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viernes, 9 de abril de 2021

Fuocoammare - Gianfranco Rosi (2016)

TÍTULO ORIGINAL
Fuocoammare
AÑO
2016
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
DURACION
108 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Gianfranco Rosi
GUIÓN
Gianfranco Rosi
MÚSICA
Stefano Grosso
FOTOGRAFÍA
Gianfranco Rosi
REPARTO
Documental, (intervenciones de: Pietro Bartolo, Samuele Caruana, Samuele Pucillo, Mattias Cucina, Maria Costa, Maria Signorello, Francesco Mannino, Giuseppe Fragapane, Francesco Paterna)
PRODUCTORA
Co-production Italia-Francia; Stemal Entertainment, 21 Unofilm, Istituto Luce, RAI, Les Films d'Ici, arte France Cinéma
GÉNERO
Documental | Inmigración. Vida rural

Sinopsis
La isla de Lampedusa es el punto más meridional de Italia, que desde 1990 se ha convertido en un lugar masivo de desembarco de inmigrantes ilegales procedentes de tierras africanas. En poco más de 20 años, más de 20.000 personas se han ahogado durante la travesía para alcanzar lo que para muchos supone vía de entrada a Europa, y que les debería permitir escapar de la guerra y el hambre. Samuel vive en la isla, tiene 12 años, va a la escuela, le gusta tirar con la honda e ir de caza. Le gustan los juegos de tierra, pese a que todo a su alrededor habla del mar y de los hombres, mujeres y niños que intentan cruzarlo para llegar allí. (FILMAFFINITY)

Premios
2016: Premios Oscar: Nominado a mejor documental
2016: Premios César: Nominada a Mejor documental
2016: Festival de Berlín: Oso de Oro - mejor película
2016: Premios del Cine Europeo: Mejor documental
2016: Satellite Awards: Nominado a Mejor documental
2016: Círculo de Críticos de San Francisco: Nominada a mejor documental
2015: Premios David di Donatello: 4 nom. incluyendo mejor película y director

2 

Hay fuego en el mar

«No se puede salir a pescar… el tiempo no es bueno», le dice la abuela a su nieto. Poco tardará una canción en llegar desde la radio local a los oídos a consolar a los pescadores apaciguados de la isla.

Ya vendrán mejores días en Lampedusa, isla italiana casi imperceptible en los mapas y apenas poblada, pero crucial trampolín de África a Europa, razón que la convierte en el ideal desembarco de miles de inmigrantes provenientes de un sur negro, empobrecido y en guerra. Son tiempos aciagos, tiempos de muros, de huidas forzadas y de fobias renovadas, de otredades y de derechas. Acá y allá. ¿Cómo ser testigos? ¿Cómo mirar en y más allá de la vorágine del espectáculo trágico-bélico que la normaliza y abona a la creciente impotencia de la imagen para actuar?

En estas latitudes de tragedias e interrogantes, existe el cine de Gianfranco Rosi. En Debajo del nivel del mar (2000) seguía a indigentes a través del desierto californiano; en El sicario, habitación 164 (2010) extraía una confesión súper detallada de un matón en la frontera norte de México; y Sacro GRA (2013) constaba de un rarísimo mosaico de historias de los conductores de un periférico italiano. En su cuarto largometraje, Fuego en el mar (Fuocoammare, Italia-Francia, 2016), el guionista-director-fotógrafo se centra en las oleadas de refugiados en este borde entre Europa y África. El suyo es un cine urgente y marginal para hablar desde ahí también sobre lo marginal, lo periférico, lo no visto ni aceptado. De ahí que se desenvuelva formalmente en la liminalidad del docuficción minimalista hasta que elabore casi obsesivamente sobre geografías y subjetividades fronterizas, periféricas y excluidas.

Dos arcos narrativos sirven de guía a este premiado documental. Samuelle, un simpatiquísimo y narigón niñito que caza de día aves con las que de noche dialoga, es el faro emocional que ilumina la cotidianidad de los lugareños de la isla. Pietro Bartollo, doctor a la vez de él y de cientos de inmigrantes africanos, es voz de la conciencia y de humanidad que nos conecta con una desgracia de carne y hueso. Ambos son fundamentales para la cúspide del filme: el momento en que la atrocidad se devela. De ahí desciende al paroxismo del duelo y sólo resta el silencio. En los 25 minutos de cierre las palabras prescinden de sí mismas —se guardan, se ahogan y se rinden; la imagen da vida a la muerte.

Entremedio lo que se juega es lo cotidiano en instantes que componen estas existencias a través de planos fijos autónomos. Yendo y viniendo de la íntima crónica, al reportaje cuasi-sociológico y al ensamble lírico nos adentramos a los muros locales. Ahí están las casas con tareas escolares, el quehacer doméstico en bordados, tendidos perfectos de cama y café o fetuccini de marel y hasta el cancionero en la radio. A la sombra están el fútbol entre naciones africanas, los albergues-cárceles que cobijan un mosaico de rezos, cantos supervivientes, trámites migratorios y consultas médicas. Acorralados por el imponente mar, a su alrededor gira la vida de los lugareños: los unos van de pesca y los otros van al rescate de otras embarcaciones que traen consigo viajantes asfixiados, famélicos, deshidratados o quemados por combustible. Con suerte, los vivos llorarán tras haber acariciado una y mil veces la muerte. Decenas, vencidos por ésta permanecerán inertes, apilados y anónimos. Del mosaico cotidiano, que oscila entre la solidaridad distante y un involucramiento estoico, lo relevante es entender cómo transcurre la vida antes y durante la catástrofe humanitaria. Son realidades paralelas que coexisten, pero rara vez se intersectan. ¿Se saben ahí?

La canción que le da nombre al filme, muy en contra de su propia ligereza, rememora otra tragedia: un barco llamado La Madalena, al ser bombardeado por un avión británico en la Segunda Guerra Mundial, se esparció en fuego invadiendo toda la isla, llevándose tras de sí́ la vida de muchos de sus habitantes. A través de la música, Rosi sutilmente enlaza la gran guerra con las olas de muerte y éxodo actuales. Aludir a las aparentemente superadas xenofobias y nacionalismos es un trago amargo para Europa. Sin embargo, los barcos sobrecargados, las fugas forzadas, el testimonio, el estruendo del plomo, el refugio y la muerte son ineludibles. En este sentido, el suyo es un cine urgente.

Se desbordan el cuadro, nos sobrecogen, hilando una estructura de documental mucho más poética y emocional que argumental e informativa. Y es que navegamos realidades singulares contiguas y simultáneas sin juicio alguno respecto al otro. Elabora sobre la apertura —tanto de interpretaciones como de interrogantes que terminan sin cerrar, sin responderse— la imagen de Rosi crea una película política pero jamás ideológica. No hay horizontes, pero sí luces. No se trata de verdades, quejas o argumentos, ni de ese típico maniqueísmo entre isleños y los recién llegados. Atestigua, en cambio, resistiendo la catástrofe y la vorágine de la noticia y del espectáculo atroz de los medios. Abdica a la queja y el amarillismo, logrando uno de los retratos más bellos, pero no por ello no menos shockeantes de la crisis migratoria europea.

Casi como cuando Orfeo desciende hacia el Hades por Eurídice, siendo el arte el poder que abre la noche y en quien recae la posibilidad de restaurar su vida: fuego en el mar. La oscuridad de altamar en guerra es irrumpida por la voz del superviviente que rapea su camino. Arde la vida en el vientre de aquella viajante embarazada, que aterrizó por ambos. Quema la furia por ver el lucro y el tráfico de los necesitados, segregados también ahí en clases sociales y niveles que determinan las posibilidades de vida. Doce días de encierro, sed, hambre y quemazón de gasolina. Pero brilla sin cegar la hospitalidad que existe en tanto gestos frágiles, erráticos e insuficientes. Vienen a mi mente la franca y estoica ternura de Dr. Bartollo, el autobús que irónicamente porta el nombre de Misericordia, el deseo y el pasado que motivan esas odiseas interfronterizas. Es precisamente frente a la crisis que Gianfranco Rosi deja surgir imágenes poética-políticas condolientes con la pérdida y a la vez pescan la vitalidad que perdura en ese mar. Veo en ello, junto con Didi-Huberman, una labor crucial que «ilumina por el modo en el que el antes reencuentra al ahora para liberar constelaciones ricas de futuro.”[1] poner referencia texto Hay fuego en el mar.

Lampedusa es una isla de pescadores. De él viven y de él aceptan lo que venga. ¿Qué no es esta la lección de Fuocoammare? ¿No apunta al proverbial y remoto gesto de generosidad que hay en los pescadores acostumbrados a acoger lo que sea que el imperio marino ofrezca?
Ivonne Villalón
http://correspondenciascine.com/2017/05/fuocoammare-de-gianfranco-rosi/

 

El documental italiano ganador del Oso de Oro en Berlín nos trae una retrato sobre una isla olvidada, la cual funciona como desembarco de inmigrantes ilegales.

La obra de Rosi comienza con el testimonio de un chico de 12 años llamado Samuel, quien va al colegio de la zona, le gusta cazar e ir de pesca con su padre. La peculiar historia del niño tiene un giro cuando de entrada sabemos que vive en la isla de Lampedusa, que es el punto más meridional de Italia y desde 1990 se ha convertido en un lugar masivo de desembarco de inmigrantes ilegales procedentes de tierras africanas.

Escapar de la guerra y el hambre, esa es la meta principal para estos forasteros que tendrá su propia Odisea para llegar a las tierras europeas. Entre charlas frívolas, partidos de fútbol en la nada, desmayos recurrentes por deshidratación y enfermedades; los extranjeros más que llegar deberán sobrevivir como sea.

Las preguntas recurrentes de Samuel nos ayudarán a entender el juicio de los habitantes que albergan la isla, desde su abuela, su médico, su padre y sus amigos construirán una formación de esta mirada sumergida por el desconcierto.

La mirada del niño nos ayuda a entender las situaciones, viéndolas de un modo inocente, sin juzgar a los personajes.

La propuesta nos lanza hacia una ciudad misteriosa, donde los ecos de la radio suenan más fuerte que en otras ciudades, donde hacía falta una nueva escritura, donde sus lugareños viven una realidad alejados de todos los europeos y también de todos los inmigrantes. Respiran ser el medio de todo esto.

El humor y la compasión son transmitidos de forma honesta al espectador que llega desprevenido. Con la ayuda de un buen sonidista y un gran equipo de rodaje se capta la esencia misma de la península. El viento y el mar como factores decisivos dentro del relato.

“Fuocoammare” es un documental más que necesario, es una lección de cine donde los mejores atributos narrativos se despliegan en los 108 minutos que dura el largometraje, demostrando que es mucho más que una de las tantas nominadas al Oscar en la categoría mejor documental.
Roberto Iván Portillo
https://cinefiloserial.com.ar/critica-de-fuocoammare-de-gianfranco-rosi-2016/ 


La humedad, unida al salitre que flota en el aire, puede oxidar los barcos, los muelles, las calles y edificios de la Isla de Lampedusa pero no a sus habitantes. Samuele, un chaval casi adolescente, deambula por el campo buscando un palo con el que construir un tirachinas para jugar junto a un amigo. El locutor saluda a los marineros desde la emisora mientras pincha la canción Fuocoammare, a petición de una oyente. La abuela de Samuele escucha la radio que le hace compañía en la cocina. Pietro, el médico, atiende a una mujer embarazada de gemelos mostrando el aspecto que presentan en la ecografía. La vida fluye por las corrientes mediterráneas que moldean el territorio insular de Lampedusa.

El rumor de las olas, los trinos de las gaviotas y el viento que surca el horizonte, dotan a la pantalla en negro del espacio que rodea a las personas presentadas al inicio del documental. Gracias al uso de un sonido de fondo imperante, audible en cualquier escala de plano y espacio exterior o interior en los que se desarrolla la acción. Un océano al que nombran temerosos los pescadores, niños, ancianos, doctores, militares y náufragos. Gianfranco Rosi continúa su labor como documentalista con otra muestra de su talento para reflejar la vida cotidiana de los isleños italianos en aquel lugar, siguiendo el curso de los días, desde que amanece hasta que se pone el sol. Un retrato cotidiano que toma la parte de un grupo reducido de apenas cinco personas, para reflejar la totalidad de una población respetuosa con el mar. Habitantes de una localidad superada por los miles de viajeros que emigran huyendo de un origen aterrador. Esos emigrantes que navegan hacinados dentro de frágiles embarcaciones, destinadas a salvarlos de milagro, siempre que consigan llegar a la costa italiana o, al menos, ser rescatadas por las fuerzas de salvamento que fondean las inmediaciones marítimas.

Rosi rueda las imágenes con la fuerza que implica una mirada completa, a lo ancho, utilizando el formato de setenta milímetros que dignifica el día a día de sus pobladores, del mismo modo que la odisea vital de sus forzosos visitantes, esos refugiados provenientes de numerosos países africanos. El director no carga con la cámara al hombro ni dispara sus fotogramas a pulso, sino que usa las armas de la contemplación logradas por la grabación de planos fijos, así como el uso de panorámicas horizontales descriptivas, realizadas con giros de noventa hasta ciento ochenta grados. Una puesta en escena elaborada por planos secuencia sencillos, armónicos con el conjunto de planos fijos, extensos y expresionistas que recorren el metraje. El cineasta interviene como invitado a los juegos, estudios, relaciones familiares de Samuele. Como oyente atento a las disertaciones acerca de la experiencia profesional de Pietro, el galeno, un conocimiento tan unido a sus reflexiones tal vez filosóficas, sobre la vida, la muerte, la necesidad de seguir siendo humano y no autómata ante tanta devastación que llega del otro lado del océano.

Por supuesto no podemos olvidar que la comunidad retratada es una población, ya extenuada, por la recepción permanente de personas que son como ellos, aunque  sean supervivientes de naciones míseras o países en guerra. Unos habitantes que demuestran una generosidad que debería ser ejemplo para el resto de los europeos, en lugar de ser solo un motivo de admiración. Sin embargo el autor, que también ejerce de fotógrafo, coguionista y director, no recurre a melodías musicales tristes que puedan dictar el sentimiento de las imágenes. Tampoco habla de buenos u malos en este éxodo fatal. Su mayor intromisión en el asunto que relata es la elección de los momentos que se proyectan en la sala. Quizás también, haya intervenido en la preparación de las personas que aparecen en escena, son ese Samuele que como parece nacido para comportarse con naturalidad ante las cámaras, frente a las intervenciones más ensayadas de los adultos que lo acompañan. Un largometraje con grandes secuencias como aquella en la que varios emigrados entonan una letanía que relata su viaje, cautiverio en Libia y posterior huída, sin atajos emocionales, con la autenticidad de cantar a gritos su sufrimiento. Una canción que por su magnitud e inmediatez tira por la borda más de cincuenta años de cantautores, canciones protesta y raps. Además llega a otra cima cuando capta el rostro en primer plano de varios sobrevivientes, sobre todo el de un joven que mira directamente a cámara, reforzando su existencia y cuestionando todo lo demás sin cerrar los ojos. Y culmina con secuencias más duras, mostradas con el objetivismo mudo, sin necesidad de usar el zoom o mecanismos técnicos agresores, planos de los hombres que llegan deshidratados, tan cerca de fallecer como de resucitar -afortunadamente-. O la breve vista fúnebre de algunos cadáveres amontonados en el sótano de una barcaza, una imagen que seguramente se censurará en cualquier informativo por su capacidad de abrir los ojos al espectador, sin recurrir al efectismo de otras más icónicas e impactantes durante poco tiempo, que sí se han difundido en televisiones, periódicos y demás medios. Para redondear este análisis conviene aclarar que el cartel explicativo al comienzo del film, referido a la situación geográfica y coyuntural de Lampedusa, con miles de muertos en las últimas décadas, no resulta imprescindible para el buen desarrollo posterior.

Resulta interesante que en 1994 se estrenara Lamerica, la enorme película en la cual se narraba, en clave de drama y aventuras, la tragedia de los millares de refugiados albaneses que llegaban a las costas de Italia. Más de veinte años después, esa ficción se queda corta para relatar lo que sigue sucediendo frente a Italia, aunque en un mundo tan globalizado deberíamos decir frente a Europa u occidente. Gianfranco Rosi recoge el testigo de Gianni Amelio. Pero lo retoma trazando un apasionante fresco acerca de seres humanos que habitan una isla que, bien podría ser cualquier otra cercana a fronteras con varios países. Con esa mirada curiosa a unas fuerzas de vigilancia, seguridad y rescate tan resolutivas como efectivas; tan entregadas como mecánicas. Con ese vistazo poético a los sueños de un buzo que busca calamares en sus inmersiones. Y sobre todo con un acercamiento justo, humanitario, a uno de las mayores crisis que tenemos pendientes de resolución en la actualidad. Una aproximación veraz que siempre se regatea al público con las tertulias de opinión, los noticiarios o el resto de propaganda emitida por corporaciones informativas de canales multimedia y prensa.
Pablo Vázquez Pérez
https://www.cinemaldito.com/fuego-en-el-mar-gianfranco-rosi/ 


 

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