TÍTULO ORIGINAL Luci del varietà
AÑO 1950
IDIOMA Italiano
SUBTITULOS Español (Separados)
DURACIÓN 93 min.
DIRECTOR Federico Fellini, Alberto Lattuada
GUIÓN Alberto Lattuada, Tullio Pinelli, Federico Fellini
MÚSICA Felice Lattuada
FOTOGRAFÍA Otello Martelli (B&W)
REPARTO Peppino De Filippo, Carla Del Poggio, Giulietta Masina, John Kitzmiller, Dante Maggio, Checco Durante, Gina Mascetti, Giulio Calì
PRODUCTORA Capitolium
GÉNERO Drama
SINOPSIS Describe las diferentes vivencias de un grupo de artistas de un local de variedades: amores, infidelidades, traiciones. (FILMAFFINITY)
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Subtítulos (Español)
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Hace medio siglo comenzaba a hacer cine el maestro de ceremonias de Rímini. Más de cinco décadas desde que le dio por erigir mástiles y levantar una carpa bajo la que dar cobijo a sus criaturas, circo de tres pistas donde sus bestezuelas rugirían, saltarían y se contonearían al escuchar el restallar de su látigo. El reino sin corona ni blasones de la imaginación veía ocupado su trono por un clown, un bufón reconocido que proyectaría sus caricaturas sobre la sábana blanca, para escarnio de bienpensantes y solteronas de escapulario.
Quede dicho: para mí el gran Fellini es el de los años cincuenta, decayendo mi interés por su filmografía a partir de Ocho y medio (Otto e Mezo, 1963) (con la excepción, quizás, de Amarcord (id., 1973) y Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1985)). Y es que sus últimos tiempos fueron en efecto recargados y barrocos, enamorado de escenografías mayúsculas y decorados abrumadores. Grandes salas por las que se paseaba su ego de director dispuesto a firmar los títulos de sus películas con su propio apellido; más preocupado en sorprendernos con sus repartos de mujeres contundentes, perdido en la rememoración de una infancia repleta de referencias cruzadas y autohomenajes, obsesionado con sus propias obsesiones...
En cambio, en estos gloriosos años que van desde la presente hasta La dolce vita (id., 1960), Fellini logra pasar de un neorrealismo bastardo que apostaba por las voces corales -las bases de cuyo movimiento, no olvidemos, él mismo había ayudado a cimentar con sus guiones- a historias donde, por encima de abundantes dispersiones argumentales, se nos narra la crisis existencial de víctimas que se creen verdugos (el farsante enmascarado de El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952), la pandilla basura de Los inútiles (I Vitelloni, 1953), el Zampanò de La Strada (id., 1954), el ladrón amoral de Almas sin conciencia (Il Bidone, 1955) o el Marcello de La dolce vita (id., 1960)).
En Luces de variedades seguimos la gira -provinciana y algo cateta- de unos jornaleros de la farándula enamorados de su oficio, aunque demasiado acostumbrados a escuchar el vacío de sus estómagos. «(...) La tensión entre el espectáculo de la gran ciudad moderna, el music-hall, frente a las ya crepusculares variedades, que tienen como escenario el teatrillo (...), donde las canciones pícaras se ven punteadas por las campanadas de la torre de la iglesia» (1).
Números añejos vistos mil veces, trucos de cajón con los que ya no embaucan a casi nadie, arrastrarse de un pueblo a otro propulsados por el halo falsamente romántico de su profesión.
Esta trouppe de ingenuos (pronto descubriremos que no hacen mas que engañarse a sí mismos soñando con gruesas recaudaciones dominicales y el respeto de un público mas bien inclinado al improperio) verá revolucionada su existencia con la llegada de una joven ambiciosilla, tan mona como patosa y desgarbada. A Liliana (una bellísima Carla Del Poggio) parece perdonarle todo un público masculino amante de la revista y el vodevil: unas piernas bonitas obran el milagro de convertir a una neófita en una... "estrella".
Pero la cosa no se para ahí. El promotor de esta jaula de grillos –Checco (Peppino De Filippo), un tipo que roza la senectud, felizmente arrimado a una trotamunda en declive– cae prendado por los encantos de la joven, utilizando sus supuestas influencias –que incluyen el alevoso y atufado tópico del «nena, yo a ti te hago actriz de cine»– para orquestar una burda maniobra de acoso y derribo.
Nuevamente se cumple el destino de los personajes fellinianos: el cazador cazado. Porque este seductor Mañara no se da cuenta de que su "inocente" vestal está dispuesta a utilizar su talón de Aquiles (el amor otoñal de un perdedor demasiado maduro) para encaramarse a donde haga falta.
La penitencia a pagar por su chaladura será el ostracismo al que le condenan durante una temporada sus fieles artistas de repertorio, capaces de perdonarle cualquier cosa menos traicionar a alguien del grupo, código trashumante que parece gobernar este pequeño mundo mucho menos amoral de lo que en un principio nos había parecido.
En última instancia –y engarzando nuevamente con el principio de la película– veremos a la comitiva tomando un nuevo tren hacia un destino que adivinamos marginal, reconciliados y con propósito de enmienda, aunque nuestro Pigmalión de pacotilla no tarde en fijarse en una nueva alma cándida que confunde las bambalinas con el Parnaso.
Aún siendo una película co-dirigida con Lattuada y realizada en régimen de cooperativa, todo Fellini está ya aquí apuntado, dibujado a grandes pero seguros rasgos. Su leve misoginia, la fiesta ritual tras la cuál sólo perdura la desazón y el cansancio de otra madrugada perdida, la fascinación por la gente nómada, el personaje que lo observa todo con discreción y acaba eligiendo otro camino, el retrato cruel de las oligarquías...
Quede dicho: para mí el gran Fellini es el de los años cincuenta, decayendo mi interés por su filmografía a partir de Ocho y medio (Otto e Mezo, 1963) (con la excepción, quizás, de Amarcord (id., 1973) y Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1985)). Y es que sus últimos tiempos fueron en efecto recargados y barrocos, enamorado de escenografías mayúsculas y decorados abrumadores. Grandes salas por las que se paseaba su ego de director dispuesto a firmar los títulos de sus películas con su propio apellido; más preocupado en sorprendernos con sus repartos de mujeres contundentes, perdido en la rememoración de una infancia repleta de referencias cruzadas y autohomenajes, obsesionado con sus propias obsesiones...
En cambio, en estos gloriosos años que van desde la presente hasta La dolce vita (id., 1960), Fellini logra pasar de un neorrealismo bastardo que apostaba por las voces corales -las bases de cuyo movimiento, no olvidemos, él mismo había ayudado a cimentar con sus guiones- a historias donde, por encima de abundantes dispersiones argumentales, se nos narra la crisis existencial de víctimas que se creen verdugos (el farsante enmascarado de El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952), la pandilla basura de Los inútiles (I Vitelloni, 1953), el Zampanò de La Strada (id., 1954), el ladrón amoral de Almas sin conciencia (Il Bidone, 1955) o el Marcello de La dolce vita (id., 1960)).
En Luces de variedades seguimos la gira -provinciana y algo cateta- de unos jornaleros de la farándula enamorados de su oficio, aunque demasiado acostumbrados a escuchar el vacío de sus estómagos. «(...) La tensión entre el espectáculo de la gran ciudad moderna, el music-hall, frente a las ya crepusculares variedades, que tienen como escenario el teatrillo (...), donde las canciones pícaras se ven punteadas por las campanadas de la torre de la iglesia» (1).
Números añejos vistos mil veces, trucos de cajón con los que ya no embaucan a casi nadie, arrastrarse de un pueblo a otro propulsados por el halo falsamente romántico de su profesión.
Esta trouppe de ingenuos (pronto descubriremos que no hacen mas que engañarse a sí mismos soñando con gruesas recaudaciones dominicales y el respeto de un público mas bien inclinado al improperio) verá revolucionada su existencia con la llegada de una joven ambiciosilla, tan mona como patosa y desgarbada. A Liliana (una bellísima Carla Del Poggio) parece perdonarle todo un público masculino amante de la revista y el vodevil: unas piernas bonitas obran el milagro de convertir a una neófita en una... "estrella".
Pero la cosa no se para ahí. El promotor de esta jaula de grillos –Checco (Peppino De Filippo), un tipo que roza la senectud, felizmente arrimado a una trotamunda en declive– cae prendado por los encantos de la joven, utilizando sus supuestas influencias –que incluyen el alevoso y atufado tópico del «nena, yo a ti te hago actriz de cine»– para orquestar una burda maniobra de acoso y derribo.
Nuevamente se cumple el destino de los personajes fellinianos: el cazador cazado. Porque este seductor Mañara no se da cuenta de que su "inocente" vestal está dispuesta a utilizar su talón de Aquiles (el amor otoñal de un perdedor demasiado maduro) para encaramarse a donde haga falta.
La penitencia a pagar por su chaladura será el ostracismo al que le condenan durante una temporada sus fieles artistas de repertorio, capaces de perdonarle cualquier cosa menos traicionar a alguien del grupo, código trashumante que parece gobernar este pequeño mundo mucho menos amoral de lo que en un principio nos había parecido.
En última instancia –y engarzando nuevamente con el principio de la película– veremos a la comitiva tomando un nuevo tren hacia un destino que adivinamos marginal, reconciliados y con propósito de enmienda, aunque nuestro Pigmalión de pacotilla no tarde en fijarse en una nueva alma cándida que confunde las bambalinas con el Parnaso.
Aún siendo una película co-dirigida con Lattuada y realizada en régimen de cooperativa, todo Fellini está ya aquí apuntado, dibujado a grandes pero seguros rasgos. Su leve misoginia, la fiesta ritual tras la cuál sólo perdura la desazón y el cansancio de otra madrugada perdida, la fascinación por la gente nómada, el personaje que lo observa todo con discreción y acaba eligiendo otro camino, el retrato cruel de las oligarquías...
(1) Federico Fellini, de Pilar Pedraza y Juan López Gandía. Ediciones Cátedra. Signo e imagen / Cineastas.
http://www.miradas.net/0204/estudios/2004/01_ffellini/lucesdevariedades.html
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Trama
Liliana, una bella ragazza di provincia, vuole affermarsi nel mondo dello spettacolo. Fugge di casa e si unisce ad una piccola compagnia d'avanspettacolo; il direttore, Checco, se ne invaghisce e la fa esordire immediatamente. E' un esordio fortunato, con tanti applausi, anche perché durante un numero a Liliana scivola un gonnellino... Alcuni giorni dopo la compagnia è invitata a casa di un ricco avvocato di paese, che tenta un approccio notturno con Liliana. Interviene Checco, geloso, e scatena una baraonda al termine della quale tutti i guitti vengono cacciati via. Checco e Liliana lasciano la compagnia alla ricerca di un ingaggio favorevole, ma l'unica offerta a Liliana salta per la gelosia di Checco. Questi allora, con i soldi avuti in prestito dalla sua compagna Melina, anch'essa nella vecchia compagnia, tenta di formarne una nuova con altri artisti. Ma prima dell'esordio Liliana lo abbandona e firma un contratto con un impresario colpito dalla sua avvenenza, e a Checco non resterà che tornare con i vecchi compagni e con Melina, che lo ha perdonato. La compagnia è di nuovo insieme, e sta viaggiando in treno alla ricerca di qualche buona "piazza" quando nel vagone appare una bella ragazza. Checco la nota subito e... la storia ricomincia.
Critiche
Uno di meriti del film Luci del varietà (di Lattuada e Fellini) ci sembra essere l'indifferenza che gli autori mostrano per quelle soluzioni drammatiche già provate da una lunga consuetudine, il sospetto con cui osservano queste eroine del momento che sono le miss o le aspiranti divette. C'è un breve quadro nel film giusto alla fine, in cui la protagonista, finalmente seminuda sul palcoscenico (come ha sempre sognato) manda baci al pubblico e ringrazia, con le lagrime agli occhi per gli applausi che vanno al suo corpo. E' un'apoteosi feroce, che corona tutta una serie di osservazioni sul carattere dei comici, sul loro concetto del successo e dell'arte, e che pongono pertanto questo film (che non manca di difetti) su un piano insolito, al di sopra del genere ameno [...] Più che un film satirico se ne ricava un antiromanzo, dove le precisazioni nette e crude non vengono dalla mania di fare un po' di realismo a buon mercato, ma sono cercate apposta, per togliere tutte le speranze di una soluzione normale, a lieto fine, e sono ottenute contro i personaggi, che non commuovono mai, presi come sono da un gioco in cui la vanità supera ogni altro sentimento.
Ennio Flaiano "Il mondo", a III, n. 18, 5 maggio 1951, ora in Lettere d'amore al cinema, Rizzoli, Milano, 1981
Luci del varietà trova la sua ispirazione e i suoi limiti espressivi nel mondo della rivista, raccontando, con snella intelligenza ed anche con un indovinato mordente amaramente umoristico, quello che è il vero volto delle piccole ribalte e descrivendo i quotidiani eroismi dei capocomici, delle soubrette, delle macchiette, degli imitatori e di tutta quella folla di personaggi assiepata attorno ai margini dell'avanspettacolo.
Tullio Cicciarelli "Il Lavoro Nuovo", 7 dicembre 1950
Tullio Cicciarelli "Il Lavoro Nuovo", 7 dicembre 1950
Certe sequenze (le mandibole in affannoso moto, quando i comici si sfamano, a un banchetto; lo spettatore che fischia la trasformista e non osa più farlo quando essa raffigura Garibaldi, perché Garibaldi significa qualcosa, in un locale popolare) fanno testimonianza di acuta e spiritosa invenzione. Tutto il film è gustoso e piacevole, per ineguale che appaia; peccato che i suoi personaggi sappiano di già noto e di un abusato patetismo; e, fra tutti, meno nettamente delineata sia appunto la giovane protagonista.
Arturo Lanocita "Corriere della Sera", 13 gennaio 1951
Arturo Lanocita "Corriere della Sera", 13 gennaio 1951
Si trovano qui già tutti i miti di Fellini e si anticipano tutte le sue opere future: la solitudine dei personaggi e il ridicolo della loro condizione ci appaiono in un clima insolito, di cui sono elementi principali il senso dello "spettacolo" e la mobilità. Il barocchismo si dilata nell'atmosfera soffocante, formicolante, esasperata di quel piccolo teatro di provincia dove Clara [sic] si esibisce. Il ricevimento della compagnia a casa di un signorotto innamorato di Clara [sic] contiene già, in filigrana, i balli di Vitelloni e del Bidone, così come le nozze della Strada. Vi si ritrova anche un procedimento di costruzione drammatica impiegato più tardi negli stessi balli. L'idea consiste nel dissolvere il problema individuale nella frenesia della folla e del movimento, poi nell'isolarlo a poco a poco, fino al punto di riportarlo di nuovo alla sua totale solitudine interiore.
Geneviève Agel "Le chemins de Fellini", Editions du Cerf, Paris, 1956
Geneviève Agel "Le chemins de Fellini", Editions du Cerf, Paris, 1956
Curiosità
Nei primi mesi del ’50 i giornali parlano con curiosità di questa “cooperativa fra mogli e mariti”, cioè fra i due registi e le rispettive consorti attrici Carla Del Poggio e Giulietta Masina. Lattuada fa entrare anche sua sorella Bianca, esperta organizzatrice, e suo padre che compone il commento musicale.
Tullio Kezich, Fellini, Milano, Camunia, 1987, p. 166
http://www.federicofellini.it/node/518
Tullio Kezich, Fellini, Milano, Camunia, 1987, p. 166
http://www.federicofellini.it/node/518
grazie!
ResponderEliminarbuenismo!
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