TITULO ORIGINAL
La visione del Sabba
AÑO
1988
IDIOMA
Italiano
SUBTITULOS
Italiano (Opcional) y Español (Separados)
DURACIÓN
94 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Marco Bellocchio
GUIÓN
Marco Bellocchio, Francesca Pirani
MÚSICA
Carlo Crivelli
FOTOGRAFÍA
Giuseppe Lanci
REPARTO
Béatrice Dalle, Daniel Ezralow, Corinne Touzet, Jacques Weber, Renata Leoni, Roberta Lena, Daniele Nuccetelli, Sasa Vulicevic, Raffaella Rossellini, Stefano Abbati, Omero Antonutti
PRODUCTORA
Coproducción Italia-Francia; Gruppo Bema, Reteitalia, Cinémax, TF1 Films Production
GÉNERO
Drama
Sinopsis
David, un psiquiatra recién graduado, debe hacer un diágnostico sobre Maddalena, una joven acusada del asesinato de un cazador. Ella afirma que es una bruja y que actuó en nombre del diablo. Un funcionario de Sanidad le dice a David que tiene razones para creerla, y que sabe que lleva 300 años buscando a un hombre que se adapte a sus necesidades. Después de su primera reunión con Maddalena, David empieza a cambiar: ignora a su joven y bella esposa Cristina y se pierde en fantasías y alucinaciones, participa en los interrogatorios de la Inquisición y asiste a aquelarres. (FILMAFFINITY)
Si les comento que esta producción italiana de Marco Bellocchio es de 1988 enseguida presumirán que posee muchas de las virtudes y defectos que el final de esta década acarrea y no andarán muy lejos de la verdad. No van a encontrar en esta cinta elegancia formal y mesura, pero sí excesos visuales, y en este caso, un exceso bastante atractivo.
“La Visione del Sabba” consiste básicamente en lo que el título indica: en visiones, en romper la frágil línea que separa lo real de lo que no lo es. Se trata de escoger, de perseguir, y para ello Bellocchio se sirve de la metáfora de posesión diabólica de una mujer, por un lado, y por otro, de una exaltación de los placeres paganos.
Quien padece este cruce de caminos es David (Daniel Ezralow) un recién licenciado psiquiatra que al conocer a Magdalena (Béatrice Dalle, sí, la de “Betty Blue”) comienza a experimentar una serie de delirios visuales que tienen en común la presencia de la bella muchacha: Magdalena acosada en un proceso judicial medieval de brujería, torturada, asistiendo junto a otras jóvenes a un Sabbath… David decide entrar en su mundo y participar de los placeres culpables que le alejan de su trabajo y su pareja.
Como la película apunta en varias ocasiones, hay un paralelismo entre la brujería y la seducción amorosa, siendo frecuentes las alusiones a la caza e intercambiándose continuamente los papeles entre víctima y verdugo. En un principio la historia se desarrolla entorno al misterio de una mujer hermosísima que ha sido acusada de asesinato y está encerrada en un centro psiquiátrico porque afirma ser una bruja del siglo XVII que lleva esperando varios siglos al hombre capaz de desvirgarla.
Ese es el punto de partida para adentrarnos en el enigma de Magdalena, hasta que entendemos que es un súcubo que quiere devorarnos y redimirnos. Una tentación a la muerte y a la carne, indistintamente. Una mujer que no sangra, ni derrama lágrimas, pero que vibra de pasión. La mujer como medio de conocimiento en el que perderse…
http://aura-archangemaudit.blogspot.com/2008/04/la-visione-del-sabba-1988.html
“La Visione del Sabba” consiste básicamente en lo que el título indica: en visiones, en romper la frágil línea que separa lo real de lo que no lo es. Se trata de escoger, de perseguir, y para ello Bellocchio se sirve de la metáfora de posesión diabólica de una mujer, por un lado, y por otro, de una exaltación de los placeres paganos.
Quien padece este cruce de caminos es David (Daniel Ezralow) un recién licenciado psiquiatra que al conocer a Magdalena (Béatrice Dalle, sí, la de “Betty Blue”) comienza a experimentar una serie de delirios visuales que tienen en común la presencia de la bella muchacha: Magdalena acosada en un proceso judicial medieval de brujería, torturada, asistiendo junto a otras jóvenes a un Sabbath… David decide entrar en su mundo y participar de los placeres culpables que le alejan de su trabajo y su pareja.
Como la película apunta en varias ocasiones, hay un paralelismo entre la brujería y la seducción amorosa, siendo frecuentes las alusiones a la caza e intercambiándose continuamente los papeles entre víctima y verdugo. En un principio la historia se desarrolla entorno al misterio de una mujer hermosísima que ha sido acusada de asesinato y está encerrada en un centro psiquiátrico porque afirma ser una bruja del siglo XVII que lleva esperando varios siglos al hombre capaz de desvirgarla.
Ese es el punto de partida para adentrarnos en el enigma de Magdalena, hasta que entendemos que es un súcubo que quiere devorarnos y redimirnos. Una tentación a la muerte y a la carne, indistintamente. Una mujer que no sangra, ni derrama lágrimas, pero que vibra de pasión. La mujer como medio de conocimiento en el que perderse…
http://aura-archangemaudit.blogspot.com/2008/04/la-visione-del-sabba-1988.html
Cualquier tentación del diablo obra en favor de la pérdida de la noción de tiempo y realidad. Nos encontramos en una etapa del año donde se le da un peso mayor al pecado y la carne para todas aquellas zonas donde el cristianismo es primario. Es entonces el momento de renovar la visión del bien y del mal acechando al hombre de a pie para truncar o afianzar su sentido de fe y esperanza. Todo un universo completo que vaga por el interior del personaje y nos lleva a perpetrar la intimidad y las dudas que sus creencias más arraigadas le provocan.
Así llegamos a la tentación hecha mujer que propone Marco Bellocchio con su La visione del Sabba, traducida como Aquelarre que proponiendo algo muy literal: el diablo parte de los actos de una bruja. Bellocchio difumina su relato para trasladarse a un punto donde tiempo y espacio pierden su significado.
Desde un inicio el director acerca la época en que brujas eran arrastradas, probadas y quemadas para autentificar su pureza a la actualidad, mostrando desde el personaje de Béatrice Dalle (aquí con un aspecto menos intimidatorio, pero sin perder la furia de su mirada) ambos escenarios, siendo ella el centro de atención, la sugestión que desviará del camino al hombre. Sobre esas líneas de tiempo desdibujadas nos encontramos a su personaje mudo ante las tropelías inquisitorias, con un tono físico pero distante de las miras de la cámara, en contraposición a la actualidad, donde simplemente es una persona considerada como perturbada a la que se debe diagnosticar un estado mental.
El elegido para tal labor es un joven psiquiatra, que representa la belleza y un despertar anacrónico. Bellocchio aprovecha la naturaleza de bailarín de Daniel Ezralow para dotar de una pomposa jerarquía de movimientos en algunas de las escenas, casi ensoñaciones, que vive el psiquiatra, pero oculta su rostro, incluso le saca del plano cuando es una mujer la que propone la réplica, la que intenta dominar sus acciones (escasas cabe decir) para atraerle a una vida familiar ya conocida o a un mundo de locura y hechizo todavía por descubrir.
Por tanto el diablo se persona en la mujer, cualquier mujer que cruza la realidad y distorsión del elegido y se convierte en una tentación carnal, palpable. No es casual que las formas del cuerpo de las elegidas sean tan torneadas y voluptuosas, pues reclaman la naturaleza más marcada como esencia del pecado. En ocasiones la película se centra en escenas más próximas a una performance de danza, recreando ese tour de force contra lo prohibido, que por momentos parece una llamada que aceptar inevitablemente, fusionando cuerpos como si de un ritual (uno de los que disfrutaría cualquier demonio que se precie) se tratara.
Aunque parezca intencionado centrarse en el psiquiatra, todas los calles de ese pueblo le obligan a realizar una misma parada, una bruja que tiene una misión que se ha difuminado en el tiempo, y cuando parece que El aquelarre se estanca, recurre a ella para mostrar una tortura o un deseo con el que el joven destroza la temporalidad como si de un voyeur se tratara.
La película recorre todo tipo de símbolos que vulnera a favor de la pasión y la intriga, ya sea una alianza de boda (y toda la magnitud que esta encierra) o una reunión de expertos que se asemeja a un juicio de brujería pese al escepticismo de los implicados. Así logra atrapar la esencia de la historia y sus errores en un entorno social, además de acercarnos a lo oculto y lo complejo que resulta dejar pasar esa irremediable atracción por el mal, pero Bellocchio no desea dejar de lado su estilo y fideliza el arte con sus formas más puras. ¿Podrá el hombre ignorar todas esas señales que le incitan a unir su cuerpo al mal? Solo El aquelarre tiene la respuesta.
Cristina Ejarque
https://www.cinemaldito.com/la-alternativa-el-aquelarre-marco-bellocchio/
Así llegamos a la tentación hecha mujer que propone Marco Bellocchio con su La visione del Sabba, traducida como Aquelarre que proponiendo algo muy literal: el diablo parte de los actos de una bruja. Bellocchio difumina su relato para trasladarse a un punto donde tiempo y espacio pierden su significado.
Desde un inicio el director acerca la época en que brujas eran arrastradas, probadas y quemadas para autentificar su pureza a la actualidad, mostrando desde el personaje de Béatrice Dalle (aquí con un aspecto menos intimidatorio, pero sin perder la furia de su mirada) ambos escenarios, siendo ella el centro de atención, la sugestión que desviará del camino al hombre. Sobre esas líneas de tiempo desdibujadas nos encontramos a su personaje mudo ante las tropelías inquisitorias, con un tono físico pero distante de las miras de la cámara, en contraposición a la actualidad, donde simplemente es una persona considerada como perturbada a la que se debe diagnosticar un estado mental.
El elegido para tal labor es un joven psiquiatra, que representa la belleza y un despertar anacrónico. Bellocchio aprovecha la naturaleza de bailarín de Daniel Ezralow para dotar de una pomposa jerarquía de movimientos en algunas de las escenas, casi ensoñaciones, que vive el psiquiatra, pero oculta su rostro, incluso le saca del plano cuando es una mujer la que propone la réplica, la que intenta dominar sus acciones (escasas cabe decir) para atraerle a una vida familiar ya conocida o a un mundo de locura y hechizo todavía por descubrir.
Por tanto el diablo se persona en la mujer, cualquier mujer que cruza la realidad y distorsión del elegido y se convierte en una tentación carnal, palpable. No es casual que las formas del cuerpo de las elegidas sean tan torneadas y voluptuosas, pues reclaman la naturaleza más marcada como esencia del pecado. En ocasiones la película se centra en escenas más próximas a una performance de danza, recreando ese tour de force contra lo prohibido, que por momentos parece una llamada que aceptar inevitablemente, fusionando cuerpos como si de un ritual (uno de los que disfrutaría cualquier demonio que se precie) se tratara.
Aunque parezca intencionado centrarse en el psiquiatra, todas los calles de ese pueblo le obligan a realizar una misma parada, una bruja que tiene una misión que se ha difuminado en el tiempo, y cuando parece que El aquelarre se estanca, recurre a ella para mostrar una tortura o un deseo con el que el joven destroza la temporalidad como si de un voyeur se tratara.
La película recorre todo tipo de símbolos que vulnera a favor de la pasión y la intriga, ya sea una alianza de boda (y toda la magnitud que esta encierra) o una reunión de expertos que se asemeja a un juicio de brujería pese al escepticismo de los implicados. Así logra atrapar la esencia de la historia y sus errores en un entorno social, además de acercarnos a lo oculto y lo complejo que resulta dejar pasar esa irremediable atracción por el mal, pero Bellocchio no desea dejar de lado su estilo y fideliza el arte con sus formas más puras. ¿Podrá el hombre ignorar todas esas señales que le incitan a unir su cuerpo al mal? Solo El aquelarre tiene la respuesta.
Cristina Ejarque
https://www.cinemaldito.com/la-alternativa-el-aquelarre-marco-bellocchio/
Trama: Il film inizia su un profilo femminile, dietro il quale si sprigiona una grande fiammata. In una specie di segreta, alcuni uomini sottopongono ad esame il corpo inerte di una donna sospettata di stregoneria. Tra di loro c’è un giovane che dichiara di avere la peste e stringe a sé la donne baciandola, mentre gli altri si ritirano inorriditi, pronunciando formule rituali. Davide, un giovane e noto psichiatra, si reca in macchina in un paese dove si trova in osservazione una donna, Maddalena, accusata di omicidio; avrebbe tentato di uccidere un guardiacaccia che voleva violentarla. Davide rimane profondamente affascinato dalla ragazza, che dice di essere una strega, di essere nata nel gennaio del 1630 e di essere ancora alla ricerca di un uomo da amare. Lo psichiatra penetra sempre di più nell’universo misterioso di Maddalena, si allontana dalla moglie, entra in conflitto con i colleghi Rimane coinvolto nelle visioni della strega, viene a trovarsi nella celebrazione del Sabba, oscilla continuamente tra mondo reale e mondo immaginario. Davide è fortemente attratto da questa strana creatura, che sembra eludere qualsiasi tentativo di avvicinamento e si muove ambiguamente tra il presente e il passato. Alla fine l’uomo riuscirà a possederla anche fisicamente. Un enorme rogo viene acceso attorno alla strega condannata, ma Maddalena non viene toccata dalle fiamme, la visione del Sabba continua...
Critica : (...) La Maddalena de La visione del Sabba, (...) non porta con sé il mistero della creatura proveniente da secoli oscuri e non è la reincarnazione di una figura simbolica ritornata a scuotere le menti, a misurare la repressione dell’oggi. La strega è un’immagine, una fantasia, dietro le quali vive un’esperienza, un corpo che dialogano con le resistenze, le interpretazioni, le classificazioni dei vari dottori della legge. Maddalena è un personaggio unico, esclusivo; davanti a lei, e contro di lei, ci sono tutti gli altri. Ella è in un certo senso assolutamente indipendente, non presenta motivazioni comportamentali, anzi gioca con l’ambiguità, con la menzogna, con la furbizia. Nel suo aspetto "moderno" Maddalena è provocatoria, sfrontata, ribelle ad ogni richiesta di chiarezza sul proprio conto; incomprensibile per la stranezza delle sue risposte, rivela contemporaneamente un’astuta sagacia nel leggere le intenzioni degli interroganti. Maddalena è un mistero, un oggetto indecifrabile: non si può semplicemente definirla una pazza, poiché il suo temperamento non è maniacale, delirante, eccessivo, insensato... (una tassonomia comunque tendenziosa). Sul suo volto, nel suo sguardo si legge una dolcezza intrigante, vi trapela una passione profonda, antica, si muove un desiderio ansioso, avido. Maddalena appare inafferrabile, è invitante e sfugge la presa, provoca e sparisce, per ritornare improvvisamente, inaspettatamente. E come un sogno, un incubo, una chimera, qualcosa che si insinua nella mente, nella carne; evita il possesso per alimentare l’ossessione. Non è lei la vittima (ha superato la prova del rogo); piuttosto la strega riduce, con la sua inattaccabilità, gli altri ad essere caricature, marionette di una cultura dominante che può solo rinchiudersi nella propria supposta garanzia scientifica. La stranezza di Maddalena non sta tanto nel credere di essere nata nel gennaio del 1630, ma nel fatto che non reagisce in modo logico, come ci si aspetterebbe anche in un caso di follia, ai messaggi che le vengono trasmessi. Maddalena non perde sangue e non versa lacrime, è un essere demoniaco; in realtà è del tutto insensibile a qualsiasi interpretazione, che può persino rilanciare sarcasticamente. Sul letto dell’inquisizione o al tavolo degli psichiatri, ella esprime lontananza, indifferenza, presunzione, arroganza, sfida.
Il giovane psichiatra fa direttamente le spese di questa provocazione; come esperto viene rapidamente smentito, in quanto la sua conoscenza è incapace di arginare i comportamenti della donna, come persona è alienato dalla sua stessa incapacità a resistere agli inviti erotici della strega. Impossibilitato a possedere Maddalena con la sua superiorità intellettuale, intesa come misura del sapere e non come funzione dell’intelligenza egli è costretto a perdere la testa ed a soffrire fisicamente l’esasperazione del desiderio. Inebetito a tal punto da dimettere i panni della socialità perdere i propri attributi di medico e di marito, diventa lui un essere dominato dall’ossessione, dal momento che vuole a tutti i costi penetrare nel mistero di Maddalena. Perciò egli accetta, condivide il racconto della strega, si identifica col passato di lei e vede i momenti della sua vita, partecipa alle visioni della sua storia. Il "medico" delle sostituzioni pulsionali si trova a condividere, realizzare l’immaginario, a credere nell’impossibile. La sua presenza al sabba sancisce la totale immedesimazione alla realtà di Maddalena; egli vittima di un desiderio, di un appetito inesorabili Ma insieme egli vive un rapporto d’amore totalizzante, un amour fou che lo mette in balìa di Maddalena, gettandolo in uno stato di invasamento che lo porta fuori dal mondo; l’interesse scientifico scivola nell’adesione misterica. Lo psichiatra viene posseduto dalla strega, è attratto da un sensualità fagocitante ed è altresì dominato da una personalità che non può trattenere entro i limiti della classificazione patologica. Il film è costruito su trapassi "inspiegabili", immediati, tra la realtà e la proiezione immaginari del passato di Maddalena; in questa altalena i personaggi non cambiano, oggi come allora l’eccentricità viene punita dalla legge, oggi come allora l’irrazionale agita le profondità dell’essere. L’inquisitore, l’analista, il sociologo difettano di ragione critica e quindi di predisposizione al comprendere; al linguaggio della diversità essi rispondono con una forma di irrazionale istituzionalizzato, controllato, dalle formule del potere e dall’ideologia del rigetto. Il giovane psichiatra si annulla sul piano istituzionale, lasciandosi irretire dalla consumazione completa del transfert. In questo modo egli viene trasportato in un’altra dimensione e perde quell’identità che lo rendeva riconoscibile agli altri; il rapporto con la moglie si svuota, la sua mente è altrove. Il film si muove sul limite del "cedimento", sul confine tra la veglia e il sonno, nella zona in cui la mente subisce i richiami dell’inconscio. È anche la linea incerta tra normalità e follia, dove può avvenire, improvvisa, l’esplosione della protesta dell’essere, l’urlo violento contro l’indifferenza delle cose (si pensi, ne Il diavolo in corpo alla donna sul tetto o, qui, alla donna che corre nella stanza), l’urlo che si ripiega in una grande stanchezza, in una rassegnazione malinconica, che nulla cambia, ma che inesorabilmente uccide le possibilità dell’individuo.
La cultura dello psichiatra lo ripara dalla caduta paranoica, ma non lo ferma di fronte ad una richiesta illimitata: la corporeità di Maddalena lo trascina nell’esperienza, a scoprire persistenze arcaiche, nel mondo notturno della pulsione, per essere ammesso ad una specie di iniziazione, di rito, dove l’immaginario ha la meglio sul principio di realtà. Il film può essere interpretato come una lunga soggettiva, come il percorso visionario di un soggetto fortemente impregnato di sapere, che si misura completamente, empaticamente con l’oggetto della propria conoscenza; l’innamoramento, che rientra nell’ordine delle possibilità, diventa alla fine una sfida all’ultimo sangue, distrugge la certezza della comprensione, inverte il rapporto delle dominanze. Lo psichiatra scivola in uno stato di ipnosi; la relazione si rovescia. Maddalena avoca a sé il diritto naturale a decidere il destino della specie, ad incrinare il dominio della cultura. Il film può essere anche visto come un’esplorazione autocosciente nell’incertezza, nella complicazione di un’interiorità che appare ancora un territorio sconosciuto, indecifrabile, una zona al di qua del dominio culturale, che si proietta nell’immaginarlo, evocando altri tempi, altre rappresentazioni. L’inverosimiglianza è parte dell’essere, è un "bisogno" della psiche; in Maddalena vive un desiderio assoluto, onnipotente, che travolge il tempo, la storia, le strutture dell’ordine. Ella dimentica il mondo, annulla lo spazio attorno a sé; in tal modo diventa un oggetto strano, affascinante ed attrae l’uomo impegnato a conquistarne il mistero. Questi, da parte sua, è costretto a credere in lei, a viverne l’esistenza, ad accettare tutte le sue fantasticherie. Tale disponibilità, che lo porta ad interpretare i racconti di Maddalena, non lo fa però precipitare nell’incubo, nel tormento, nell’orrore; la sua immedesimazione diventa quasi estatica, rapita, incantata.
Bellocchio non ricorre, per La visione del Sabba, ad una rappresentazione cinematografica caricata, ossessiva, dove le immagini riproducono i meccanismi e gli effetti del l’allucinazione, dell’invasamento. Il trapasso non è mai traumatico, non è l’indice di un collasso psichico; è piuttosto un atto mentale di traslazione, di abbandono voluto ad un richiamo affettivo. Il film inizia nell’immaginario, come una storia ambientata in altri tempi, come una ricostruzione del possibile. E la trascrizione del racconto di una donna che ha subito violenza e crede di essere una strega, di avere più di trecento anni e di avere incontrato nientemeno che Napoleone. Il film proietta la verità di questa donna; è come se accettasse ogni sua manifestazione, partecipando ad un movimento che non distingue il presente dal passato, la realtà dalla finzione; perciò non vi sono scosse narrative che fanno precipitare la rappresentazione nel terrore, nella paura provocata da apparizioni angoscianti. Il film non è catartico e non fa affiorare un inconscio collettivo, non accenna quindi a qualsivoglia retaggio orrorifico, che ricompare a turbare le coscienze appesantite dal ricorso di epoche buie, prigioniere di un senso di colpa che spazia in ignoranze lontane. Le visioni del sabba non hanno nulla delle rappresentazioni tradizionali, dominate dall’elemento demoniaco e percorse dal delirio, dall’orgia e dalla profanazione. Nel film esse richiamano più la danza e sono ispirate dalla presenza purificatrice dell’acqua e del fuoco. Quella di Maddalena è una storia individuale, un’occasione di femminilità, al centro di un rapporto d’amore, che non riguarda solo un gioco di personaggi, ma coinvolge lo sguardo del narratore, l’occhio cinematografico, che a sua volta viene catturato dal mistero della donna. C’è nel film come un’adesione culturale alla figura di Maddalena, al suo corpo, alla sua fisicità che si oppone silenziosa alle violenze dell’esterno. Bellocchio costruisce un personaggio femminile portatore di una diversità che non si afferma come espressione patologica; in sé Maddalena è una creatura che cerca di essere compresa con un atto d’amore, mostrando anche l’ambiguità di chi avverte la volontà altrui di trasformarla in un oggetto di conoscenza, quindi sempre accettabile. Come Giulia in Il diavolo in corpo, Maddalena esige una fatica, una aggressività, un’intermittenza nell’approccio; il fascino di queste donne deriva dalla tortuosità e insieme dalla ricchezza della loro femminilità, che ne fanno dei veri e propri labirinti esistenziali. Dove può anche essere piacevole perdersi.
Angelo Signorelli, Cineforum n. 273, aprile 1988
https://www.comune.re.it/cinema/catfilm.nsf/PES_PerTitoloRB/05891EE59EA9369FC125742E004A4608?opendocument
Critica : (...) La Maddalena de La visione del Sabba, (...) non porta con sé il mistero della creatura proveniente da secoli oscuri e non è la reincarnazione di una figura simbolica ritornata a scuotere le menti, a misurare la repressione dell’oggi. La strega è un’immagine, una fantasia, dietro le quali vive un’esperienza, un corpo che dialogano con le resistenze, le interpretazioni, le classificazioni dei vari dottori della legge. Maddalena è un personaggio unico, esclusivo; davanti a lei, e contro di lei, ci sono tutti gli altri. Ella è in un certo senso assolutamente indipendente, non presenta motivazioni comportamentali, anzi gioca con l’ambiguità, con la menzogna, con la furbizia. Nel suo aspetto "moderno" Maddalena è provocatoria, sfrontata, ribelle ad ogni richiesta di chiarezza sul proprio conto; incomprensibile per la stranezza delle sue risposte, rivela contemporaneamente un’astuta sagacia nel leggere le intenzioni degli interroganti. Maddalena è un mistero, un oggetto indecifrabile: non si può semplicemente definirla una pazza, poiché il suo temperamento non è maniacale, delirante, eccessivo, insensato... (una tassonomia comunque tendenziosa). Sul suo volto, nel suo sguardo si legge una dolcezza intrigante, vi trapela una passione profonda, antica, si muove un desiderio ansioso, avido. Maddalena appare inafferrabile, è invitante e sfugge la presa, provoca e sparisce, per ritornare improvvisamente, inaspettatamente. E come un sogno, un incubo, una chimera, qualcosa che si insinua nella mente, nella carne; evita il possesso per alimentare l’ossessione. Non è lei la vittima (ha superato la prova del rogo); piuttosto la strega riduce, con la sua inattaccabilità, gli altri ad essere caricature, marionette di una cultura dominante che può solo rinchiudersi nella propria supposta garanzia scientifica. La stranezza di Maddalena non sta tanto nel credere di essere nata nel gennaio del 1630, ma nel fatto che non reagisce in modo logico, come ci si aspetterebbe anche in un caso di follia, ai messaggi che le vengono trasmessi. Maddalena non perde sangue e non versa lacrime, è un essere demoniaco; in realtà è del tutto insensibile a qualsiasi interpretazione, che può persino rilanciare sarcasticamente. Sul letto dell’inquisizione o al tavolo degli psichiatri, ella esprime lontananza, indifferenza, presunzione, arroganza, sfida.
Il giovane psichiatra fa direttamente le spese di questa provocazione; come esperto viene rapidamente smentito, in quanto la sua conoscenza è incapace di arginare i comportamenti della donna, come persona è alienato dalla sua stessa incapacità a resistere agli inviti erotici della strega. Impossibilitato a possedere Maddalena con la sua superiorità intellettuale, intesa come misura del sapere e non come funzione dell’intelligenza egli è costretto a perdere la testa ed a soffrire fisicamente l’esasperazione del desiderio. Inebetito a tal punto da dimettere i panni della socialità perdere i propri attributi di medico e di marito, diventa lui un essere dominato dall’ossessione, dal momento che vuole a tutti i costi penetrare nel mistero di Maddalena. Perciò egli accetta, condivide il racconto della strega, si identifica col passato di lei e vede i momenti della sua vita, partecipa alle visioni della sua storia. Il "medico" delle sostituzioni pulsionali si trova a condividere, realizzare l’immaginario, a credere nell’impossibile. La sua presenza al sabba sancisce la totale immedesimazione alla realtà di Maddalena; egli vittima di un desiderio, di un appetito inesorabili Ma insieme egli vive un rapporto d’amore totalizzante, un amour fou che lo mette in balìa di Maddalena, gettandolo in uno stato di invasamento che lo porta fuori dal mondo; l’interesse scientifico scivola nell’adesione misterica. Lo psichiatra viene posseduto dalla strega, è attratto da un sensualità fagocitante ed è altresì dominato da una personalità che non può trattenere entro i limiti della classificazione patologica. Il film è costruito su trapassi "inspiegabili", immediati, tra la realtà e la proiezione immaginari del passato di Maddalena; in questa altalena i personaggi non cambiano, oggi come allora l’eccentricità viene punita dalla legge, oggi come allora l’irrazionale agita le profondità dell’essere. L’inquisitore, l’analista, il sociologo difettano di ragione critica e quindi di predisposizione al comprendere; al linguaggio della diversità essi rispondono con una forma di irrazionale istituzionalizzato, controllato, dalle formule del potere e dall’ideologia del rigetto. Il giovane psichiatra si annulla sul piano istituzionale, lasciandosi irretire dalla consumazione completa del transfert. In questo modo egli viene trasportato in un’altra dimensione e perde quell’identità che lo rendeva riconoscibile agli altri; il rapporto con la moglie si svuota, la sua mente è altrove. Il film si muove sul limite del "cedimento", sul confine tra la veglia e il sonno, nella zona in cui la mente subisce i richiami dell’inconscio. È anche la linea incerta tra normalità e follia, dove può avvenire, improvvisa, l’esplosione della protesta dell’essere, l’urlo violento contro l’indifferenza delle cose (si pensi, ne Il diavolo in corpo alla donna sul tetto o, qui, alla donna che corre nella stanza), l’urlo che si ripiega in una grande stanchezza, in una rassegnazione malinconica, che nulla cambia, ma che inesorabilmente uccide le possibilità dell’individuo.
La cultura dello psichiatra lo ripara dalla caduta paranoica, ma non lo ferma di fronte ad una richiesta illimitata: la corporeità di Maddalena lo trascina nell’esperienza, a scoprire persistenze arcaiche, nel mondo notturno della pulsione, per essere ammesso ad una specie di iniziazione, di rito, dove l’immaginario ha la meglio sul principio di realtà. Il film può essere interpretato come una lunga soggettiva, come il percorso visionario di un soggetto fortemente impregnato di sapere, che si misura completamente, empaticamente con l’oggetto della propria conoscenza; l’innamoramento, che rientra nell’ordine delle possibilità, diventa alla fine una sfida all’ultimo sangue, distrugge la certezza della comprensione, inverte il rapporto delle dominanze. Lo psichiatra scivola in uno stato di ipnosi; la relazione si rovescia. Maddalena avoca a sé il diritto naturale a decidere il destino della specie, ad incrinare il dominio della cultura. Il film può essere anche visto come un’esplorazione autocosciente nell’incertezza, nella complicazione di un’interiorità che appare ancora un territorio sconosciuto, indecifrabile, una zona al di qua del dominio culturale, che si proietta nell’immaginarlo, evocando altri tempi, altre rappresentazioni. L’inverosimiglianza è parte dell’essere, è un "bisogno" della psiche; in Maddalena vive un desiderio assoluto, onnipotente, che travolge il tempo, la storia, le strutture dell’ordine. Ella dimentica il mondo, annulla lo spazio attorno a sé; in tal modo diventa un oggetto strano, affascinante ed attrae l’uomo impegnato a conquistarne il mistero. Questi, da parte sua, è costretto a credere in lei, a viverne l’esistenza, ad accettare tutte le sue fantasticherie. Tale disponibilità, che lo porta ad interpretare i racconti di Maddalena, non lo fa però precipitare nell’incubo, nel tormento, nell’orrore; la sua immedesimazione diventa quasi estatica, rapita, incantata.
Bellocchio non ricorre, per La visione del Sabba, ad una rappresentazione cinematografica caricata, ossessiva, dove le immagini riproducono i meccanismi e gli effetti del l’allucinazione, dell’invasamento. Il trapasso non è mai traumatico, non è l’indice di un collasso psichico; è piuttosto un atto mentale di traslazione, di abbandono voluto ad un richiamo affettivo. Il film inizia nell’immaginario, come una storia ambientata in altri tempi, come una ricostruzione del possibile. E la trascrizione del racconto di una donna che ha subito violenza e crede di essere una strega, di avere più di trecento anni e di avere incontrato nientemeno che Napoleone. Il film proietta la verità di questa donna; è come se accettasse ogni sua manifestazione, partecipando ad un movimento che non distingue il presente dal passato, la realtà dalla finzione; perciò non vi sono scosse narrative che fanno precipitare la rappresentazione nel terrore, nella paura provocata da apparizioni angoscianti. Il film non è catartico e non fa affiorare un inconscio collettivo, non accenna quindi a qualsivoglia retaggio orrorifico, che ricompare a turbare le coscienze appesantite dal ricorso di epoche buie, prigioniere di un senso di colpa che spazia in ignoranze lontane. Le visioni del sabba non hanno nulla delle rappresentazioni tradizionali, dominate dall’elemento demoniaco e percorse dal delirio, dall’orgia e dalla profanazione. Nel film esse richiamano più la danza e sono ispirate dalla presenza purificatrice dell’acqua e del fuoco. Quella di Maddalena è una storia individuale, un’occasione di femminilità, al centro di un rapporto d’amore, che non riguarda solo un gioco di personaggi, ma coinvolge lo sguardo del narratore, l’occhio cinematografico, che a sua volta viene catturato dal mistero della donna. C’è nel film come un’adesione culturale alla figura di Maddalena, al suo corpo, alla sua fisicità che si oppone silenziosa alle violenze dell’esterno. Bellocchio costruisce un personaggio femminile portatore di una diversità che non si afferma come espressione patologica; in sé Maddalena è una creatura che cerca di essere compresa con un atto d’amore, mostrando anche l’ambiguità di chi avverte la volontà altrui di trasformarla in un oggetto di conoscenza, quindi sempre accettabile. Come Giulia in Il diavolo in corpo, Maddalena esige una fatica, una aggressività, un’intermittenza nell’approccio; il fascino di queste donne deriva dalla tortuosità e insieme dalla ricchezza della loro femminilità, che ne fanno dei veri e propri labirinti esistenziali. Dove può anche essere piacevole perdersi.
Angelo Signorelli, Cineforum n. 273, aprile 1988
https://www.comune.re.it/cinema/catfilm.nsf/PES_PerTitoloRB/05891EE59EA9369FC125742E004A4608?opendocument
Mega.nz dice che i link non esistono
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EliminarCiao Amarcord si possono avere i link funzionanti?.Grazie
ResponderEliminarModificati tutti i link
Eliminargrazie
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