TÍTULO ORIGINAL
Sangue del mio sangue
AÑO
2015
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español, Inglés y Portugués (Separados)
DURACIÓN
107 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Marco Bellocchio
GUIÓN
Marco Bellocchio
MÚSICA
Carlo Crivelli
FOTOGRAFÍA
Daniele Ciprì
REPARTO
Alba Rohrwacher, Filippo Timi, Toni Bertorelli, Ivan Franek, Roberto Herlitzka, Pier Giorgio Bellocchio
PRODUCTORA
Coproducción Italia-Francia-Suiza; Kavac Film, IBC Movie, RAI Cinema
GÉNERO
Drama | Siglo XVII. Religión. Vampiros
Sinopsis
Norte de Italia, siglo XVII. En un monasterio, una monja acusada de brujería seduce a un joven confesor quien se niega a ceder a la ardiente tentación. Una lucha de deseos, ilusiones y mentiras que se arrastrarán de forma inesperada hasta la actualidad. (FILMAFFINITY)
Premios
2015: Festival de Venecia: Sección oficial largometrajes a concurso
2015: Festival de Sevilla: Sección oficial a concurso
'SANGUE DEL MIO SANGUE':
BELLOCCHIO HINCA EL DIENTE A LOS FANTASMAS DE ITALIA
¿De qué va?. Dividida en dos partes, 'Sangue del mio sanguearranca en el siglo XVII, donde la iglesia intenta averiguar si una joven mujer (Lidiya Liberman), acusada de seducir y llevar al suicidio a su confesor, mantiene un pacto con el diablo. En el presente, la película sigue la pista de un viejo y poderoso vampiro, el “Conde” (Roberto Herlitzka), que ve amenazada su plácida existencia cuando un millonario ruso, asesorado por un joven empresario italiano, muestra interés por comprar su morada, el mismo claustro en el que, hace siglos, fue encerrada la joven acusada de brujería.
¿Y qué tal?. Mientras los programadores del Festival de Cannes intentan convencer al mundo de que Nanni Moretti, Paolo Sorrentino y Matteo Garrone son los tres directores más importantes del cine italiano actual, Marco Bellocchio sigue haciendo obra maestra tras obra maestra. Puede que 'Sangue del mio sangue' no sea su película más redonda, pero sí la más compleja y audaz que ha dirigido en años. En un Festival de Venecia plagado de propuestas previsibles y evidentes, con mensajes telegrafiados a través de obvias metáforas, la película de Bellocchio es unarara avis, una obra de otro mundo. Este cronista debe reconocer que hasta bien entrada la segunda mitad de la película, no fue capaz de empezar a cerrar el furioso e implacable círculo que dibuja el film. La película arranca en un convento donde un párroco intenta, desesperadamente, arrancar una confesión de brujería a una mujer. Pronto sabremos que esta persecución, vestida de puritanismo, busca en realidad limpiar la reputación de la supuesta víctima de la apasionada mujer, un hombre de buena familia. Así, Bellocchio presenta un patrón de hipocresía i perversidad que hallará su perfecto contrapeso en un elegante y juguetón estudio del deseo (amoroso y carnal), presentado como un impulso transgresor capaz de derribar las doctrina moral imperantes.
A nivel narrativo, 'Sangue del mio sangue' avanza a paso firme pero sin precipitación, cociendo sus postulados a fuego lento y regalando al espectador deliciosas rupturas de la ortodoxia fílmica. Por encima de todas, el uso anacrónico de una versión coral del 'Nothing Else Matters' de Metallica para retratar el desconcierto del personaje interpretado por Pier Giorgio Bellocchio, hijo del director. En un momento determinado, y sin previo aviso, llega la ruptura: el momento de saltar al presente para observar cómo un viejo vampiro se pasea desencantado por las calles de Bobbio. Esta segunda mitad presenta algunos personajes trazados con brocha gorda, pero la contundencia de Bellocchio bien vale el sacrificio de unas dosis de sutilidad. Es la hora de pasar cuentas con el presente sin olvidar el pasado. En una memorable reunión con otro viejo vampiro que trabaja como dentista, el “Conde” se queja de la “obsesión por la justicia” de la nueva Italia, y evoca con nostalgia un aislamiento atávico que considera el principio esencial del vampirismo y el sostén de la vieja Italia provinciana. Una Italia retrógrada que se presenta como la antepasada de esa nación corrupta, perezosa, decadente y falsamente orgullosa que Bellocchio evoca en esta segunda mitad del film.
Elusiva y al mismo tiempo rabiosa, 'Sangue del mio sangue' confirma a Bellocchio como el más lúcido y crítico observador (vivo) de la realidad, la historia y la psique italiana. El suyo es un cine de sombras y fantasmas, pero Bellocchio es también uno de los más efusivos creyentes en el poder de la belleza. La apoteósica y romántica clausura de 'Sangue del mio sangue' –que fue recibida por un coro de aplausos y abucheos (hay quién toma la ambición por pretensión)– demuestra que Bellocchio es de todo menos un hombre resignado. Su fe en el poder transfigurador de la belleza y el arte es nuestro pasaporte a la revelación.
MANU YÁÑEZ
Con gran sorna y mucho humor negro, Marco Bellocchio, se reivindica haciendo doblete en el festival compostelano con dos títulos en los que el tratamiento a la Iglesia Católica subyace a la corrupción sistémica de una sociedad moralmente podrida, tan reconocible para los italianos como nos puede resultar en España la nuestra. Se mire por donde se mire esta alegoría no nos resultará ajena.
Sangue del mio sangue es la primera de las dos propuestas de Bellochio en Sección Oficial del programa de este año. Si bien la película ya pasó por Venecia en 2015 y por la sección a concurso en Sevilla también el año pasado, no es hasta 2016 cuando aparece en las carteleras españolas presentándose a valoración del premio del público en Santiago en esta edición de Cineuropa.
Bellocchio comparece además en este certamen con Fai bei sogni, que inauguró la última Quincena de Realizadores de Cannes en su reciente edición y que se proyectará en los próximos días aquí en Santiago.
Rodeado en Sangue del mio sangue, como habituales, de actores que repiten con el italiano, entre ellos sus hijos, Pier Giorgio y Elena Bellocchio —él en el papel protagonista masculino de la primera mitad y como el Federico de la segunda, y ella en una breve intervención rebasado el ecuador de la cinta—, destaca un inmenso Roberto Hertilka, quizás su actor fetiche en una especie de lacónico Nosferatu —el Conde— además de la destacable actriz ucraniana Lidiya Liberman como Benedetta.
Las lecturas de esta cinta, calificada por muchos como una de las libérrimas del italiano, serán abiertas a criterio del respetable. No obstante, la idea que subyace a sus dos historias, fragmentadas por un salto temporal de varios siglos deja a las claras la intención de Bellocchio por retratar la depravación endémica de una Italia sojuzgada por la mafia eclesiástica de antaño y por el poder burócrata del Estado en la actualidad.
Bellocchio plasma en esta cinta una huella genética indeleble: del hampa católica en un país en el que hacen y deshacen a su antojo los jerarcas religiosos para proteger sus grandes farsas, nace la mamandurria de funcionarios corruptos y mafiosos rusos campando a sus anchas en una sociedad donde pese a las embestidas de la decrepitud y la vulgaridad, la belleza perdura en la juventud de la mujer, encarnada en Liberman y Elena Bellocchio.
Dos historias. Dos tiempos.
El primero: Una gran mentira orquestada para salvaguardar la honorabilidad de un religioso de clase acomodada que se suicida al sucumbir enamorándose de una monja, Benedetta. No podrá recibir sepultura en campo consagrado por haberse quitado la vida. La curia de religiosos, en complicidad silente con las monjas del convento de Bobbio, usará como chivo expiatorio a Benedetta, que será acusada de brujería y sometida a todo tipo de pruebas, a cada cual más absurda, para forzarla a una confesión. Ha de reconocer su pacto con el diablo, de manera que sea ella quien cargue la culpa para purificar el alma de su amante. El hermano gemelo del cura, el soldado Federico —Pier Giorgio Bellocchio— se hará pasar por el suicida, para colaborar a torturar más la resistencia de Benedetta. Claro que él, acabará enamorado también de esta mártir, especie de Juana de Arco, complicando más si cabe una dramedia ya de por sí irracional, pero tratada con mucha mordacidad y elegancia.
La ignorancia, la intolerancia sobre la belleza femenina, su perenne asociación al mal satánico que corrompe el alma y la hipocresía por bandera. La mujer, cuyo cuerpo es el envoltorio impuro de la perversión de los deseos carnales a los que hombres de buena reputación no pueden resistirse… Toda esa doble moral que a resultas de una manipulación atroz del estamento eclesiástico culpabiliza a la fémina, la verdadera víctima, en una caza de brujas sin cuartel —pero que Belloccio describe con gran sentido del humor— da paso, sin previo aviso, a un salto de varios siglos para llevarnos nuevamente a Bobbio, en el segundo acto.
El segundo: Cambiamos de siglo, pero no de localización. El mismo convento de Bobbio —pueblo natal de Bellocchio— ahora abandonado y en ruinas será objeto de la especulación inmobiliaria. Pero un viejo Conde, un vampiro —Roberto Hertilka—, se esconde en él, en un retiro voluntario por apartarse de la mundana vulgaridad de ese pueblo, escenario de tantos cientos de años de perversidad, donde ahora residen seres pintorescos y grotescos que llevados metafóricamente a nuestros días, cualquiera puede reconocer.
Esta segunda mitad de Sangue del mio sangue ha creado confusión en el público, no lo negaré. Habrá a quien le resulte ininteligible. Porque Bellocchio ha roto todos los esquemas previstos pillándonos por sorpresa. Y como escribe Pablo García Márquez en esta misma web, «hemos llegado a un punto de humor tan negro que igual ni es humor ni es nada».
Hay una enorme ruptura en la película, en el aspecto más puramente formal. Pueden esperarse grandes cosas de esta obra, pero nunca ortodoxia. De eso nos percataremos pronto, en cuanto suene el «Nothing Else Matters» de Metallica en pleno siglo XVI.
Personalmente creo que lo más destacable de la cinta, además del momento impagable con el dentista, es que frente a todo este oscurantismo puritano que Benedetta sufre, un juego de amoríos y deseos, realmente deliciosos, desafiarán con desparpajo a la hipócrita moral de clases privilegiadas, caballeros de armas y religiosos. Tres estamentos que aúnan todo el mal y perversión en esa Bobbio del siglo XVI, empero haciendo de la devoción a Dios su escudo de impunidad.
En definitiva, aquella corrupción se apodera de la Italia de hoy día, en pleno siglo XXI, haciéndose hueco en el seno de los poderes públicos. De aquellos lodos, estos barros. De ahí la inspiración de Sangue del mio sangue —Sangre de mi sangre—. Aunque el título también puede ser sencillamente un guiño a los hijos de Bellocchio, por su participación en la cinta.
Párrocos, brujas, puritanismo, hipocresía, corrupción: las grandes mentiras de nuestra Historia como tierra abonada y contaminada para la mala hierba que crece a mansalva, sin embargo, sin evitar que asomen, entre toda esa sucia maraña, flores como Benedetta, que inquebrantablemente, seguirán resistiendo a la maleza. Porque ni la juventud ni la belleza pueden exterminarse por mucho que intenten fumigarse.
Estupenda.
Raquel Quinteiro
El último vampiro
«Sois idénticos». Es lo primero que le dice el inquisidor (Fausto Russo Alesi) cuando ve a Federico Mai (Pier Giorgio Bellocchio) por primera vez. Lo dice por su parecido con su hermano, Fabrizio, que acaba de suicidarse. Estamos en el siglo XVII. Federico llega a Bobbio para asistir al proceso inquisidor contra Benedetta (Lidiya Liberman). Su intención es demostrar que, mediante un pacto con el diablo, convenció a Fabrizio para que se matase, y así conseguir que los restos de su hermano puedan descansar en lugar sagrado, y no en un cementerio de animales. El suicidio, tema central de una generación, la que vivió siendo joven el año 68 y que se ha manifestado en el cine a través de dos hijos de esa revolución truncada: Philippe Garrel y Marco Bellocchio. Si Garrel asistió a la muerte prematura de muchos compañeros y amigos, Bellocchio se enfrentó al suicidio de su hermano gemelo, en el año 68, tras el fracaso de sus ideales revolucionarios. Ese fallecimiento marcó para siempre su cine y dejó constancia del mismo en una película llamada Gli occhi la bocca (1982), y ese mismo hecho vuelve en Sangue del mio sangue (2015), aunque la óptica ha variado considerablemente.
Si en aquella la muerte del hermano servía para cuestionar la institución familiar y poner en duda muchas cuestiones de la sociedad italiana, en Sangue del mio sangue el furioso desencanto se torna en melancolía, en una profunda tristeza por las cosas que no salieron de la manera esperada. Canto por el tiempo perdido, por el peso inevitable de los años. El hermano muerto es el pecado original, cuya consecuencia es la muerte en vida de una santa condenada por la Inquisición, Benedetta, que vivirá el resto de sus años encerrada en un zulo, pese a superar todas las absurdas pruebas a las que se ve sometida. Federico, humillado y avergonzado, tira al río las llaves de la habitación de Benedetta, a la que pudo liberar de su destino, huir con ella, ser feliz y, en lugar de eso, por cobardía, la condenó a un infierno en vida. Pero esas llaves llevan la condena de un hombre, y de todo un país y una civilización, y es como si contaminaran de ella a ese río y a toda la población de Bobbio.
Salto al presente, ese mismo pueblo es un criadero de locos y farsantes. Federico vaga transformado en vampiro, obligado a vivir años encerrado en un cuerpo decrépito, como un Nosferatu, interpretado por el gran Roberto Herlitzka, el mejor actor italiano, que ya había puesto rostro a Aldo Moro, de tal manera que cuando uno piensa en el malogrado político italiano, le pone el rostro del actor antes que el suyo propio. El vampiro mora en el mismo convento de Bobbio donde Benedetta fue ajusticiada y se limita a arrastrarse por las noches, transformado en una figura mítica del pueblo conocida como «el conde». Un día, otro Federico Mai (Pier Giorgio Bellocchio de nuevo) aparece en el convento, en esta ocasión para tratar de vendérselo a un empresario ruso que quiere invertir en la zona. Esta es la analogía más prodigiosa del film. En el siglo XVII, un Federico Mai se acercaba al convento por un asunto religioso, y en el siglo XXI se trata de una cuestión económica. El crimen de la religión transformado en crimen capitalista. Los dos Federicos, el conde y el joven, se encuentran, y el primero compra al segundo. A cambio de un soborno, consigue mantener su morada e impedir que el millonario ruso se haga con ella. Pero ese dinero está tan corrupto como las llaves que lanzó siglos atrás al río, y asistimos a cómo Federico, en una escena posterior, termina unido a la corte de los locos de Bobbio. Ese dinero terrible también alcanza a su hermana, la angelical Elena (Elena Bellocchio, hija del cineasta), a la que el conde persigue, en sus últimos suspiros, en la oscuridad.
Este film se llamó en su fase de producción L’ultimo vampiro (reformulación de su ansiada La monaca di Bobbio) y tras ver el film terminado es fácil adivinar por qué ha terminado llamándose Sangue del mio sangue. El título provisional hacía referencia al Nosferatu, al cuerpo decrépito, a ese personaje de Roberto Herlitzka que no parece ser otra cosa sino un nuevo trasunto (otro más) del propio Bellocchio. Cineasta que ya ha superado los cincuenta años de carrera y que arrastra a lo largo de su vida y su filmografía el suicidio de su hermano y la frustración por una revolución perdida. El conde recibe de su madre la condena de la religión (en el film la tratan de santa, sin que se explique el motivo) y cede a los jóvenes Federico y Elena la condena del capitalismo, del dinero, jóvenes interpretados por los hijos del propio Bellocchio. En esta reunión familiar también aparece uno de los cuatro hermanos de Bellocchio, el poeta Alberto, interpretando al Federico del siglo XVII en una edad avanzada, convertido en cardenal, pues ha renunciado a su libertad por seguridad, de revolucionario a eclesiástico, al igual que hacía uno de los hermanos de de Sergio Castellitto en La sonrisa de mi madre (L’ora di religione, 2002). Esa es la sangre que llena el film, la historia de una familia y de una condena. Bellocchio no ha conseguido salvar a sus hijos de esa Italia siniestra y corrupta contra la que luchó. Es más, los ha contaminado. Pier Giorgio ya había sido uno de los asesinos de Aldo Moro en Buenos días, noche (Buongiorno notte, 2003) y aquí consuma el traspaso de ese pecado original. El film no es por tanto la historia de Marco Bellocchio, el último vampiro, sino la transmisión de la culpa entre padres e hijos, un terrible y desasosegante destino que se hereda a través de la sangre. Un film, como dice el propio director, que «si allarga in un tempo che ho vissuto, nell’educazione che ho ricevuto, nei libri che ho letto e nei film che ho visto, anche nelle lunghe estati passate a Bobbio. Mi ritrovo in tanti personaggi: in chi vince, in chi perde, in chi rimane a guardare». La sangre de Bellocchio.
Una Italia eterna atraviesa todo el film. Esa Italia inconsciente protagonista de todo el cine de Bellocchio, donde pasan los hombres, pero continúan las instituciones. El miedo, el odio, la censura. En Il regista di matrimoni (2006), Bellocchio decía «In Italia comandano i morti» y en Sangue del mio sangue son los vampiros, los ancianos que se reunen con nocturnidad, manifestación de Andreotti y otras momias nacidas en el fascismo de Mussolini y que se perpetuaron en la Italia de la posguerra hasta nuestros días. Un país de no muertos y de locos. Donde la disidencia es condenada al ostracismo, a la vergüenza. Con todo, en este film, lo fantástico, lo sobrenatural, lo onírico nacido de la mente perturbada no tiene tanta presencia como en obras previas, no se manifiesta de manera exhuberante y rotunda, como los sueños de Anouk Aimee en Salto al vacío (Salto nel vuoto, 1980), como los juegos psicosexuales y los flashbacks autoinculpatorios de El aquelarre (La visione del sabba, 1988), como los delirios religiosos al borde de la muerte de Benito Mussolini en Vincere (2009). Únicamente, en el final, donde el vampiro sueña con un pasado diferente, con una exculpación y liberación que nunca se dio, parecemos entrar en el terreno de Buenos días, noche, donde Bellocchio reelaboraba el pasado permitiendo a Aldo Moro escapar de su celda, como aquí huye Benedetta, joven e impoluta tras treinta años de cautiverio.
Sangue del mio sangue parece una película que no va a ninguna parte, un pueblo estancado en el tiempo, que se mueve al ritmo del Nosferatu y que sobrevive apoyada en otras referencias del cine de Bellocchio: la madre santa de La sonrisa de mi madre, la bruja de El aquelarre, un desatado Filippo Timi que interpreta a un loco que recuerda al hijo de Mussolini del final de Vincere, las estancias oscuras que albergan el poder corrupto del arte italiano como en La condena (La condanna, 1990) el zulo de Benedetta, antecedente de aquel donde pasó sus últimas horas Aldo Moro, revivido y liberado en Buenos días, noche (otro pecado original) o el ya comentado drama del hermano muerto de Gli occhi la bocca, con la que también comparte esa atracción hacia la mujer deseada por el fallecido, alli Ángela Molina, aquí Lidiya Liberman. Un sinfín de referencias, rimas e imágenes que resuenan, venidas del pasado, como surgidas de la mente de Bellocchio en un momento de ludicez previa a la muerte, como el Conde Nosferatu mirando la luz del amanecer que se filtra por las hojas de los árboles, en uno de los hermosos planos finales que cierran el film.
Bobbio es un refugio, pero a veces es también como una cárcel, ha dicho Marco Bellocchio, y el film parece contagiarse de esa idea, alejándose de la linealidad de las últimas grandes películas del director. En ese sentido, se parece a Bella addormentata (2012), ambas son como agua estancada. Dos películas que se mueven más a través de referentes y encuentros respecto a la obra de cineasta que con la convicción de obras previas. Esto se nota también en cierta dejadez a la hora de las composiciones, en escenas donde prima más una adecuación a criterios industriales que al rigor de películas anteriores y similares como El aquelarre o El príncipe de Homburg (Il principe di Homburg, 1997). Es el paso del Bellocchio obstinado a otro más melancólico y derrotado, y en esa derrota parece perder el cine. El film es una interminable escalera de caracol alrededor de temas y personajes ya tratados quizás con mayor fortuna por el cineasta. En algún momento, el cuerpo frágil y descompuesto de Herlitzka se encuentra con el fofo y demacrado Gérard Depardieu de Welcome to New York de Abel Ferrara. Bellocchio y Ferrara, dos obstinados defensores de la juventud y la locura como arma transgresora del pensamiento institucionalizado, se miran al espejo y parecen descubrir al hombre en el que no querían haberse convertido. La rendición a los cuerpos decadentes de estos actores es la imagen de la película, su fracaso. Películas frágiles en unos directores donde la convicción y la mirada propia eran gestos irrenunciables. En una ocasión, Bellocchio dijo: «faccio i conti solo con il presente e con l’uomo». Y en Sangue del mio sangue parece ocuparse de otro tiempo, del dolor por el pasado perdido y del miedo a un futuro desconocido; y el hombre ha sido dramáticamente sustituido por el vampiro.
MIGUEL BLANCO HORTAShttp://cinentransit.com/sangue-del-mio-sangue/