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jueves, 8 de julio de 2021

Notti magiche - Paolo Virzi (2018)

TÍTULO ORIGINAL
Notti magiche
AÑO
2018
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
DURACIÓN
110 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Paolo Virzì
GUIÓN
Francesco Piccolo, Francesca Archibugi, Paolo Virzì
MÚSICA
Carlo Virzì
FOTOGRAFÍA
Vladan Radovic
REPARTO
Mauro Lamantia, Giovanni Toscano, Irene Vetere, Giancarlo Giannini, Roberto Herlitzka, Paolo Bonacelli, Ornella Muti, Marina Rocco, Andrea Roncato, Giulio Scarpati, Emanuele Salce, Giulio Berruti, Ludovica Modugno, ver 4 más
PRODUCTORA
Lotus Productions, RAI, 3 Marys Entertainment
GÉNERO
Comedia. Intriga | Años 90. Comedia negra

Sinopsis
Verano de 1990. El cadáver de un renombrado productor de cine aparace en el río Tíber. Los principales sospechosos son tres jóvenes aspirantes a guionistas. (FILMAFFINITY)

Premios
2018: Festival de Valladolid - Seminci: Sección oficial

4 

El director italiano Paolo Virzì no se anda con chiquitas. En línea con El capital humano, en la que se proponía indagar en las zonas más oscuras de la clase alta del país con forma de bota, con Notti Magiche propone una aproximación doble: el fin de una era cinematográfica y el inicio de una cambio social, todo en el contexto del Mundial de 1990.

En medio de la desazón por la derrota de la selección local ante el equipo de Maradona, un auto cae al río con el cadáver de un reputado productor dentro. Los principales sospechosos del crimen son tres jóvenes guionistas finalistas de un concurso, quienes narrarán ante la policía todo lo ocurrido durante la última semana.

La ubicación de la acción en un marco audiovisual le permite a Notti Magiche incluir múltiples guiños a la historia del cine italiano y a sus máximos referentes, en una aproximación no exenta de humor e ironía ante el cambio generacional producido en esa época. Cine dentro del cine, podría pensarse. Pero la película es también una commedia all’italiana plagada de diálogos veloces y enredos de diversa índole, además de varios comentarios sociales que abordan la coyuntura de los ’90.

No todas situaciones funcionan bien y, por momentos, los mecanismos del guión se notan forzados. Sin embargo, Notti Magiche se erige como una propuesta simpática y atractiva, a la vez que un homenaje a un tiempo y a una forma de hacer y pensar el cine que se fue para ya nunca más volver.
Ezequiel Boetti
https://www.otroscines.com/nota-14694-critica-de-notti-magiche-de-paolo-virzi


Mundo en decadencia

Con la serie de penales de la semifinal Argentina vs. Italia como marco temporal y fondo musical de “Un verano italiano” –el célebre tema del mundial de fútbol 1990, cuyo estribillo le presta el nombre a la película–, un automóvil de lujo sale disparado desde un puente romano y ameriza con escasa elegancia sobre las aguas del Tíber. Dada la decepcionante coyuntura futbolística, muy poca gente en la terraza del bar cercano le presta atención al extraño objeto volador. Así comienza Notti magiche, el más reciente largometraje del toscano Paolo Virzì, fecundo realizador de quien en la Argentina se ha conocido una buena parte de su filmografía, incluidas Loca alegría, Tutti i santi giorni y El capital humano. Fecundo y ecléctico: sus películas suelen alternar el humor y el drama humano y social, muchas veces en un mismo relato.

Estas “noches mágicas” se enrolan conscientemente en la tradición de la commedia all’italiana, con sus dardos venenosos aplicados, en esta ocasión, a la industria del cine. O, mejor dicho, al ocaso definitivo de sus épocas doradas, en la prehistoria del reinado de Berlusconi. El descubrimiento del cadáver de Leandro Saponaro, otrora un poderoso productor        –tanto del más reputado cine autoral como de decenas de exitosos poliziotteschi– provoca la detención de tres jóvenes aspirantes a guionistas. También a un largo flashback que describe los acontecimientos y detalles que llevaron a la muerte del produttore (un Giancarlo Giannini al borde de la histeria, con guiños al muy real Cecchi Gori padre), en esencia un macguffin narrativo, al menos hasta los tramos finales. Lo que más parece preocupar a Virzì y a sus dos coguionistas es construir una sátira de ambientes, personajes, usos y costumbres, en ocasiones atinada e hilarante, en otras no tanto.

Antonino, Luciano y Eugenia    –los ternados para un concurso nacional de guiones cinematográficos, cada uno de ellos con características y rasgos de carácter muy definidos– hacen las veces de ventanas hacia un extraño microcosmos de escritores, realizadores y productores veteranos que llevan la marca del cinismo en cada frase que le prodigan al mundo. “Buona notte, va’ a fanculo”, se despide el sceneggiatore interpretado con alta gracia por el gran Roberto Herlitzka, un tal Fulvio Zappellini, homenaje encubierto a Furio Scarpelli, legendario creador de guiones, desde las primeras películas de Totò a Il postino. Por cierto, las decenas de referencias directas e indirectas a los grandes nombres ocultos del cine italiano –aquellos que trabajaban sentados delante de la máquina de escribir– pueden pasar desapercibidos para una parte importante de la audiencia, aunque no así la inclusión entre sombras de un Marcelo Mastroianni (llorando desconsoladamente por el enésimo abandono de la Deneuve, esa “stronza”) o de un Federico Fellini rodando la última escena de su canto de cisne, La voz de la luna.

El trío de jóvenes, algo ingenuos en cuanto a las prácticas reales del oficio, intenta insertarse profesionalmente con sus creaciones, pero lo que encuentran son grandes nombres venidos a menos, “autores” dispuestos a conceder toda clase de libertades y un estado general de desesperanza. Entre apunte y apunte, la trama avanza a velocidades nada desdeñables, saltando de una escena a otra, y si algo no le falta a Notti magiche es ritmo. Esa cualidad de sketches contenidos en sí mismos puede ser entendida como un demérito general, pero en ocasiones se transforma en virtud. Los mejores momentos del film se imponen como aguafuertes de un mundo en decadencia que insiste en hacer gala de los lauros pretéritos, falsos espejos de los oropeles presentes.
Diego Brodersen
https://www.pagina12.com.ar/199960-mundo-en-decadencia


Notti magiche: agridulce nostalgia fílmica

Luego de una buena escena de apertura que reúne dos hechos disímiles (la eliminación de la selección local de fútbol a manos de la Argentina en el Mundial de Italia 1990 y el rescate de un Maserati hundido en el río Tíber romano), Paolo Virzi apela al despliegue de un generoso flashback que, con la excusa de reconstruir las motivaciones de un crimen (el del renombrado productor que viajaba en ese automóvil), va contorneando un alborotado, satírico y también melancólico homenaje a algunos de los más grandes héroes de la historia del cine de su país: Ettore Scola (Virzi ha declarado que tuvo la primera idea para esta película en el funeral del director de Feos, sucios y malos), Federico Fellini (hay un escena que lo recuerda con gracia y calidez), Bernardo Bertolucci, Marcello Mastroianni, Vittorio Storaro.

Los protagonistas son tres jóvenes guionistas que desean acomodarse en el mundo del cine y lucen como una versión liviana y caricaturesca del trío que creó Francois Truffaut para su formidable Jules et Jim. Ellos se sumergen de lleno en el clima de comedia all'italiana -exaltada, kitsch, sensual, parlanchina- que claramente domina una película que observa una mitología perimida en ciertos momentos con ironía, en otros con espíritu lúdico (ahí está como prueba el cameo de una Ornella Muti transformada en provocativa maggiorata) y finalmente con una agridulce nostalgia.
Alejandro Lingenti
https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/cine/agridulce-nostalgia-filmica-nid2257354/

***

Notti Magiche – una commedia sul declino del cinema italiano

Roma. Nell'estate del campionato del mondo 1990, precisamente il 3 luglio durante la semifinale fra Italia e Argentina, un noto produttore cinematografico (Giancarlo Giannini) viene trovato morto nelle acque del Tevere. I principali sospettati dell'omicidio sono tre giovani aspiranti sceneggiatori: nel corso di una notte in caserma viene ripercorso il loro viaggio trepidante, sentimentale e ironico nello splendore e nelle miserie di una gloriosa stagione del cinema italiano ormai al tramonto.
Virzì torna alla regia con una commedia grottesca sulla tragica situazione del cinema italiano; una parodia costruita sul citazionismo e sulla forza dei dialoghi, la quale nella sua spregiudicatezza e ilarità cela amare riflessioni e la ricerca di una nuova via. Fin da subito appare chiaro come Notti Magiche sia modellato sul solco de La dolce vita, il cui continuo omaggio mette in risalto la contrapposizione tra il fascino dell'epoca felliniana e la decadenza che vi è succeduta. Una decadenza sociale e artistica, che si riflette nei film e comporta il degrado del cinema italiano. In fondo Virzì mette in scena una sorta di simposio dove le diverse tipologie di personaggi sostengono le proprie personali idee e concezioni del cinema: c'è la moltitudine, interessata a un cinema commerciale che diverta e li arricchisca; il regista comunista polemico e contro il sistema, che sostiene di essere caduto in disgrazia in nome del cinema impegnato, ma anche lui alla fine pronto a cedere a qualche sgradevole compromesso pur di tornare in auge; il giovane e superficiale idolo delle teenager (Giulio Berruti); il cineasta del cinema dell'incomunicabilità, silenzioso e sempre in disparte; lo sceneggiatore (Roberto Herlitzka) di film drammatici di alto livello artistico, pessimista, saggio e cupo, disprezzante tutto ciò che lo circonda, sostenitore del bisogno degli sceneggiatori di divenire indipendenti dai registi e realizzare da sé la propria opera, oltre che della necessità del cinema di mostrare il tempo che passa inesorabilmente. È un mondo di vecchi quello dell'industria cinematografica italiana e i tre giovani protagonisti aspiranti sceneggiatori vi si ritrovano immersi, travolti e sballottati in varie direzioni dalla corrente degli interessi economici e dei vizi umani. Un'elite di veterani dello spettacolo che si detestano reciprocamente e tiranneggiano sui loro giovani protetti.
Tutto è eccessivo e irriverente, i personaggi stravaganti e caricaturali, il linguaggio spesso volgare. In fondo gli anni '90 di Notti Magiche si pongono temporalmente tra La dolce vita e La grande bellezza, altro film emblematico della decadenza della nostra società, testimoniando le differenze e la forte continuità tra i diversi decenni italiani. L'omaggio a Fellini è esplicito, ma Notti Magiche è ricco in generale di allusioni alla vasta storia del cinema italiano, a partire dall'artificioso e spiazzante interrogatorio in caserma durante le cupe ore notturne, palese rimando a Una pura formalità di Giuseppe Tornatore, con Gérard Depardieu e Roman Polanski. I tre giovani protagonisti, cinefili e inusuali, con la loro rapida amicizia e la condivisione di ogni momento, con le loro corse piene di passione e lo sguardo pieno di curiosità e desiderio di scoprire nuovi angoli della vita e dell'arte, con le loro discussioni artistiche nel salotto non possono non far pensare al folle e affascinante trio di The Dreamers di Bertolucci. In particolare spicca l'attrice Irene Vetere, in Notti Magiche dark e vulnerabile, ricca e malinconica, bella e intelligente, con molto di simile alla Isabelle di The Dreamers.
Un film che certamente divertirà in particolar modo i cinefili e tutti coloro che hanno quotidianamente a che fare con l'ambiente del cinema; ma Virzì non si vuole limitare alla satira o a una visione esclusivamente negativa del futuro: cerca di tracciare una ricerca verso un nuovo modo di fare cinema, un approccio che torni a coinvolgere gli spettatori e a rispecchiare la vita per quello che è: caos e imprevisto, tragedia e bellezza. In fondo basta affacciarsi dalla finestra e guardarsi attorno. Una deduzione a cui si arriva un po' forzatamente forse, in un epilogo non totalmente convincente, sospeso tra l'eccessiva ironia e il bisogno di lanciare un messaggio.
In Notti Magiche il fuoco dell'entusiasmo giovanile viene smorzato dal gelo dell'insensibilità e superficialità della classe dominante. Un invito quello di Virzì a una rigenerazione, a una nuova primavera del cinema italiano che non può che avvenire con il cambiamento e l'energia di un nuovo entusiasmo.
Corinne Vosa
https://www.sipario.it/recensioni/rec-cinema/item/11996-cinema-notti-magiche-di-paolo-virzi-una-commedia-sul-declino-del-cinema-italiano.html


Dimenticare Piombino

È la notte del 3 luglio 1990. La nazionale italiana di calcio ha perso ai rigori contro l’Argentina in semifinale e dà l’addio al sogno di vincere il Mondiale. Nel Tevere viene ripescata un’automobile, con a bordo un cadavere, quello di un importante produttore cinematografico. I tre principali sospetti sono i giovani finalisti del Premio Solinas… [sinossi]
Le “notti magiche” del Mondiale di Calcio del 1990, quelle cantate da Edoardo Bennato e Gianna Nannini su musica di Giorgio Moroder, finirono nell’estate italiana sui rigori mal tirati da Donadoni e Serena e ben parati dal portiere argentino Goicoechea. Fu l’ultimo sussulto di partecipazione emotiva nazionale dell’epoca del pentapartito, prima degli attentati mafiosi, di Mani Pulite, del crollo di un sistema sostituito da un altro perfino più colluso e ferale. Con il passaggio dall’Italia democristiana a quella berlusconiana va via via sparendo – anche per ragioni meramente anagrafiche – il gotha del cinema italiano: Michelangelo Antonioni, dopo l’ictus che lo colpì nel 1985, dirige solo Al di là delle nuvole e uno degli episodi di Eros; Dino Risi firma il programmatico Tolgo il disturbo e Giovani e belli; Marco Ferreri muore nel 1997, tre anni e mezzo dopo la dipartita di Federico Fellini. Ci sono tutti, chi in una forma chi in un’altra, in Notti magiche, quattordicesima regia per il cinema di Paolo Virzì scelta come titolo di chiusura della Festa del Cinema di Roma. Quale film più adatto se non uno che, almeno nelle intenzioni, pretende di fare la festa al cinema, e in particolar modo a quello “romano”?
Parte malissimo, questa commedia che più che parlare del 1990 sembra provenire direttamente da quell’epoca, quella dei cosiddetti articoli 28, l’articolo della Legge Cinema che prevedeva fino al 1994 l’intervento fino al 30% del budget totale da parte dello Stato per i film considerati di interesse culturale o artistico. Parte malissimo perché cerca subito con fin troppa rapidità la collocazione storica – in un baracchino sul Tevere un gruppo di persone sta guardando la semifinale in televisione –, vi inserisce a forza l’escamotage narrativo – il volo di un’automobile nel fiume, con tanto di ritrovamento di cadavere all’interno – per poi chiosare su un dettaglio bozzettistico, con il questore che più che interessato al caso sembra aver voglia di discutere sul perché e il per come l’Italia sia uscita dai Mondiali. Questo senso di totale adulterazione, percepibile fin dalle primissime inquadrature, faticherà ad abbandonare lo schermo.

C’è un giallo, in Notti magiche, ma il primo a non essere interessato alla sua risoluzione è il terzetto di sceneggiatori, sia quelli in scena e che passano la notte al commissariato per dare la propria versione dei fatti, sia quelli dietro lo schermo, vale a dire Francesca Archibugi, Francesco Piccolo e lo stesso Virzì. Sarebbe fin troppo facile parlare di autobiografismo sotterraneo, per quanto sia un aspetto sicuramente non secondario, sia per l’età che avevano gli autori dello script nel 1990 sia perché in un modo o nell’altro questo film è il racconto di un’iniziazione. Alla vita, forse. Al cinema, sicuramente. E soprattutto al cinema italiano, come sempre rappresentato con due pinze e una tenaglia, tra traffichini e lamentosi, questuanti e primedonne. Uno schema dal quale il cinema nostrano sembra in tutta franchezza trovarsi sempre a suo agio, arrivando persino a specchiarvisi anche quando si dovrebbe utilizzare lo stiletto, e non il pennello…
Virzì si diverte a giocare con il passato, prendendolo sommamente – e forse bonariamente, chissà – in giro, con il solito produttore in odor di pignoramento ma che cerca di mantenersi disperatamente a galla, i giovani senza arte né parte pronti a veder traditi i loro sogni di gloria, e i grandi vecchi che non sanno far altro che dare buoni consigli, bacchettare le nocche, chiudersi nel proprio egotismo e crogiolarsi all’ombra dei propri successi.
Uno spaccato che non solo non aggiunge molto a quanto già visto in passato, ma appare anche confuso, come se lo stesso regista fosse ancora alla ricerca di una messa a fuoco. Così si sprecano le scene al limitar del grottesco, negli studi fumosi di pregiatissimi sceneggiatori che appaltano i loro lavori a “negri” della scrittura, o a cena da Otello alla Concordia, un ajo e oio a due passi da via del Babuino. E qui Virzì non fa altro che passare in rassegna le truppe, in elencazioni di nomi (senza cognome, un po’ per affetto un po’ per evitare eventuali strascichi polemici) che rievocano visi ben noti nelle memorie cinefile: Ettore, Ennio, Suso, Furio, Gillo, e via discorrendo. Tutto in famiglia, come i panni sporchi da lavare di andreottiana memoria.

Ma l’impressione è che tutto permanga sempre in superficie, come quella jaguar che non ne vuole sapere di affondare. Nell’approcciarsi a quel mondo, e a quegli autori, che pure ha avuto modo di conoscere, Virzì si limita a idolatrare la superficie liscia dell’immagine, dimentico di poter scavare, e arrivare a qualche soglia di profondità. C’è la silhouette di Roberto Benigni nel finale de La voce della luna e quella di Fellini che lo sta dirigendo, ma nulla di più. Si intravede Monicelli, ma è un attimo. Virzì sembra trasformarsi quasi in un Sorrentino più amante del popolare, così limpido e allo stesso tempo privo di chiaroscuri e di controluce. C’è tutto in bella mostra, ma in realtà c’è ben poco da mostrare. E in questo racconto che non decolla mai, anche perché non ha interesse a restituire reale umanità – i tre protagonisti sono rimasti in bozza, sul foglio di carta – si avverte anche un fastidioso senso di auto-assoluzione. Nel carnaio cinematografaro messo alla berlina, dove tutti sono meno affascinanti e meno geniali di quanto traspaia dai loro film, si alza la voce del giovane Luciano Ambrogi, figlio di un operaio di Piombino morto e di una classe operaia che sta morendo. Il cinema italiano non ha mai guardato nei tinelli delle case di città come Piombino, dice l’aspirante sceneggiatore, e per questo è in crisi. L’esordio di Virzì, La bella vita, è ambientato a Piombino e parla di classe operaia, di licenziamenti, di depressione. Le sue inquadrature si spingono nei tinelli. Cosa sta cercando di sottolineare allora Virzì? Il suo è davvero un omaggio un po’ burlone al cinema italiano o forse è la proclamazione di se stesso come unico baluardo di difesa di un cinema italiano che altrimenti sarebbe allo sbando, e che già lo era all’epoca dei grandi maestri? Il sospetto è lecito, e appesantisce ulteriormente la lettura di un film per il resto innocuo, scritto senza particolare ispirazione e soprattutto senza amare e saper soffrire con i suoi personaggi. A mancare, nel cinema attuale di Virzì, è con ogni probabilità la scrittura di Francesco Bruni, il suo sguardo sull’umano, la sua tessitura narrativa, l’afflato popolare mai artefatto.
Raffaele Meale
https://quinlan.it/2018/10/29/notti-magiche/
 

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