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jueves, 22 de abril de 2021

Pinocchio - Matteo Garrone (2019)

 

TÍTULO ORIGINAL
Pinocchio
AÑO
2019
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
DURACIÓN
125 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Matteo Garrone
GUIÓN
Matteo Garrone, Massimo Ceccherini (Cuento: Carlo Collodi)
MÚSICA
Dario Marianelli
FOTOGRAFÍA
Nicolai Brüel
REPARTO
Federico Ielapi, Roberto Benigni, Gigi Proietti, Rocco Papaleo, Massimo Ceccherini, Marine Vacth, Paolo Graziosi, Marcello Fonte, Teco Celio, Davide Marotta, Gianfranco Gallo, Massimiliano Gallo, Alida Baldari Calabria, ver 5 más
PRODUCTORA
Co-production Italia-Francia-Reino Unido; Archimede, Recorded Picture Company (RPC), Le Pacte, RAI Cinema, Leone Film Group
GÉNERO
Fantástico. Drama. Aventuras | Cuentos. Siglo XIX

Sinopsis
Adaptación de la clásica historia del muñeco de madera llamado Pinocho, que desea ser un niño de carne y hueso. (FILMAFFINITY)

Premios
2020: Premios Oscar: Nominada a mejor diseño de vestuario y mejor maquillaje
2020: Premios BAFTA: Nominada a mejor maquillaje y peluquería
2019: Premios David di Donatello: 5 premios inc. mejores efectos visuales. 15 nom.
 
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El popular libro infantil del autor italiano Carlo Collodi (Le avventure di Pinocchio) es la base del relato de la nueva película de Matteo Garrone, titulada simplemente Pinocchio (2019). Se trata del regreso a su faceta más en contacto con la fantasía —que ya desplegara suntuosamente con Tale of Tales (2015)— y que también continúa con la recurrente preocupación de su filmografía por las consecuencias de los anhelos del ser humano enfrentándose al entorno y a sí mismo. La coherencia visual y la consistencia estética con aquella otra película es obvia de inmediato. Mucho tiene que ver la repetida colaboración con el responsable de vestuario (Massimo Cantini Parrini) y el diseñador de producción (Dimitri Capuani). Ambos ayudan en la construcción de un mundo que se percibe sucio, decadente e inherentemente hostil como escenario para contar la conocida historia de la marioneta que cobra vida mientras su creador, el carpintero Geppetto (Roberto Benigni), lo talla de un tronco de madera que posee cualidades mágicas. Lo que en principio iba a ser un medio para ganarse la vida, le trae un hijo al que tiene que cuidar y educar. Pinocchio es un ser inocente, incapaz de leer las intenciones ocultas de los demás, que también desconoce los posibles efectos indeseados de sus actos.

La estructura narrativa episódica da pie a una película de aventuras de tono amable pero de poso amargo, centrado en el punto de vista del muñeco capaz de hablar y de moverse sin necesitar cuerdas. Él es simplemente una vasija para los valores morales de toda persona con la que entabla relación. A través de los encuentros con los componentes de un teatro ambulante de títeres, de unos criminales que se hacen pasar por sus amigos, de Pepito Grillo o de un hada se irá explorando la naturaleza de la humanidad. Pinocchio no crece ni envejece —símbolo de su incapacidad para aprender con la experiencia salvo cuando le afecta en su cuerpo material directamente— y eso contrasta con el personaje mágico interpretado por Marine Vacth de adulta, un ser sabio de existencia onírica que Garrone trata con la suficiente ambigüedad para proporcionar de una atmósfera de irrealidad el tiempo que pasa interactuando con ella. Una y otra vez cae el muñeco en las garras del destino trágico, de la maldad y de la trampa de los intereses egoístas propios y ajenos. Sólo el hada le perdona reiteradamente y mantiene la fe en su bondad y buen juicio mientras le promete convertirlo en un niño de verdad si se demuestra digno de ello. Una necesidad de combinar una sensibilidad adecuada y sentido común que vertebran la poderosa moraleja de la historia peripecia tras peripecia, que está presente desde su inicio hasta el final.

El mundo fantástico de Garrone se sustenta sobre la aproximación naturalista con el uso de la luz en exteriores y en la captura de ambientes y espacios que se sienten vulgares y cercanos —ya sean palacios, cuadras o tabernas—, explotando la autenticidad de los decorados y la verosimilitud de los maquillajes prostéticos. Lo mágico reside más en el interior de los personajes que fuera, donde se proyectan sus ambiciones y sueños rodeados de miseria, injusticia y falta de escrúpulos. Hasta los planos generales sirven a esta contradicción del horror que esconde el regalo envenenado de la libertad sin condiciones, de la negativa a la ayuda en un momento de extrema necesidad o de la felicidad de unos ladrones esperando a que muera colgado de un árbol su última víctima. La belleza, lo maravilloso, lo extraordinario se extrae por contraste constante con lo espeluznante que la rodea retratado en una fotografía pálida y tenebrosa. Pequeños destellos de esperanza son los que como espectadores vamos encontrando junto a un protagonista que en la búsqueda de su padre vive lo suficiente para llegar a entender por fin el esfuerzo, la tenacidad y el altruismo en su contexto. La esencia de reciprocidad que mantiene la armonía de las conexiones y acuerdos de convivencia, que nos protege para sobrevivir como individuos en sociedad.
Ramón Rey
https://www.cinemaldito.com/pinocho-matteo-garrone/


Una de las características mas notorias del cine de Matteo Garrone es que, aun manejándose ocasionalmente en la fantasía, conduce por territorios del neorrealismo italiano. Lo hace en primer lugar desarrollando una tendencia que de un tiempo a esta parte globaliza el cine europeo y, por ende, gran parte de la cinematografía contemporánea con denominación de autor. Esa tendencia indaga en los valores y pasiones que hace décadas instauraron los maestros de la llamada era de la modernidad en el cine. Pero lo significativo de estos apuntes, o en este caso del propio Garrone, es como los retoma con devota tristeza sabedor de que lo que filma no tiene posibilidad de trascender. De una forma telúrica su discurso se ciñe a lo meramente depositario. El cineasta constata un viaje a los lugares recónditos de la Italia profunda, y reflexiona, con parsimonia, con elegancia, sobre los lazos que unen el cine del pasado con el nuestro. Garrone se hace cargo de esa antigua modernidad y por desgracia asume no poder superarla o derogarla. Sus ultimas películas, desde Reality (2012) a Dogman (2018), pasando por este Pinocho (2019) que nos ocupa, pretenden excavar en las ruinas de la pobreza contaminadas por la herencia de sus antepasados, como si la de Europa fuera la historia de una crisis perpetua. Con otras palabras, muestra enorme desconfianza ante lo que narra oteando horizontes milenarios, paradigma del agotamiento y muerte. Todos aquellos realismos tienen cabida en su obra por mera alusión, en una imagen que confunde y ostenta mirarse en los espejos del tiempo. Para ello, allí donde los grandes maestros del cine italiano buscaban deformar la realidad, Garrone busca insistentemente en continuarla sin atisbo alguno de inventar o descubrir nada nuevo. En resumen opta por la melancolía, y en esta repetida cualidad sus filmes abordan relatos folclóricos de vapores archivísticos. El pictorialismo de sus texturas visuales arremete contra la modernidad. Cuanto más oscura y terrorífica se vuelve su mirada más cerca se encuentra del valor paleográfico fruto de una vocación que estudia las escrituras antiguas de sus antecesores.

Italo Calvino decía que Fellini era un director fundamentalmente realista, una realidad que no se revela, de manera automática, a la simple observación directa y de la que es necesario producir una imagen distorsionada para producir ese sabor de verdad. Por eso lo felliniano negaba la antigüedad porque su realidad estaba decodificada, lejos de las formulas estereotipadas de sus coetáneos, y su cine proyectaba ideas verdaderas comprimidas en las mentiras más inverosímiles. Las aventuras de Pinocho, celebre novela de Carlo Collodi, ya había pasado por la mente del director de La Dolce Vita, y plasmada con descaro benigniano en la esperpéntica Pinocchio (2002). La pesadillesca imagen de un Benigni en pololos y gorrito de picarote, debería haber alejado a futuros directores de readaptar el cuento, sin embargo Garrone se atreve, no solo a depositar una nueva versión del clásico, sino a teledirigir una versión apócrifa del mismo Benigni aquí intercambiando papeles y dando vida a Geppetto, padre de la criatura. Doble moral la del cineasta. Lo acertado es cómo sobrelleva esa figura de un Geppetto austero, comedido, que ejemplifica la metáfora perfecta del decadentismo europeo. Los primeros y brillantes minutos de Pinocho ahondan a fondo en el carácter de un hombre entristecido, en la soledad de un mundo gris, miserable. Imágenes temblorosas filmadas como simulacros de la supervivencia. La presentación del personaje entronca directamente con la versión de la miniserie dirigida por Luigi Comencini y en la que Nino Manfredi encarnaba a un Geppetto similar. Garrone utiliza los elementos decorativos y los escenarios para ceñirse a la neorrealidad de aquellas producciones de los setenta, la diferencia salta a la vista en la mala praxis de lo digital y el excesivo uso del CGI, en un compendio de diseños virtuales de extraño feísmo. No es casual que la propia obra de Collodi navegase en terrenos pantanosos y una crueldad manifiesta en los símbolos del subtexto. En los primeros borradores del cuento Pinocho moría colgado de un árbol. El sentido de las marionetas, vistas en versiones cinematográficas como recursos de la posguerra o del holocausto judío, en su periplo iniciático alejado del padre o de la tierra, reaparecen en esta interpretación como testigos de los tiempos de guerra y hambre. Un dialogo muy característico en la película, que sirve de ejemplo a estas teorías, es cuando el personaje de Mangiafuoco pregunta a Pinocho: ¿Cuál es el oficio de tu padre?, a lo que este responde: Pobre. Una sencilla pero elocuente parábola sobre los marginados del mundo.

Garrone liga las acciones de su historia con la realidad sin limites mostrada por los microcosmos y universos tanto de Fellini como de Pasolini. La amplia libertad formal con la que cuestionaban y reescribían los clásicos inmortales sin abandonar un punto de vista tradicionalista. En El Decamerón (Pasolini, 1971), las andanzas de Andreuccio de Perugia guardan similitudes con Pinocho, siendo engañado dada su juventud e inocencia. Pero, qué duda cabe, es el Pinocho de Garrone la versión más fiel de las posibles porque su fragmentariedad ejerce la visión de un cuento de horror, que rehúye de la fantasía para articularse en lo cotidiano. Se trata de un ejercicio alambicado, deslizándose siempre en la cuerda floja, una especie de tejido a medio coser cuyos hilos se deshilachan a cada cambio de acto. La abstracción por tanto está asentada en un tratamiento histórico y real, dado el carácter netamente italiano de sus criaturas. Una revisión política del cuento, ordenada bajo arquetipos del presente aunque sus signos pertenezcan a épocas anteriores.

Pinocho, sin duda, resulta también una película difícil de reubicar. Más incomoda que encantadora le costará hallar un publico objetivo. Alejada por completo de los patrones Disney, tampoco tendrá fácil llegar al publico infantil. Adolece de un ritmo desigual, cuyos pasajes más interesantes se alternan con otros más tediosos. Muchos han subrayado los aspectos artísticos del filme, pero apenas han meditado acerca del valor sonoro y musical llevado a cabo por el compositor Dario Marianelli, una gestión brillante de la narración que lo fía todo a la musicalidad sin ser mera descripción de paisajes o estampas bonitas. Es importante destacar la función de la banda sonora habida cuenta de lo alejada que se encuentra de los estándares habituales del cine hollywoodense, o incluso de otros trabajos de encargo del propio Marianelli (Everest, Bumblebee, etc.…), ajustados a los intereses técnicos y corporativos de la industria. No es un simple estudio puesto a favorecer o acompasar a la “imagen bella” su instrumentación escribe el sentimiento de la obra de Collodi a la misma vez que se adapta a lo que pretende encontrar Garrone en su mirada. Reduciríamos de manera sustancial la música si nos limitásemos al simple aderezo, el compositor recurre a un sonido de trovadores, o comedia del arte, que tiene mucho de esa naturaleza ambulante. El tema principal es toda una declaración de intenciones con el uso de la guitarra española. Por lo demás un score con predominio de los instrumentos de viento madera, sutil, bellísimo, con notables contratemas y melodías orquestales ricas en variedad temática. Con ello, estamos ante un Pinocho extraño, que en una mirada superficial y rápida puede incluso hasta resultar molesto, atonal, oscuro, pero que sortea su épica algo ortopédica con un compromiso singular, calmado y hermoso. Un Pinocho eterno y decadente.
David Tejero Nogales
https://www.elantepenultimomohicano.com/2020/10/critica-pinocho-matteo-garrone-2019.html 

El cine italiano ha destacado históricamente por su minuciosa atención al humanismo con el que ha sabido construir una filmografía capaz de enamorar a los espectadores de todo el mundo con sus historias universales y moralistas. Ya en plena etapa neorrealista, Vittorio de Sica colaboró con su inseparable guionista Cesare Zavattini para regalarnos la esperanzadora Milagro en Milan (1951). Años más tarde, Giuseppe Tornatore volvió a situar la cinematografía nacional en lo más alto con su encantadora Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988), y su testigo lo cogió una década más tarde La vida es bella (1997), la obra del multifacético Roberto Benigni. Sin embargo, Italia busca dar un nuevo golpe sobre la mesa, y aunque de momento todo apunta a que la responsabilidad podría recaer en manos de Lazzaro feliz (2018) de Alice Rohrwacher, los italianos intentan dar con la tecla exacta para, de una vez por todas, sacarse la espina de poder adaptar la historia de una de las figuras más queridas de su literatura infantil pero también universal. El Pinocho (Pinocchio, 2019) de Matteo Garrone nace de esa necesidad compulsiva.

En 2002, Benigni presentaba su adaptación millonaria en imagen real del emblemático cuento con el que el escritor Carlo Collodi relataba las precarias y desafortunadas aventuras de aquella marioneta de madera a quien recordamos afablemente por ver cómo le crecía la nariz cada vez que de su boca salía alguna mentirijilla. Pues bien, parece que el actor y director italiano no tiene suerte a la hora de intimar con Pinocho, puesto que de nuevo, y esta vez a las órdenes de Matteo Garrone, la enésima proyección cinematográfica del relato no acaba de convencer. Tras su paso por la Berlinale, Pinocho se aventura a ser estrenada en las salas comerciales con la intención de recuperar la fábula moralista de superación en estos tiempos de pandemia en los que los cines apuestan por grandes nombres que puedan salvar la industria cinematográfica. Sin embargo, esa ecuación que los distribuidores buscan resolver gracias a la propuesta que plantea la pareja Benigni-Garrone resulta ser lamentablemente fallida.

A Benigni se le recuerda principalmente por el ya mencionado film La vida es bella, el multipremiado drama emotivo ambientado en los crematorios nazis en el que ejercía de padre sobreprotector de un joven al que hace creer que la guerra no es más que un juego. En Pinocho repite rol, esta vez encarnando al carpintero Geppetto: a priori, un papel perfecto al mito construido en torno a su encantadora y tierna figura consagrada; a posteriori, una actuación desaprovechada por la escasa y precoz aparición que le concede Garrone, no sacando partido suficiente a las dotes cómico-dramáticas del actor toscano. Se nos roba incluso el momento más mágico de la historia, ese en el que Pinocho cobra vida y Geppetto recupera la ilusión perdida de ser padre. La relación paterno-filial inicial carece de pasión, de sentimiento, y en consecuencia, su reencuentro final tampoco consigue emocionarnos, ni siquiera apoyándose en la música. Y es que, la película respira la voluntad de ceñirse lo más posible al texto original del Collodi, pero en el intento, peca de no saber traducir las palabras en imágenes, negando al artificio cinematográfico su expresividad autosuficiente.

Hablar de Garrone es sin duda recordar su cruda intromisión en la mafia napolitana que realizó en Gomorra (2008), esa obra que dejó muda a gran parte de la crítica y que se ganó la admiración de la cinefilia internacional. Las dosis de energía que se respiraba en la nerviosa y brusca adaptación de la novela escrita por Roberto Saviano, sin embargo, no se aprecian en su propuesta semi-animada sobre la marioneta de madera. En Pinocho, Garrone se pierde a la hora de compaginar la Italia rural, sucia y decadente del siglo XIX con la del mundo fantasioso que rodea al joven protagonista. El Grillo, el Zorro, el Gato… los personajes tan llamativos del cuento original aparecen esperpentizados, desagradables, y su caracterización semi-humana deja mucho que desear.

En su intento de crear un universo fantástico —ya lo había hecho en la malograda El cuento de los cuentos (2015)—, Garrone aparta esa esencia realista y violenta que adoptó en Dogman (2018) para volver a desinflarse en el intento, y es muy posible que su película quede completamente relegada por la recreación en live-action que Disney ya prepara. Y es que, de la misma manera que ha hecho estos últimos años con El rey león (Jon Favreau, 2019), Dumbo (Tim Burton, 2019) o Mulán (Niki Caro, 2020), la compañia estadounidense pretende recuperar la homónima —y tan exitosa— película animada de 1940.
Ander Macazaga
https://revistamutaciones.com/pinocho-2019-roberto-benigni/ 


 
 

2 comentarios:

  1. Excelente!
    Me pongo a bajarla.
    La aprovecharé para pasdarla cuando venga mi nieto de 4 años de Barcelona.
    Y gracias a tí
    Jazzing

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  2. Gracias Amarcord, y se grádese la calidad también

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