TÍTULO ORIGINAL
Tutti i colori del buio
AÑO
1972
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Español (Separados)
DURACIÓN
88 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Sergio Martino
GUIÓN
Ernesto Gastaldi, Santiago Moncada, Sauro Scavolini
MÚSICA
Bruno Nicolai
FOTOGRAFÍA
Miguel Fernández Mila, Giancarlo Ferrando
REPARTO
Edwige Fenech, George Hilton, Ivan Rassimov, Julián Ugarte, Nieves Navarro, Maria Cumani Quasimodo, George Rigaud, Marina Malfatti, Tom Felleghy, Dominique Boschero
PRODUCTORA
Coproducción Italia-España; Lea Cinematografica, National Cinematografica, C.C. Astro
GÉNERO
Terror. Intriga | Giallo. Drama psicológico. Sectas
«¿QUIÉN MIRA A QUIÉN?» SOBRE TODOS LOS COLORES DE LA OSCURIDAD (TUTTI I COLORI DEL BUIO,1972) DE SERGIO MARTINO
Luego de una primera imagen bucólica, Tutti i colori del buio (Todos los colores de la oscuridad, 1972) recrea una pesadilla de rostros y cuerpos deformados, donde la maternidad se transforma en un abismo represivo. Durante la introducción suena una canción de cuna de ribetes demoníacos, que recuerda a la banda sonora de Rosemary’s Baby (El bebé de Rosemary, 1968) compuesta por Krzysztof Komeda. Edwige Fenech es la protagonista. Arrastra un trauma que le impide tener relaciones sexuales con su marido (George Hilton). Su tormento se ve potenciado por tipos que la asedian y el cuidado obsesivo de su marido, además de las constantes pesadillas sobre un hombre de ojos azules asesinando a una mujer. La cuestión de la mirada se encuentra enfatizada –más que en sus films previos– a resaltar el enfrentamiento con lo ominoso y lo oculto, desde los ojos celestes que persiguen a la protagonista hasta su propio modo de ocultar la escena horrorosa que la conduce a su fantasía reprimida. Para vencer su bloqueo emocional recurre a diversas terapias alternativas. Una de sus vecinas la invita a una especie de secta, espacio en el que se enfrentará con la materialización de sus deseos reprimidos, con los abismos de su inconsciente y la fantasía perversa que determina su itinerario. Los rituales orgiásticos y psicotrónicos parecen reescribir en clave paródica el tormento de Mia Farrow en su departamento neoyorquino[1].
“¿Quién mira a quién?” parece ser la pregunta clave del giallo, un tipo de cine concebido a partir de citas, la prolongación manierista del voyeurismo y la deliberada demolición de los guiones de hierro. Lo que Martino tiene para ofrecer en sus gialli es un replanteo de la lógica criminal, entendida aquí como un orgasmo multicolor donde el artificio es tan importante en su sofisticación como en su costado berreta. Podría sugerirse que su aporte, principalmente en este bloque de películas de comienzos de los setenta, se funda sobre ese particular y enfermizo modo de explorar las variantes que adquiere la mirada. Descubrir o reencontrarse con estas películas es una manera de reivindicar zonas vedadas de la historia del cine que, dadas las facilidades de acceso actuales, permiten replantear parámetros de periodización y canonización. Pero, sobre todo, nos invitan a entregarnos al paradójico placer de asesinar o ser asesinados, de ser mirones durante una hora y media.
[1] También hay claras referencias a Repulsion (Repulsión, 1965), otra película de Roman Polanski deudora de Alfred Hitchcock.
(El texto es parte del capítulo incluido en el libro de reciente publicación Crimen, sexualidad y estilo en el cine de género italiano Ed. Rutemberg, 2019)
https://elcursodelcine.com/2021/05/26/quien-mira-a-quien-sobre-todos-los-colores-de-la-oscuridad-tutti-i-colori-del-buio1972-de-sergio-martino/
Menos conocido que, por ejemplo, Fulci o Argento, Sergio Martino es no obstante un creador talentoso que aportó unas cuantas obras de culto, realmente importantes, a la cinematografía italiana de género. Su filmografía (66 títulos hasta el momento) abarca muchos géneros diferentes, desde sus “mondos” iniciales, pasando por el spaghetti, las películas de aventuras, las comedias subidas de tono, los policíacos violentos o films post-apocalípticos, pero no cabe duda que sus trabajos más personales y meritorios se encuentran enclavados dentro del giallo y del terror; films como La cola del Escorpión (La coda dello scorpione, 1971), Torso-Violencia Carnal (I corpi presentano tracce di violenza carnale, 1973) o El asesino del cementerio etrusco (Assassinio al cimitero etrusco, 1982) dan fe de ello; sin embargo mi película favorita es Todos los colores de la oscuridad (Tutti I colori del buio, 1972), este film se puede enmarcar dentro de las coordenadas maestras del giallo; pero Martino no se limitó a clonar situaciones y secuencias, apostó por dotarla de un alma propia, creando un film donde se entremezclan diferentes influencias para sumergirnos en un argumento irreal, por momentos bastante confuso e incoherente, que juega con los sentidos del espectador como un gato con un ratón. Todos los Colores de la Oscuridad / Tutti I colori del buio (1972)Es por lo tanto un giallo atípico, pero francamente atractivo, que hilvana una historia en la que el psicoanálisis y las sectas satánicas, se imbuyen de un fondo psicodélico, con colores extremos y/o alucinados, que dan vida a las pesadillas de la protagonista; acompañando a estos elementos el director también nos regala una realización técnica francamente sobresaliente, donde los planos están muy elaborados, la fotografía sobresale con luz propia y la banda sonora acompaña perfectamente a lo largo de todo el metraje. Todos los Colores de la Oscuridad / Tutti I colori del buio (1972)No voy a extenderme mucho más; para los aficionados ya curtidos en este género sólo recordarles que la película es de notable alto, para los que no la conozcan y no hayan disfrutado de otros giallos, digamos, más normales, quizás sea un plato demasiado extraño y alucinado. Sea como sea Sergio Martino acertó plenamente, dando de paso otra vuelta de tuerca al terror.Como punto final queda recordar el inicio del film, una escena onírica y surrealista difícil de olvidar.Hasta mañana amigos/as de El Terror Tiene Forma, os dejo con el trailer italiano y americano del film.Saludos!!!
https://es.paperblog.com/todos-los-colores-de-la-oscuridad-tutti-i-colori-del-buio-1972-941027/
Giocando sui confini tra realtà, sogno e delirio a occhi aperti, Tutti i colori del buio di Sergio Martino disintegra le regole del mystery univoco per un progetto espressivo radicato in incessanti ricerche audiovisive di gusto delirante e psichedelico. Con Edwige Fenech protagonista. In dvd per Cinekult e CG.
Londra. Jane è perseguitata da incubi in cui rivive un suo violento trauma dell’infanzia. Reduce da un recente incidente automobilistico che le ha provocato un aborto, la donna è accudita dal compagno Richard ma non riesce a ritrovare un vero equilibrio. Su consiglio di sua sorella Barbara tenta la strada della psicoterapia, ma intanto uno sconosciuto dagli occhi di ghiaccio inizia a perseguitarla negli incubi e nella realtà. Dopo aver partecipato a una messa nera su consiglio di una vicina di casa, Jane si illude di aver risolto i propri problemi, ma presto incubi e ossessioni riprendono il sopravvento e a poco a poco per la donna diventa sempre più difficile distinguere realtà, sogno e delirio a occhi aperti… [sinossi]
Nell’universo del giallo-thriller italiano anni Settanta lo sprezzo della logica ritorna costantemente, rasentando territori ambigui che giustificano spesso l’impossibile tramite l’altamente improbabile in nome di un cinema che sia innanzitutto fruizione di piacere. Tutti i colori del buio (1972) di Sergio Martino mostra innanzitutto un’affinata scaltrezza nel rivoltare a proprio favore tale tendenza al racconto per accumulo. Allestendo un intero film sul labile confine tra realtà, sogno e delirio a occhi aperti, di fatto Martino e il fido sceneggiatore Ernesto Gastaldi compongono sostanzialmente una sinfonia manierata che come scopo primario conserva null’altro che la messinscena di se stessa. Stavolta il progetto del giallo rigoroso pare scartato a monte, optando invece per uno scatenato fuoco di fila di soluzioni audiovisive. Benché la struttura del racconto assommi fin troppi spunti diversi per rilanciare continuamente la posta del mistero, di fatto l’intero film si sorregge a un unico principale tema narrativo insistentemente reiterato. Avviato il racconto con qualche rapida premessa di enigma da sciogliere, Tutti i colori del buio s’impernia infatti su un sostanziale tema di persecuzione, che di volta in volta colloca lo spettatore in un costante contesto di indecidibilità tra piani diversi. Il misterioso persecutore dagli occhi di ghiaccio che prende di mira la povera Jane protagonista, è vero o sognato? Si muove nella realtà della donna o è solo frutto dei suoi occhi alternativamente in stato di sonno onirico e di vigile materializzazione di fantasmi psichici?
Seguendo una struttura profondamente radicata nel cinema di largo consumo, Martino e Gastaldi ingolfano tale linea principale tramite un accumulo di filoni paralleli convocati senza alcun altro scopo che infittire e confondere quanto più possibile le maglie del mistero. In ambito di cinema della suspense e dello spavento Tutti i colori del buio sembra profilarsi, in tal senso, come una sorta di catalogo onnicomprensivo: giallo tradizionale, giallo psicopatologico/psicanalitico, giallo coniugale, giallo con trauma infantile, giallo con trauma abortivo, mistero onirico, riflessi di erotismo represso (ancorché messo in scena con franchezza per offrire al pubblico un’ulteriore occasione di piacere), intrighi familiari intorno a denaro e avidità, e soprattutto enigma esoterico con oscure sette dedicate a riti orgiastici e liturgie sacrificali. Per varie ragioni l’effetto di un tale sovraccarico narrativo non è sempre positivo.
Da un lato la sospensione dell’incredulità richiesta è talmente alta da rendere difficile la partecipazione spettatoriale alle ambasce della povera Jane protagonista. Dall’altro la poliedricità degli strumenti messi in atto per tenere desto l’interesse del fruitore conduce il film ad alternare pagine di riuscita notevolmente diseguale, o quantomeno di diversa resistenza al tempo – le varie sezioni orgiastiche, ancorché coerentemente messe in scena, risultano a lungo andare un po’ estenuanti nei loro tempi eccessivamente dilatati. Ciò nonostante Sergio Martino mostra grande abilità nella scelta a monte di avvolgere tutto il racconto nella dimensione indecidibile cui accennavamo più sopra, traducendola di fatto nel vero tema estetico dell’intero film.
Fatte salve le sequenze di puro raccordo mirate al dipanarsi più o meno coerente dell’intreccio, per il resto Tutti i colori del buio si delinea come una composizione audiovisiva tutta avvitata sull’angoscia della persecuzione, reale o intrapsichica, vero stalker o sintomo patologico. Da inizio a fine la nota dominante resta quella dell’onirismo, a occhi chiusi o aperti, di una protagonista costantemente braccata dal manifestarsi di immagini ambigue e illeggibili in modo univoco. Di fatto Jane è una mosca presa nella ragnatela dell’inganno del vedere, sempre meno sicura delle proprie percezioni, sempre più lontana dal collaudato rapporto di lettura razionale della realtà.
Con grande sapienza Tutti i colori del buio mescola i diversi piani di percezione del reale fino allo splendido crescendo dell’ultima mezz’ora, quando Martino lascia sovrapporre letteralmente immagine oggettiva e soggettiva su un unico piano espressivo. Abbandonando i continui scivolamenti tra reale e immaginario, spesso sanciti da un inaspettato risveglio di Jane che interroga ciò che si è visto fino a quel momento, nel capitolo conclusivo il film compie scelte stilistiche in cui l’univocità della dimensione diegetica è totalmente rifiutata. Tale giro di vite espressivo prende le mosse dall’ennesimo risveglio di Jane, stavolta in ospedale, in un contesto visivo flou e biancastro (con evocazione di dimensione onirica) dove le soggettive della donna si fanno sempre più deformate e dominate da sovrapposizioni e mescolanze tra i volti. Alle ultime battute il racconto si riavvita più volte su se stesso, trascinando Jane in una spirale sempre più opprimente di ossessione persecutoria in cui il concetto di “realtà” si disintegra definitivamente.
Il concetto di reiterazione che impernia l’intera impalcatura narrativa affonda anche nella specifica grammatica audiovisiva. Basti pensare al pugnale dello sconosciuto, che da elemento di per sé leitmotivico ripresentato innumerevoli volte nel gesto dell’accoltellamento finisce per ripetersi in una triplice riproposizione nella sequenza dell’aggressione in casa. La triplice scansione di un unico gesto è ravvisabile anche nell’inquadratura che dà conto dell’avvicinarsi del santone al corpo di Jane durante il rito orgiastico. Del resto la prima effettiva sequenza del film, quel sogno grottesco e delirante ancora messo in scena con una grammatica deformata, si fonda altrettanto sul concetto della ripetizione ossessiva, frammentata in un montaggio subliminale che reitera un pugno di elementi scenici. Lo stesso si verifica poi nella splendida trovata narrativa che chiude il film, quell’anticipazione allucinatoria in prefinale che prelude all’angoscia del riconoscimento del già noto nel definitivo scioglimento («Oddio, io ho già vissuto questo momento!»).
A riportare ordine interviene il puntuale spiegone finale, ripercorso come un mero lascito razionale a uso e consumo dello spettatore, ma talmente rapido e complesso da risultare del tutto ininfluente. Oltre al rispetto di una convenzione divenuta letteraria, lo spiegone interviene probabilmente con lo scopo di mandare lo spettatore a casa rassicurato dalla soluzione univoca che scioglie i tanti dubbi e interrogativi della visione, ma per l’appunto esso si manifesta calato dall’alto come un vero e proprio deus ex machina, meccanico e fine a se stesso. Una sorta di retaggio del giallo classico che tuttavia qui si applica a uno spettacolo strutturalmente distante dal mystery fatto di domande e risposte in stretta e univoca connessione tra loro. In sostanza, il fruitore accoglie lo spiegone quando ormai è già ampiamente rinfrancato nella sua dimensione di piacere da una visione avvincente e appassionante su un piano puramente estetizzante, e a quel punto delle motivazioni del crimine non gliene può fregare di meno.
Per dare forma a un universo così frammentario e sfuggente Sergio Martino dà la stura a una sarabanda di soluzioni audiovisive tra le sue più scatenate. La cifra stilistica è quella del libero delirio, in linea con la mente sconvolta di Jane che trova precise manifestazioni grammaticali in una partitura espressiva di intensa instabilità. Tra deformazioni applicate a oggetti e prospettive, sequenze oniriche di sostanza fortemente materica (l’incipit grottesco), prolungate panoramiche a schiaffo, incessanti movimenti di macchina, punti di vista ribassati fino al rasoterra con esasperazione delle fughe in profondità, Tutti i colori del buio si risolve in un concertato audiovisivo che familiarizza scopertamente col delirio psichedelico, al quale concorrono accensioni cromatiche (violetto, giallo, verde, il blu delle pillole che si disciolgono nell’acqua) e ossessivi temi musicali – tutta la sequenza orgiastica. In tale direzione sembra doversi collocare anche l’originale inquadratura iniziale sui titoli di testa, il silenzio di un lago al tramonto di cui a macchina fissa Martino registra il progressivo spegnersi verso il buio, senza alcun commento musicale o sonoro se non i puri e semplici rumori della natura. Una sorta di congedo dall’evidenza del reale, lo spegnersi della lettura scientista della realtà per lasciare totale spazio, da lì in poi, allo spettacolo del relativo e dell’inconscio.
Inutile dunque reclamare logica, stavolta meno che mai. Il delirio non può essere rigoroso, e tantomeno può esserlo lo sfaldarsi della lettura del reale in una visione quasi totalmente soggettivizzata. Resta anche un costante flirtare col kitsch, che sembra collocarsi in un territorio a sua volta ambiguo tra cosciente ricerca e incosciente caduta di gusto. Ma per l’appunto siamo dentro a contesti cinematografici che si pongono come primario scopo piacere e intrattenimento, dove la predilezione per l’essenziale, per i toni smussati, per la briglia corta è negata dalle medesime premesse di realizzazione. Per cui semmai c’è da compiacersi che tale cinema commerciale riveli ancora oggi (e forse ancor più oggi di ieri, grazie al filtro della diacronia) un’inesausta ricerca sul mezzo, una notevole originalità di soluzioni. Il desiderio, in ultima analisi, di sorprendere lo spettatore con la ricchezza e la varietà delle scelte stilistiche. Si avrà meno paura di quanto ci aspettiamo, anche perché seguendo una propria idea di pudore espressivo Sergio Martino non mostra praticamente mai la violenza nel suo farsi, ma solo ad azione conclusa – più che ad atti omicidi, assistiamo a scoperte di cadaveri. Ma pur senza saltare mai sulla poltrona si resta impigliati nella ragnatela del piacere ludico. E tanto ci basta.
Massimiliano Schiavoni
https://quinlan.it/2018/08/12/tutti-i-colori-del-buio/
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