ragazza-di-bube-de-luigi-comencini/
No siempre es imprescindible que las películas que forman parte de nuestra memoria cinéfila sean absolutas maravillas. A veces basta un solo plano, un diálogo, un tema musical o una interpretación para que a algunas les hagamos un pequeño sitio en nuestros recuerdos. En mi caso, una de ellas es La ragazza di Bube, adaptación de la novela de Carlo Cassola dirigida por Luigi Comencini, la historia de una muchacha llamada Mara a la que presta alma, corazón y vida Claudia Cardinale: un personaje, una actriz y un rostro que, como pocas veces, son toda una película, empezando por su título. Y no quiero decir con esto que Comencini -un buen director con alguna estupenda cinta en su filmografía como Todos a casa (Tutti a casa, 1960)- no pinte nada; pero sí creo que a la historia y al resto de personajes les falta fuerza y acaban diluyéndose ante la presencia de Mara/Claudia.
La alegre Mara, la muchacha de pelo corto traviesa y rebelde que se enamora de un forastero al que llaman Bube (un George Chakiris que dos años antes daba el pego bailando al ritmo de Shakespeare, pero al que aquí se le ven las costuras); la que lo mira mientras duerme aguardando pacientemente a que despierte; la que lo acompaña en su huida tras ser acusado de asesinar a un policía fascista…
La triste Mara, la que espera durante años que Bube salga de la cárcel; la que pasea de noche, bajo la luz de las farolas, junto a Stefano (Marc Michel), un escritor enamorado de ella al que acabará rechazando; la que, mientras viaja en tren para visitar a Bube, recuerda su historia al inicio del film…
A ambas, y a cómo las ilumina la espléndida fotografía de Gianni Di Venanzo, pertenecen todos y cada uno de los grandes momentos de la película, hasta el punto de que si hay en ella una historia de amor que realmente nos conmueve es la que vive la cámara con Claudia Cardinale.
https://cosasquehemosvisto.wordpress.com/2015/07/13/la-ragazza-di-bube-1963-de-luigi-comencini/
Sin dejar de reconocer la extraordinaria riqueza caracterizaba el cine italiano en la primera mitad de la década de los años sesenta, y de cuyo nivel medio se beneficiaba incluso la obra de realizadores por lo general dominados por una menor inspiración que en el de aquellos definidos por una obra o cualidades más evidentes, creo que no son motivos suficientes para dejar de apreciar la valía demostrada por un título tan escasamente referenciado como LA RAGAZZA DI BUBE (La chica de Bube, 1963). Adaptación de la novela de Carlo Cassola, forma parte del periodo más valioso en la trayectoria de Comencini, que dio frutos tan interesantes como TUTTI A CASA (Todos a casa, 1960) o A CABALLO DELLA TIGRE (1961). Al igual que en aquellos casos, la película buscar alternar –con un equilibrio magnífico- varias de sus cualidades más notables; la precisión como retrato individual, la sensibilidad del componente sentimental y el vigor del cuadro colectivo. Ese conjunto nos servirá inicialmente para describir la personalidad de la joven e inexperta Mara (una de las más completas interpretaciones de Claudia Cardinale), una muchacha que vive en una lejana localidad italiana, hija de un matrimonio en el que el padre se caracteriza por su apoyo a la resistencia en los tiempos de la liberación contra el yugo fascista en Italia. De repente conocerá al hosco Bube (George Chakiris), un joven y reconocido partisano que compartió la vivencia de la resistencia con el hermanastro de la joven, que ha venido a hablar con el padre de la muchacha. Entre ambos se producirá un encuentro revestido de frialdad –Mara es absolutamente inexperta en las relaciones amorosas, mientras que en Bube parece no haber un rincón para relación alguna, absorbido como está en su lucha reivindicativa-. Sin embargo, y pese a que el tiempo se cierne sobre la muchacha de forma inapelable, una inesperada carta de Bube le hará albergar esperanzas en este joven que desde el primer momento le ha fascinado. Poco a poco, por medio de tibias cartas llegadas de manera irregular y acompañadas de algunos regalos, entre ambos jóvenes se establecerá una cierta ligazón, que alcanzará un nuevo estatus al regresar este y prometerse ante la familia de la muchacha, obteniendo la aprobación de su padre. Se iniciará para ellos la verdadera vida en común, desprovista de todo afecto y desarrollada en el contexto urbano de la posguerra italiana. Sin embargo, cuando entre ambos realmente se atisba cierto rasgo de ternura, Bube protagonizará un episodio especialmente violento en que asesinará al pequeño hijo de un sargento. Los dos prometidos tendrán que separarse no sin antes vivir su primera noche de verdadera pasión, prometiendo Mara esperarlo pese a que este tendrá que residir forzosamente en el extranjero, hasta que una previsible amnistía pueda salvarlo de una condena segura con la llegada de la inminente República Italiana. La joven esperará su regreso sin saber noticias de él, trasladándose a la ciudad, en donde trabajará como lavandera, en medio de una existencia incierta y rutinaria. Una tarde, y en un encuentro propiciado por una de sus compañeras, conocerá a un joven de buenos modales –Stefano (el sensible Marc Michel)-, trabajador de una imprenta. Pese a sus reticencias a abrirse con el recién conocido, la sinceridad del muchacho muy pronto hará mella en ella, brindándole esa sensibilidad que estaba esperando largo tiempo, y que en realidad jamás Bube le había brindado. Stefano incluso le encontrará a la muchacha un trabajo en la imprenta en la que ejerce como linotipista, buscando un acercamiento con la joven e intentando con ello olvidar una frustrada relación amorosa. Poco a poco, Mara se abrirá a Stefano, reconociendo finalmente su amor hacia él, aunque en ese preciso momento vuelva a estar presente Bube, que ha regresado a Italia y ha sido apresado por las autoridades. Pese a sus renuencias a volver a verlo –reconociendo en ello la realidad de cumplir un sentimiento que en realidad en esos momentos desea dejar en el olvido, dando una segunda oportunidad a su vida-, el reencuentro con Bube en la prisión llevará a la muchacha la necesidad en mantener su promesa, a sabiendas que supone el único apoyo que el detenido mantiene. Se celebrará la vista, condenando a este a catorce años de prisión por asesinato, condena que Mara asumirá de mantenerse como la única esperanza de Bube, y aún a costa de sacrificar con ello su auténtica vida.
La valía de LA RAGAZZA DE BUBE hay que entenderla de manera muy especial en ese ya señalado marco de riqueza para el cine italiano –como uno de los vértices más rotundos existentes en las cinematografías europeas de aquellos años-. Hay que entender esa vitalidad a la hora de marcar unos equipos y marcos de producción que en nuestros días parecen casi pretéritos, forjando buena parte de los mayores éxitos de aquel tiempo. En los créditos del título que nos ocupa, encontramos nombres tan significativos como el productor Franco Cristaldi –posteriormente esposo de la propia Cardinale-, el operador de fotografía Gianni Di Venanzo –que ofrece una aportación de especial significación por medio de los matices de su magnífico blanco y negro-, la implicación como coguionista de Marcello Fondato –igualmente inserto entre los argumentistas de TUTTI A CASSA- o incluso la hermosa y pertinente partitura musical de Carlo Rustichelli. Pero por encima de esas aportaciones individuales, y de la capacidad de Comencini para batir los talentos implícitos entre todos los componentes del equipo que auspició su resultado, nos encontramos con uno de tantos ejemplos que supieron conjugar en la pantalla un cercano alcance de crónica histórica, dominado por una capacidad analítica y de lucidez notable, combinando en sus imágenes el recurso a géneros populares e incluso –y es algo plenamente legítimo- la defensa de un renovado star system y el recurso a la comercialidad. Todo ello se da cita en esta estupenda película de Comencini –probablemente el mejor título de su filmografía-, que logra expresar en segundo término, pero siempre en unas circunstancias al servicio de la historia narrada, la evolución de la posguerra italiana. En sus secuencias nos apercibiremos del rechazo de las clases populares a la monarquía de los Saboya, el referéndum que dio paso a la república italiana, o incluso en secuencias de especial intensidad comprobaremos una estampa inusual en el cine italiano, como fue la reprobación de las clases populares a los sacerdotes colaboracionistas con el fascismo.
Ese alcance preciso de crónica –que alcanza una notable capacidad de observación- se complementa en la película con el determinado intervalo que la película comprueba a partir del encuentro de Mara con Stefano. Un auténtico oasis que Comencini plasmará con una extraordinaria sensibilidad –ayudado por la fuerza de los dos intérpretes, la utilización dramática de la iluminación, e incluso con el refuerzo del tema musical que incorporará Rusticelli en la banda sonora-. Un fragmento que alcanzará tintes casi conmovedores, al observar como una pareja de enormes afinidades en realidad jamás podrá consolidar sus mutuos afectos al existir el poderoso condicionante que perdura en la mente de la muchacha. Comencini sabe mostrar con delicadeza esa circunstancia, logrando ese contraste melodramático que llega a apelar la conciencia del espectador. En ese sentido, resultarán ejemplares tanto la manera con la que –utilizando el referente cinematográfico de WATERLOO BRIDGE (El puente de Waterloo, 1940. Mervyn LeRoy)- se describe visualmente la llegada del tan deseado acercamiento entre Mara y Setefano, y poco después la manera con la que se muestra –en una secuencia de enorme fuerza-, el reencuentro entre la muchacha y Bube, en una prisión dominada por la lividez y la frialdad del marco en el que ambos se expresan, inicialmente con frialdad, y poco después dando paso a sus sentimientos más íntimos. Son momentos que revelan la inspiración cinematográfica de un realizador indudablemente irregular, que se encontraba entonces en el mejor momento de su obra, y era consciente de la riqueza del material con que partía. Es por ello que LA RAGAZZA… va creciendo en interés y en fuerza dramática, con un sentido de la progresión tan impecable como la manera en la que se van exaltando los sentimientos de su joven protagonista. Un conjunto en el que resulta de notable pertinencia la estructura del relato en forma de flash-back –en los momentos finales entenderemos tal elección-, o la elección de la voz en off para complementar los sentimientos que rodean la aventura vital de Mara. Una singladura que alcanzará en su conclusión otra nueva vuelta de tuerca en torno a la oportunidad perdida en su vida, por medio del inesperado reencuentro con Stefano, siete años después de haber interrumpido su relación con él, en una secuencia que tiene algo de nostálgica semejanza con la inolvidable SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan).
Crónica histórica, madurez forzosa, sentimientos contenidos, fidelidad y capacidad de descripción psicológica, tienen en LA RAGAZZA DI BUBE una muestra espléndida, demostrando que incluso aquellos realizadores quizá mantenidos en una segunda fila, podían legar productos finalmente magníficos. Este es uno de ellos.
http://thecinema.blogia.com/2009/102501-la-ragazza-di-bube-1963-luigi-comencini-la-chica-de-bube.php
Thx a lot for that movie with young bella Claudia. The most beauty woman ever!
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