TÍTULO ORIGINAL
Il divo
AÑO
2008
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
DURACIÓN
110 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Paolo Sorrentino
GUIÓN
Paolo Sorrentino
MÚSICA
Teho Teardo
FOTOGRAFÍA
Luca Bigazzi
REPARTO
Toni Servillo, Anna Bonaiuto, Piera Degli Esposti, Paolo Graziosi, Giulio Bosetti, Fanny Ardant, Flavio Bucci, Carlo Buccirosso, Giorgio Colangeli, Alberto Cracco, Lorenzo Gioielli, Gianfelice Imparato, Massimo Popolizio, Aldo Ralli, Giovanni Vettorazzo
PRODUCTORA
Co-production Italia-Francia; Indigo Film, Lucky Red, Parco Film, Babe Film, Studiocanal, arte France Cinéma
GÉNERO
Drama | Biográfico. Política. Mafia
Premios
2009: Oscar: Nominada al mejor maquillaje
2009: British Independent Film Awards (BIFA): Nom. mejor película intern. independiente
2008: Festival de Cannes: Premio del Jurado. Premio técnico
2008: 7 Premios David di Donatello, incluyendo mejor actor (Servillo). 16 nominaciones
2008: Premios del cine europeo: mejor actor europeo (Toni Servillo). 5 nominaciones
Elio Petri, Francesco Rosi, Marco Bellocchio, Mario Monicelli y tantos otros son un referente inequívoco de la grandeza cinematográfica que el cine político ha alcanzado en Italia, y me refiero al cine que tiene como objetivo la realidad política o cómo se cuece esta en la sociedad italiana, porque la vertiente social del cine italiano es una constante de su cinematografía y va bastante más allá de lo que ahora y aquí, en esta crítica y a propósito de esta película de Sorrentino acotamos como “cine político”. Tengo muy presente, porque no hace mucho que la vi, esa joya de este tipo de cine que es Las manos sobre la ciudad, de Francesco Rosi,y que ya tuve ocasión de criticar en este mismo Ojo hace un par de años o poco menos. La diferencia notable, y de la que se beneficia enormemente la película de Sorrentino, es la restricción que ha ejercido el autor sobre su materia: se ha centrado en los últimos años de un personaje al tiempo siniestro y seductor: Giulio Andreotti o “el gran urdidor” de la política italiana, un personaje indispensable par entender los entresijos de la política italiana casi en toda la segunda mitad del siglo veinte. La composición que hace Toni Servillo de él, a través de una curiosa caracterización física, va más allá del realismo para caer en la interpretación irónica del personaje, porque, cinematográficamente, al menos, es imposible no pensar en el Nosferatu de Murnau, y ahí está ese mundo de sombras, penumbras, noches en vela, estancias cerradas y escasamente iluminadas, para identificar un referente «maligno» que contrarreste el marcado sesgo católico militante del protagonista de buena parte de la historia política italiana. Hay, a mi entender, una dimensión más teatral que cinematográfica en la construcción del personaje. Su manera de andar, lo untuoso de sus gestos y maneras, su cortesía exquisita, y, sobre todo, el poderosísimo cinismo que desgrana el autor a través de unas réplicas que condensan un saber no impropio de Maquiavelo y totalmente congruente con el de Guicciardini, nos ofrecen una imagen del personaje que está a mitad de camino entre la repulsión y la seducción. Sí, existe la inteligencia política, un arte con el que se nace pero que solo se desarrolla apropiadamente cuando se llega a la cima del poder como llegó Andreotti. La esencia de su acción política es la suavidad de las formas con la dureza en el mantenimiento de sus posiciones ideológicas, o lo que es lo mismo, el cumplimiento estricto del viejo adagio jesuítico: suaviter in modo, fortiter in re (suave en las formas, duro en el fondo). El paradigma de ello es la resistencia numantina que se autoimpuso frente al chantaje de las Brigadas Rojas cuando el secuestro de Aldo Moro puso en jaque al Estado italiano, justo cuando Andreotti iba a ser elegido Jefe de Gobierno con los votos sumados a la Democracia Cristiana del Partido Comunista de Berlinguer, lo que se denominó, entonces, el “compromiso histórico”. La película de Sorrentino ahonda, a lo largo de todo el metraje, en la ambigua posición de Andreotti en muchos de los asuntos que conmovieron a la política italiana no solo con el secuestro de Moro, sino también con los suicidios aparentes de personajes como Roberto Calvi, el famoso “banquero del Vaticano”, que amaneció colgado de un puente, en Londres o con no pocos asesinatos de la mafia en represalia por la acción de los jueces y los carabinieri contra ellos. La supuesta conexión de Andreotti no solo con la mafia, sino con la enigmática logia P2, dirigida por Licio Gelli, no solo arrojaron serias sombras sobre su acción política, sino que incluso fue llevado a juicio varias veces, aunque siempre fue absuelto por falta de pruebas concluyentes de su participación en esas redes oscuras de intento de dominación de los aparatos del Estado. La película de Sorrentino, muy íntima, en la medida en que pueda hablarse de «intimidad» respecto de un político tan enigmático, críptico y oscurantista como Andreotti, se centra en una labor de descripción de su modus operandi político que refleja en todo momento la concepción caciquil e incluso mafiosa de la política, porque no son pocas las ocasiones, sobre todo en su relación con la gente del pueblo que su «generosidad» adopta un vago aire de modo corleonesco, paternal como el don Vito de Marlon Brando en El padrino. La composición de Servillo, que peca algo de paródica, limita mucho la evolución «natural» del personaje, que siempre aparece forzadísimo, rígido y relajado en la intensificación de su característica «chepa». Las maneras vaticanistas se adueñan del personaje y tanto en las relaciones políticas como en la familiar con su esposa, por ejemplo, apenas distinguimos la más mínima variación en los gestos o los énfasis: Andreotti era un ser humano de una pieza, o al menos eso nos transmite la película. Las escenas del Parlamento, cuando se somete con serenidad estoica al desprecio de su persona para ocupar el alto cargo de Presidente de la República al que aspira como culminación de su carrera política, mientras sus «delegados» despliegan por los pasillos todo un abanico de recursos seductores para lograr los votos que le permitan auparse a esa dignidad institucional son impagables. Y recuerdan vivamente los de Las manos sobre la ciudad: captan una manera tan especial de entender la vida democrática que no me extraña que el cine político constituya un capítulo tan vigoroso en la cinematografía italiana. El espectador quiere suponer que, mutatis mutandis, hay una línea de continuidad histórica entre el lejano senado romano y el parlamentarismo italiano actual, una vívida imagen entre histórica y antropológica que nos permite asistir con interés a la proyección. Andreotti ha pasado a la politología como el creador de una expresión que no es, propiamente, invención suya: manca fineza…, toda una declaración de principios de quien siempre se impuso desde esa untuosidad en las maneras y unas férreas convicciones que ni siquiera en el caso del secuestro de Moro le inclinaron a abrir una negociación con los terroristas para salvar la vida del máximo exponente de su partido, la Democracia Cristiana. Conviene recordar que esta película nos remite a otra, no menos política, Buenos días, noche, de Marco Bellocchio, que narra el cautiverio y la muerte de Aldo Moro desde el punto de vista de los terroristas de las Brigadas Rojas. De más está decir que el trabajo de Toni Servillo está a la altura de sus grandes personajes en el cine, como el del cínico escritor de La gran belleza, y que en buena parte a él se debe la capacidad de revelación psicológica del protagonista a través de sus miradas, la beatitud de sus maneras devotas y, sobre todo, del laconismo de unas apostillas con las que bien pudiera crearse un prontuario de excelentes aforismos políticos. Recordemos, para acabar, que el mismo Toni Servillo sirvió de excepcional vehículo interpretativo a Roberto Andó para su película política Viva la libertad, en la que Servillo interpreta a unos hermanos gemelos, uno de los cuales, filósofo “en eterna crisis”, sustituye al triunfador de la familia: el político. Otra muestra más de este inagotable capítulo de una cinematografía tan fecunda como la italiana.
Juan Poz
http://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com/2019/05/il-divo-de-paolo-sorrentino-en-la-mejor.html
Una de las escenas cumbre de esta extraordinaria y compleja, en el mejor sentido, biografía no autorizada de Giulio Andreotti (vampírico y genial Toni Servillo) nos enseña la llegada al palacio del poder, haciendo ostentación de este, de toda la corte de seguidores de un maquiavélico tirano. La Roma eternamente en construcción, a medio hacer, sigue siendo esa cloaca imperial de césares y crímenes en las escalinatas de la República. Políticos (una Democracia Cristiana en intestinal guerra suicida), senadores, fantasmas (Aldo Moro), mafiosos (Toto Riina, un angelito al lado de Il Divo) y otras víctimas silenciosas (periodistas asesinados) son, para Paolo Sorrentino, el coro griego de una tragedia latina. Tragedia porque hablando de un pasado no tan lejano está hablando del presente, de Berlusconi. Este novísimo cine italiano actual sorprende en su combativa resurrección: si Gomorra es una magistral mixtura entre Michelangelo Antonioni y Bruno Corbucci, Il Divo, con su acelerado tempo narrativo y dramático, sale exitoso de fusionar a Elio Petri con Oliver Stone. De furioso montaje y adictivo suspense (hay algo de las maquinaciones de El Padrino, Parte III: el banquero Calvi, por ejemplo), el film es lección política y retrato inmisericorde un, venerable, monstruo de hoy.
Fauto Fernández
https://www.fotogramas.es/peliculas-criticas/a258980/il-divo/
Il Divo, filme italiano dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino, galardonado como mejor director joven en el Festival de Cine en Buenos Aires, cuyo actor favorito ha sido Toni Servillo, quien justamente protagoniza El Divo, película biográfica del primer ministro Giulio Andreotti.
Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia, uno de los máximos exponentes de la Democracia Cristiana, uno de los personajes más reconocidos de la política italiana, activo en el parlamento de aquel país desde los años 40´s. El filme de Sorrentino muestra un Andreotti duro, decidido, crítico y firme, pues comienza haciendo un enramado de personajes y situaciones, cuyo eje es el asesinato de Aldo Moro; refiere un Andreotti ligado a múltiples escándalos de corrupción y relacionados con la Mafia Italia.
La película transcurre entre dos puntos importantísimos, el primero es la entrevista con el periodista y la segunda es el monólogo sentado en una silla, intenso y lleno de arrogancia y cinismo.
Llama especialmente la atención aquella escena en la que aparece la frase atribuida a Indro Montanelli “mientras Gasperi hablaba con Dios, Andreotti hablaba con el cura”, haciendo alusión a que este último en la iglesia hablaba no con Dios sino con el cura, pues éste si votaba, lo cual deja entrever la ambición y pasión que Andreotti tenía por la política, ya que ésta era su vida, pues como lo detalla el filme, Andreotti incluso los domingos se dedicaba a sus labores políticas.
Andreotti, tenía múltiples sobrenombres entre los que destacan Belcebú o “el jorobado”, o “el divo”, constantemente aquejado por cefaleas, de personalidad muy peculiar, lo cual se hace notar, en la parte del filme dónde se menciona que le pidió matrimonio a su esposa en un cementerio, dejando claro que no era poseedor de la cualidad de romanticismo.
A pesar de haber conseguido ser siete veces primer ministro de Italia y pertenecer al parlamente como senador vitalicio, nunca consiguió ser presidente; además, el demócrata cristiano, fue acusado de colaborar con la Mafia Italiana de la Cosa Nostra, y del asesinato, entre otros, de Aldo Toro.
Los tribunales italianos, lo enjuiciaron, lo encararon, a lo que Andreotti mantuvo siempre la firmeza e impenetrabilidad que lo caracterizaba, las escenas que retratan ese momento, muestran un Andreotti imperturbable, firme e incluso pareciera cínico. Cabe resaltar que fue absuelto por todas acusaciones intentadas en su contra, mientras que otras tantas ya habían prescrito al momento del inicio de los procedimientos en su contra. Incluso, en el famoso juicio, un testigo aseveró que Andreotti besó en la mejilla a Salvatore Totó Riina “La Bestia”, jefe de la Cosa Nostra, siendo éste un gesto característico de la mafia.
Esta película nos ofrece una visión, extremadamente particular de Giulio Andreotti, pues lo describe como un hombre perseverante, imperturbable, muy inteligente y culto así como con una extraordinaria capacidad de concentración y resistencia, siempre inmerso en un sueño de gloria, pues sólo parece importarle el poder y parece ajeno a cualquier acto del exterior.
El filme nos permite adentrarnos en la cúpula de la política italiana, “perpetuar el mal para garantizar el bien”, resulta ser la consigna del personaje encarnado por Toni Servillo, Sorrentino nos da una visión panorámica de las entrañas del poder durante la época de Andreotti y como éste se entremezclaba la Cosa Nostra.
Aldonza Lorenzo
https://enopiniondedulcineadotcom.wordpress.com/2016/03/16/por-que-debes-ver-il-divo-de-paolo-sorrentino/
fabuloso ! Muchas gracias !
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