TÍTULO ORIGINAL
La vita davanti a sé
AÑO
2020
IDIOMA
Inglés
SUBTÍTULOS
Español (Incorporados)
DURACIÓN
94 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Edoardo Ponti
GUIÓN
Ugo Chiti, Edoardo Ponti, Fabio Natale (Libro: Romain Gary)
MÚSICA
Gabriel Yared
FOTOGRAFÍA
Angus Hudson
REPARTO
Sophia Loren, Ibrahima Gueye, Renato Carpentieri, Abril Zamora, Babak Karimi, Massimiliano Rossi, Francesco Cassano
PRODUCTORA
Palomar. Distribuida por Netflix
GÉNERO
Drama | Inmigración
Premios
2020: Premios Oscar: Nominada a mejor canción
2020: Globos de Oro: Mejor canción original
2020: Critics Choice Awards: 3 nominaciones, incl. mejor película de habla no inglesa
2020: Premios David di Donatello: Nominada a mejor actriz (Loren) y canción
2020: Satellite Awards: Mejor canción. 3 nominaciones
Han pasado más de 10 años desde la última vez que vimos a Sophia Loren en un largometraje. Su nuevo proyecto “La vida ante sí” nos demuestra que no importa cuanto tiempo pase: esta mujer sigue siendo un poder en pantalla.
Edoardo Ponti dirige a su legendaria madre en una nueva adaptación de la novela “The Life Before Us” (el último filme basado en este libro ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera). Loren interpreta a Madame Rosa, una anciana sobreviviente del Holocausto y exprostituta que cuida temporalmente a niños abandonados por sus madres, muchas de ellas trabajadoras sexuales. Tras mucha persuasión de un amigo, Rosa adopta a Momo (Ibrahima Gueye), un niño huérfano inmigrante de 12 años.
Momo perdió a su madre cuando tenía seis años y desde entonces ha sido un niño problemático. Fue expulsado de la escuela, roba y clandestinamente trabaja como vendedor de droga en el vecindario. Su arco de reconciliación con la vida es predecible, pero llevado con gran sensibilidad por Ponti.
Madame Rosa es una mujer fuerte que comanda respeto y no se deja manipular. Pero la dura vida que ha llevado la ha dejado con profundas cicatrices emocionales. Pasa mucho tiempo en el sótano de su edificio – una “baticueva” como le dicen los niños – en donde se siente segura de los traumas pasados que pronto comienzan a rebasarla. Loren le da autenticidad al papel y magistralmente balancea fragilidad con calidez e ímpetu.
En las periferias tenemos a personajes entrañables que ayudan a crear un ambiente compasivo y de amor para el pequeño Momo. El amigable Carabiniere (Babak Karimi) le da trabajo y con gran tacto comienza a cambiar su mentalidad; el amistoso Dr. Coen (Renato Carpintieri) que busca lo mejor para Momo y Rosa; y la maravillosa Lola (Abril Zamora en fenomenal actuación), una mujer trans que exude respeto por su pasado como campeón de box y que ahora es la mejor amiga de Rosa. La relación de amistad que existe entre ellas produce hermosos momentos derivados de una química exorbitante.
Rosa, Lola, Momo y el pequeño Iosif (otro de los niños adoptados) comparten algo en común. Son personas que se han visto aplastados por la sociedad y ahora buscan amor. Pero evidentemente, es la relación entre Momo y Rosa la más importante. Aunque con edades muy distintas, son seres que se comprenden mutuamente por las experiencias de desplazamiento vividas. Una sobreviviente de Auschwitz y un joven inmigrante musulman lejos de su cuna. El cuidado de Rosa comienza a sanar a Momo, quien intenta responder con afecto muy a su manera.
Ibrahima Gueye es todo un descubrimiento. Con un papel tan explosivo, fácilmente pudo haber dado una actuación insoportable y genérica, pero el joven lo hace todo bien. Sus arranques de furia, acciones infantiles, las risitas, la irrupción de lágrimas en su rostro, todo es orgánico. Es una actuación sobresaliente que habla de pérdida, dolor contenido y un anhelo de afecto.
La carencia de originalidad de “La vida ante sí” es compensada por calidez y excepcionales actuaciones. Estamos ante un filme tradicional que, con gran elegancia, te presenta una conexión llena de vida y humanidad.
Ricardo Gallegos
https://laestatuilla.com/criticas/critica-de-la-vida-ante-si-sophia-loren-regresa-en-un-calido-drama-italiano/
La misteriosa magia de la experiencia
Esta es una hermosa película, que registra el regreso a la pantalla de la icónica Sofía Loren, ya una mujer en la madurez de sus 86 años, que precisamente actúa con categoría y sensibilidad en el papel de Madame Rosa, una mujer que abandonó sus antiguas andanzas para dedicarse, en su propia casa, al cuidado de algunos niños en estado de potencial abandono o de descuido, hijos de mujeres que se dedican al comercio sexual. Madame Rosa ejerce esta actividad con cariñosa capacidad y paciencia, buscando medios para sostenerse y para sacar adelante a estas personitas, cada una con sus especiales circunstancias y necesidades.
Es evidente que las situaciones de abandono, de peligro, de pobreza no ocurren solamente en los países subdesarrollados. En la mayor parte de los países existen la prostitución, el comercio de drogas adictivas, las pandillas, los raponeros, los hijos que no tienen familias completas y que se convierten en una carga para sus madres, careciendo se la necesaria atención; y los inmigrantes que tratan de salir adelante y que viven en condiciones de hacinamiento e inseguridad. En estos ambientes se registran historias de heroísmo y de alto humanismo, porque no faltan las personas que, como Madame Rosa, se dedican a la solidaridad, al servicio, no importa que se trate de una labor compleja, con frecuencia ingrata o desagradecida, pero también abundante en satisfacciones y gratitud.
En este contexto, se nos cuenta una preciosa historia de redención. El joven actor Ibrahima Gueye protagoniza a Momo, un muchacho de raza negra, musulmán y senegalés de nacimiento, que resultó en las calles de Bari, ciudad costera del sur de Italia, que no solamente es turística, sino que presenta zonas de un particular ambiente ruidoso, desordenado, casi tercermundista, con sus antiguas callejuelas y sus barrios llenos de inquilinatos y vericuetos. Momo va por mal camino, dedicado al rebusque en las calles, ejerciendo de raponero y madurando a marchas forzadas, con riesgo de que su evidente y maliciosa inteligencia sea su ventaja para dedicarse al mundo de la distribución callejera de drogas.
Momo es insoportablemente grosero y mal hablado, con una rebeldía evidente, que desafía cualquier relación, cualquier manejo. Otro ser de luz en las calles de la ciudad, el doctor Cohen (Renato Carpentieri) ha estado tratando a apoyar al muchacho, pero siente que se le escapa de las manos, así que decide llevarlo a la casa-hogar de Madame Rosa y luego de muchos ruegos y artimañas emocionales, vence la resistencia de la mujer, ya cansada y anciana, que se resigna a lidiar con esta fierecilla salvaje, no tanto por un extraño masoquismo, sino más bien por una arriesgada intuición de amable vieja-judía-curtida-hechicera, cuyas vivencias y sufrimientos en la época del holocausto de los judíos en la segunda guerra mundial le han enseñado que el ser humano es mucho más que las apariencias externas.
Estas cosas la vamos sabiendo a medida que se desarrolla la trama, porque en sus primeros momentos Momo se revela como un verdadero e indiferente rufián, desagradecido, ventajista; sin embargo, poco a poco va quedando atrapado por una naciente y creciente admiración hacia Madame Rosa, qué él mismo no se cree. Ella no es fruta fácil de digerir, tiene misterios insondables, es caprichosa y con estilo y orgullo propio. Pero es esto precisamente lo que mueve a Momo, quien evidentemente necesita un referente que pueda admirar, pero que le controle y le ponga contra la pared, como hace Madame Rosa, poco a poco.
En este proceso tiene su importancia otra persona de edad, Hamil, un comerciante viudo, del norte de África, creyente musulmán, de paciencia que todo lo soporta y que aparece en el camino de Momo como persona que le da empleo en su negocio. Acá uno puede caer en cuenta de las grandes posibilidades que existen de que el sistema de atención social de tantos jóvenes en peligro de caer en las garras del crimen y de la desidia, pueda contar con la presencia no solamente de los jóvenes profesionales del sistema de atención social, sino también de personas de experiencia como Madame Rosa y como el doctor Cohen, que puedan aportar elementos como los que siempre han aportado los abuelos y los tíos abuelos en las tradiciones familiares con respecto a los nietos. La tragedia de muchos de los niños abandonados no es solamente que tengan hogares disfuncionales o que carezcan de hogares, de hermanos y del cariño y la atención de sus padres; es también que carecen de la presencia de los abuelos y de los ancianos del clan familiar, que tanta experiencia, tanta sabiduría, tanto cariño tranquilo y tanto sentido de la vida y posibilidades de referencia pueden aportar.
Al mencionar estos aspectos, caigo en cuenta que por los mismos días en que visioné a Sofía Loren como Madame Rosa, también pude observarla como la atractiva, fresca y sensual viuda doña Sofía, en Pan, Amor y … (Dino Risi, 1955). Toda una vida se encierra en esta mujer, que hace películas con su hijo. Es que los seres que no paran de vivir y de compartir tienen una profunda capacidad, un propio misterio, con lo cual pueden ejercer poderes mágicos. De eso habla el filme, porque Madame Rosa es una maga, una persona que se encierra en su propia sala de meditación y de recuerdos, para llenarse de energía poderosa, de miradas profundas y sabias, que le permitan contribuir a redimir y a rescatar a un incorregible malandrín como Momo.
Enrique Posada
http://www.elespectadorimaginario.com/la-vida-por-delante/
SENSATEZ Y SENTIMENTALISMO
La parcelación de los géneros cinematográficos que impuso Netflix se asemeja a la arbitraria clasificación del mundo según la enciclopedia china que citaba Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”. De acuerdo con esta teoría de control remoto, La vida ante sí entraría en la categoría de “Dramas sombríos y conmovedores protagonizados por divas italianas con las que fantaseaba tu abuelo”.
La nueva versión para el cine de la novela de Romain Gary “La vie devant soi” (a.k.a.“Madame Rosa”), publicada en 1975, tiene como atractivo principal, excluyente casi, el regreso de Sophia Loren al cine, a los 86 años, y dirigida por su hijo Edoardo Ponti. Una vuelta de peso en la pantalla –y en los medios–, aunque restringida a un público senior para el cual la exuberante actriz de los clásicos con De Sica, o los que hizo en Hollywood, o los de su madurez, como la estupenda Giornata particolare (1977) con Mastroianni y dirección de Scola, tiene un significado fuerte en su memoria.
A diferencia de otras figuras que fueron paradigmas de belleza y más tarde optaron por el retiro, desde la Garbo a Marlene Dietrich (por citar sólo los casos más extremos de reclusión), la Loren, que además sumaba una voluptuosidad de la que aquéllas carecían, demuestra aquí que no sólo no le teme enfrentar una vez más la cámara sino tampoco a algunos de los primeros planos, a veces despiadados, que no le evita su hijo.
Entre aquellos espectadores que, por razones cronológicas, no compartan esos recuerdos, el efecto no será el mismo: pero no porque vayan a encontrarse con una actriz poco familiar, aún vigorosa en su ancianidad y cuya mitología les es ajena, sino porque la gravitación de su personaje, Madame Rosa, ahora es menor a la del auténtico protagonista en la remake Ponti: Momo (el niño senegalés Ibrahima Gueye), y ésta es sólo una de las muchaa diferencias que acusa esta versión con respecto a la superior de Moshé Mizrahi (1977), que interpretó Simone Signoret.
Madame Rosa es una mujer que sobrevivió a Auschwitz, luego ejerció la prostitución en París, y por último regenteó en su propio departamento un hogar para chicos de la calle, en su mayoría hijos de prostitutas. Allí también hay una habitación secreta, una especie de templo personal en el que ella conserva todos sus recuerdos, y cuya puerta termina por abrirle al favorito de sus “hijos del corazón”, Momo, un huérfano musulmán, blanco y europeo en la versión Mizrahi, africano negro en la de Ponti.
Los choques étnicos y religiosos tenían, en el viejo film, un lugar accesorio que no sólo se integraba al conflicto central, sino que funcionaban como vehículos para definir los atributos de la protagonista (como aquella memorable escena en la que reaparecía el padre biológico de Momo a reclamarlo, y Madame Rosa, que le mentía al decirle que lo había educado como judío, provocaba su nueva huida).
Nada de esto sobrevive en la versión Ponti. El nuevo guion se engolosina con cuanto asunto social y político tengan categoría de trend topic y los inserta como sea, desde la inmigración ilegal africana a la delincuencia juvenil, la batalla entre los propios indocumentados, el tráfico de drogas, el conflicto en Medio Oriente y hasta los problemas familiares de los transexuales (el personaje de la prostituta negra, Madame Lola, se transforma aquí en una prostituta gallega, rubia y trans).
El relato en off de Momo (en la versión 1977 el recurso se justificaba porque el niño se lo contaba, al grabador, al médico que interpretaba Costa-Gavras), refuerza su condición protagónica en un tramado que, como se dijo antes, repliega a la Madame Rosa de la Loren a un papel casi de reparto, pero que se busca reforzar a través de lo que más le gusta a Netflix: el sentimentalismo. Tanto es así que, en el fárrago de efectos emotivos, se pierde de vista toda verosimilitud, como lo descabellado de la escena en que, con sólo 11 años, Momo rapte a su tutora de una clínica sin que nadie lo vea.
Hace más de cuatro décadas los verosímiles eran otros. Cuando Simone Signoret interpretó a la “anciana” Madame Rosa, que resoplaba al subir las escaleras y no dejaba de hablar de la muerte, tenía 56 años, es decir, seis menos que Madonna, cuatro que Julianne Moore, dos que Jodie Foster, uno que Lisa Kudrow, y la misma edad que Sandra Bullock, actrices que considerarían un agravio que sus agentes les propusieran hoy algo así. La Signoret componía su papel (67 años, en la ficción) al natural, sin maquillaje que la avejentara ni, aparentemente, preocupación alguna por lucir como lucía. Los momentos de abstracción de su personaje, cuando escapaba del presente a algún lugar indefinido de su terrible pasado, eran, indudablemente, de Madame Rosa. Se vuelve más difícil experimentar lo mismo con Sophia Loren: sus abstracciones parecen menos las de Madame Rosa que las suyas propias, las de la venerable actriz que quizá se siente extranjera en una forma de cine que ya no le pertenece, y que sólo la convoca como gloria viviente.
Marcelo Zapata, 2020
https://www.asalallena.com.ar/cine/critica-la-vida-ante-la-vita-davanti-se-netflix-marcelo-zapata/
«Mírame a los ojos, y ve la luz en mí»
Rosa es una mujer grande, con pasado en la prostitución, que se dedica a cuidar y albergar niños que transitan diversas circunstancias sociales. Un día, ella es robada por un joven senegalés llamado Momo. Poco tiempo después, le piden que ella lo acoja en sus aposentos, algo que acepta a regañadientes, aunque ese problemático niño será la esperanza de una profunda enseñanza mutua.
Este film italiano está dirigido y escrito por Edoardo Ponti,- el libreto también está escrito por Ugo Chiti-, y está basado en la novela «The Life Before Us» de Romain Gray, así como en el largometraje «Madame Rosa», de 1977.
La relación entre la dama y Momo es uno de los puntos centrales de la cinta. Ese joven, que al principio se muestra revoltoso, incontrolable y muy problemático, empieza a poner lentamente los pies sobre la tierra cuando conoce a la susodicha y comienza a reordenar su propia existencia. Los sueños que lo azotan tienen que ver con lo que le sucede internamente. Al fin y al cabo, el afecto, la comprensión y una crianza adecuada son las piedras angulares de un próspero inicio de vida.
El cambio es un proceso paulatino y la película bien lo sabe: No se puede pretender que un crío con antecedentes duros vaya a madurar instantáneamente, pero tampoco aquí se vislumbra ese ápice de caso perdido o irrecuperable, lo que es un atinado acierto.
El día a día de Rosa, no es ni ha sido precisamente,-valga la redundancia-, un camino de rosas. El pasado acosa a esta mujer firme pero con pocas pulgas y cuyo escepticismo se hace más evidente cuando ve a Momo por primera vez. Pero, cuando ella mira a través de su nuevo interlocutor, encuentra a ese faro de próxima esperanza y bondad casi oculta, que necesita ser moldeado para relucir en su máximo esplendor, un brillo que ella misma precisa recuperar, escondido bajo los escombros de tiempos ya antiguos.
La gran Sophia Loren interpreta majestuosamente a Madame Rosa, con una impecable naturalidad que trasciende cualquier época. El director Ponti es, de hecho, el hijo de Loren. El joven Ibrahima Gueye, quien hace su estreno fílmico y que emigró desde Senegal a Italia, realiza una muy buena actuación como Momo. El elenco incluye a Renato Carpentieri, Abril Zamora, Iosif Diego Pirvu, Massimiliano Rossi y Babak Karimi, entre otros.
¿Un encuentro entre mundos opuestos, o un encuentro entre mundos fragmentados? Un choque generacional necesario, que cambiará las vidas de dos personas conflictuadas, para siempre.
Guillermo Bruno
https://loscuentahistorias.com/2021/01/la-vita-davanti-a-se-2020-por-guillermo-bruno/
Como ícono indiscutible del cine del siglo XX, el regreso de Sophia Loren a las películas ha sido uno de los puntos más publicitados de la cinta La vita davanti a sé (The Life Ahead; La vida ante sí). Después de más de una década desde su último largometraje, este nuevo proyecto de la actriz no solo tiene una importancia artística para ella, sino también personal, ya que el director es su hijo Edoardo Ponti. Aunque está basada en la novela francesa La vida ante sí del escritor Romain Gary, que ya había sido adaptada en ese país con una exitosa obra de 1977, dirigida por Moshé Mizrahi y premiada con el Óscar a la mejor película extranjera, en esta ocasión la historia es trasladada a Italia, para reflejar algunas de las situaciones que existen actualmente en esa nación, como la inmigración africana y la nueva configuración multicultural de su sociedad.
Los protagonistas de la película parecen representar las dos caras de Italia; por un lado, su carácter más tradicional personificado por una mujer mayor llamada Madame Rosa (Sophia Loren), y por otro su faceta más nueva, que encarna el adolescente de origen senegalés Momo (Ibrahima Gueye). El primer encuentro de los personajes está cargado de conflicto, ya que el joven le roba unos candelabros a la mujer, que los quería vender para pagar su renta. El hecho es descubierto por el doctor Coen (Renato Carpentieri), el tutor de Momo y quien se hizo cargo de él tras la muerte de su madre. Además de visitar a Madame Rosa para ofrecer sus disculpas, el doctor le pide que se haga cargo del huérfano durante un par de meses, ya que podría servir para disciplinarlo y para que reciba más atención de la que él puede entregarle. La mujer acepta con cierta suspicacia, motivada principalmente por el dinero que recibirá a cambio, pero a la larga tanto ella como el adolescente irán descubriendo que no son tan diferentes como aparentan.
Con una premisa como esa, no es difícil adivinar el trayecto del relato ni cuál será su desenlace, y la cinta tampoco entrega elementos que subviertan esas expectativas. La trama de La vita davanti a sé es de una transparencia y convencionalidad palpables, explorando temas claros y entregando lecciones sensatas. La obra incluso roza ciertas fórmulas cuestionables, como la del white savior (“salvador blanco”), donde una persona blanca rescata o ayuda a personajes de alguna minoría racial a superar una dificultad. Ese lugar común, que ha sido utilizado sobre todo en el cine estadounidense, asoma su rostro en la película de Ponti, pero solo de manera momentánea, ya que no tardamos en descubrir que Madame Rosa es una sobreviviente del holocausto judío y por lo tanto conoce parte de los obstáculos que enfrenta Momo.
El personaje de Loren, además, tiene un pasado como trabajadora sexual y ayuda a criar a los hijos de otras prostitutas del barrio, como en el caso de Lola (Abril Zamora), una histriónica española transgénero que vive en el departamento de abajo. Estas características hacen que Madame Rosa tenga una posición más marginada que privilegiada, evitando así una disparidad demasiado grande entre ella y Momo. Lo que la obra trata de transmitir, en definitiva, es ese reconocimiento mutuo que nace en los protagonistas; el verse reflejado en las heridas del otro. La mujer, debido a su edad avanzada y a las experiencias traumáticas de su niñez, comienza a experimentar ciertos episodios de confusión o perplejidad, en los que su mente la traiciona. A raíz de esto, el propio adolescente tendrá que asumir un rol de protector, afianzando la conexión entre ambos.
La religión surge como otra arista de la obra, con el judaísmo de Madame Rosa y las raíces musulmanas de Momo. Aunque el joven no demuestra una inclinación por la fe, sus interacciones con el señor Hamil (Babak Karimi), el dueño de una tienda, le permiten conocer algunos aspectos ligados al islam. La dimensión religiosa de la cinta, sin embargo, no llega a ser profundizada con la atención necesaria por el guion, así que queda como un aspecto inacabado. Lo mismo ocurre con una porción de la trama que muestra los lazos de Momo con el mundo delictual, un elemento que es tratado con mayor detención por la obra, pero es resuelto de forma apresurada, con una facilidad excesiva.
Si bien la voz en off de Momo o la utilización de simbolismos le permiten a La vita davanti a sé conservar algo de la cualidad lírica de su material de origen, por lo general la película se desenvuelve en un entorno aterrizado, no tan subjetivo. Esto es reforzado por las decisiones estilísticas de Ponti, que ubica a la cinta en un terreno intermedio, que no llega a ser naturalista ni abstracto, prefiriendo la posición de un realismo seguro, sin correr muchos riesgos. La fotografía de Angus Hudson resulta diligente, con ocasionales toques dorados de una luz solar que ayuda a idealizar algunos momentos de la historia. La estética de la obra no es tan genérica como para convertirla en un título desechable, pero tampoco destacaría si no tuviese a una actriz de la talla de su protagonista.
Debido a su estatus de estrella cinematográfica, el personaje de Loren no llega a separarse completamente de la actriz que lo interpreta. Cuando vemos a Madame Rosa, es inevitable ver también a la persona que está detrás de ese papel, lo que no implica algo negativo per se, ya que su carácter puede ayudar a definir a la protagonista. Su fortaleza y dignidad, por ejemplo, surgen como virtudes que la intérprete italiana es capaz de transmitir sin esfuerzo, y que podemos identificar incluso antes de que diga algo. La película, además de permitirnos ver la actuación de calidad de un ícono del cine, nos da la oportunidad de descubrir el talento del joven Ibrahima Gueye, quien aparece en su primer largometraje. Es decir, no estamos ante un mero producto impulsado por la nostalgia, sino que ante una obra que nos lleva a ver el futuro, tal como indica su título.
A pesar de los elementos familiares y hasta predecibles de La vita davanti, hay una honestidad en el relato que le impide caer en una actitud tramposa. Gran parte de ese mérito se debe a la química que existe entre sus protagonistas, cuyas interacciones le dan vida al resto de la obra. Son cosas que ya habíamos visto en otras ocasiones, pero cuando son tratadas con sensibilidad siguen siendo valiosas.
https://ngbello.wordpress.com/2020/11/22/la-vita-davanti-a-se-2020/
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