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miércoles, 27 de enero de 2021

Tutto a posto e niente in ordine - Lina Wertmüller (1974)

TÍTULO ORIGINAL
Tutto a posto e niente in ordine
AÑO
1974
IDIOMA
Italiano
SUBTÍTULOS
Inglés (Separados)
DURACIÓN
105 min.
PAÍS
Italia
DIRECCIÓN
Lina Wertmuller
GUIÓN
Lina Wertmuller
MÚSICA
Piero Piccioni
FOTOGRAFÍA
Giuseppe Rotunno
REPARTO
Luigi Diberti, Lina Polito, Sara Rapisarda, Giuliana Calandra, Nino Bignamini, Isa Danieli, Claudio Camaso, Renato Rotondo, Eros Pagni
PRODUCTORA
Eurointer
GÉNERO
Comedia. Drama | Inmigración. Trabajo/empleo

Sinopsis
Un grupo de inmigrantes de provincias y del sur de Italia viven en comunidad en un suburbio de Milán. No sólo comparten la casa, sino también las esperanzas y problemas de la sociedad italiana. (FILMAFFINITY)
 
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Incastonato nel poker di successi internazionali per cui è tuttora famosa la sua regista, Tutto a posto e niente in ordine sembra un po’ schiacciato nella rutilante filmografia di Lina Wertmüller in quel decennio di gloria. In realtà si tratta forse del suo film più schietto, che per quanto risponda al calcolo sgamato cerca di esplorare strade adatte allo sguardo dell’autrice e al contempo in linea con un certo sentire del cinema italiano di quegli anni.
Sono gli anni della (ri)scoperta degli operai come corpi centrali dello spettacolo d’autore. Se la stessa Lina in Mimì metallurgico aveva contaminato la commedia con l’italiana con l’impegno di La classe operaia va in Paradiso di Elio Petri, Ettore Scola cercava scampoli di neorealismo sull’ideale asse Trevico-Torino. Intanto, Florinda Bolkan in Una breve vacanza di Vittorio De Sica usciva dalla fabbrica per andare in sanatorio, il Luigi Comencini di Delitto d’amore preparava in chiava tragica l’apoteosi monicelliana del Romanzo popolare.
Col suo titolo diventato proverbiale, Tutto a posto e niente in ordine va letto all’interno di questo gruppone, solo per certi versi sull’onda di Mimì perché l’ambizione di Lina è più corale, stratificata, rapsodica. E, grazie alla colonna sonora del grande Piero Piccioni un cui brano è entrato anche nello score di Il grande Lebowski, costruisce al solito un musical ipotetico, modulando sul ritmo della musica una specie di ronde proletaria, un balletto urbano in una Milano grigia e verticale, piena di immigrati meridionali, fotografata con densa foschia da Giuseppe Rotunno.
La verticalità della città la esprime anche il luogo in cui stanzia la maggior parte dei personaggi, una casa a ringhiera tipicamente della periferia milanese che fa gola agli speculatori edilizi. Tra progetti destinati al fallimento e (obbligate) scelte di vita e malavita, gravidanze a rotta di collo e prostituzione di nascosto, Lina mette un sacco di carne al fuoco, sente la cupezza degli anni di piombo con quell’attentato che fa da cesura emotiva ma preferisce osservare ancora attraverso una prospettiva sessantottina, sottolineata dal serrato montaggio di Franco Fraticelli.
Film d’attori, ovviamente verrebbe da dire: i primi piani cari alla regista esaltano la ricercata autenticità di facce sporche che crediamo appartengano davvero a lavoratori, ad una classe operaia affaticata ma tutto sommato vitale. Forse il più giovane dei film di Lina, con uno stuolo di caratteristi promossi a prim’attori proprio per sottolineare quella coralità in cui nessuno prevarica per statuto divistico.
Se è inevitabile il casting di Luigi Diberti, che arriva da La classe operaia e Mimì, Eros Pagni si conferma volto tra i più wertmulleriani possibili per grinta grottesca dopo Film d’amore e d’anarchia, dove emergevano anche Lina Polito, Giuliana Calandra e Isa Danieli, protagoniste femminili di indubbia efficacia. E poi Claudio Volontè, Nino Bignamini, fino a colui che all’epoca era il più esperto, quell’Aldo Puglisi esploso con Pietro Germi, riferimento fondamentale per l’autrice.
https://lorciofani.com/2019/08/06/lina-wertmuller-tutto-a-posto-e-niente-in-ordine-1974/

Al poco de terminar el rodaje de 8½ a mediados de 1962, Federico Fellini recibió en su casa de Fregene a una amiga que era cómplice secreta en sus trapisondas fuera de los platós y había participado como ayudante de dirección en esa obra maestra. Era una vivacísima mujer de treinta y pocos años, de baja estatura y con una alegre sonrisa dibujada siempre en la boca. Se llamaba Lina Wertmüller e iba a empezar el rodaje de su primera película, todo un reto para alguien con formación teatral, que había trabajado en los escenarios, también como ayudante, durante muchos años, pero que no tenía prácticamente ninguna experiencia con la cámara. Paseando los dos aquel día por la playa, tal y como ella recuerda en sus memorias (Tutto a posto e niente in ordine, publicadas en 2012), Federico le dio un consejo que jamás habría de olvidar: “Mira, todos se te echarán encima. Que si las técnicas cinematográficas, las miradas a derecha e izquierda, las panorámicas, los focos, los movimientos de cámara… No te dejes impresionar. Cuenta tu historia como si se la contaras a un amigo en el bar o la escribieras a máquina. Si tienes talento como narradora, la contarás bien. En caso contrario, toda la técnica del mundo no te podría ayudar. Por lo tanto, ¡estate tranquila y cuenta!”.
Y así lo hizo. La actitud de ir siempre a su aire y no arredrarse por muy incómodas o descarnadas que sean los tonalidades con las que suele pintar en pantalla sus relatos tuvo como primer resultado I basilischi (1963), uno de esos sorprendentes debuts que parecen tener detrás la sabiduría de un profesional curtido en mil lides previas. La cinta –rodada en blanco negro, con muy poco presupuesto y nacida de la fuerte impresión que recibió la autora romana al entrar en contacto por primera vez con la forma de vida de los habitantes del pueblo paterno, situado en la región sureña de Apulia– le llevó a ganar dos premios en el Festival de Locarno. A partir de ahí, Wertmüller emprendió una carrera sorprendente y repleta de grandes hitos, cuya culminación tuvo lugar el pasado octubre cuando le dieron un Oscar honorífico a sus 91 años. Un justo reconocimiento a quien se ha ganado a pulso que la llamen “gran dama del cine italiano” –sin olvidar su trabajo en radio, televisión y teatro–, pues con una filmografía cercana a los treinta títulos, rodando guiones escritos casi siempre en solitario, ha sido una incansable pionera. La primera mujer de la historia, por ejemplo, en ser nominada precisamente a un Oscar a la mejor dirección, por Pascualino Siete bellezas (1975); o la primera y la única en firmar, aunque con seudónimo, un spaghetti western, Il mio corpo per un poker (1968).
Sin embargo, aparte de estas medallas, donde realmente conviene detenerse es en lo singular que es su obra, una fuente tanto de adhesiones como de rechazos: resulta tan extraña, provocadora, compleja, rica en detalles y ambivalente, cuando no abiertamente contradictoria, que a día de hoy sigue necesitando una revisión general, aún pendiente. El premio de Hollywood bien podría considerarse un guante lanzado a los críticos (y las críticas) jóvenes, aunque parece que de momento nadie ha querido recogerlo.
A partir principalmente de Mimí metalúrgico, herido en el amor (1972), la primera de una serie de películas rodadas con Giancarlo Giannini y Mariangela Melato, sus dos intérpretes predilectos, Wertmüller se lanzó a retratar con una expresión agresivamente turbulenta la tipicidad itálica, sobre todo la masculina, y su confrontación con los nuevos tiempos que corrían a partir de los setenta. Su modus operandi está claro a primera vista y lo ha definido a la perfección el historiador cinematográfico Gian Piero Brunetta al señalar la constante “aglomeración heterogénea de materiales sentimentales, sociológicos e ideológicos” que conforman una y otra vez cada cinta rodada por la directora. Mientras tanto, entre el estrépito y un aparente desorden, va desarrollando los temas que quiere tratar.
La cineasta repite con insistencia en todas las declaraciones y entrevistas su fijación por lo grotesco. Y el hecho de que haya llegado a establecer esta clave expresiva casi como un género en sí mismo constituye otra perfecta definición de su cine. Con los constantes dibujos extravagantes y deformados con los que gusta de representar la realidad, no pretende alejarse de ella, sino señalar los aspectos que le interesa recalcar. Aun así, también hay que decir que se aprecia cierta atemperación general de estos modos a partir de los años ochenta, cuando comienza a explorar otros campos. Algunos ejemplos: con Scherzo del destino in agguato… (1983) aborda el tema del terrorismo; Camorra: contacto en Nápoles (1986) es una historia acerca de un grupo de madres coraje enfrentadas a los jefes de la droga, protagonizada por Ángela Molina, Harvey Keitel y Paco Rabal; o Un claro de luna (1989), con Rutger Hauer y Nastassja Kinski, se presenta como un drama sobre el sida que cobra tintes bastante rabiosos.
En cualquier caso, conviene insistir y subrayar la necesidad de redescubrir de manera razonada la totalidad de su filmografía, poniendo igualmente suma atención a su última etapa, bastante menos conocida. Podrán encontrarse nuevos argumentos para aplaudir a la artista y para cuestionarla: es lo que tienen los creadores con una obra viva de verdad. ¿Una mujer libre? Sin duda. Pero ¿se ha amoldado sin más a un oficio concebido por y para los hombres? ¿O su ruptura de los esquemas proviene de una perpetua alergia a la ortodoxia? El debate está asegurado. Y asimismo podemos tener la certeza de que, como ha pasado antes, si llega a sus oídos cualquier opinión menos favorable a su figura, seguirá reaccionando con un non me ne può fregare di meno (no puede importarme menos).
Muy contenta y agradecida por la atención que desde hace décadas le han brindado fuera de su país, llevando por supuesto sus características gafas de montura blanca, subió hace cinco meses al estrado, en Los Ángeles, a recoger su estatuilla dorada. Aparte de Sofía Loren, la recibieron Jane Campion, quien recordó lo determinantes que fueron para ella los consejos que le escuchó a la italiana en la escuela de cine donde estudiaba, y Greta Gerwig, una de las mejores directoras estadounidenses de la actualidad. Las palabras de esta última marcan unas pautas muy válidas para cualquier espectador inquieto que desee adentrarse en el universo de Wertmüller: “En sus películas todo es demasiado y, a la vez, completamente veraz. Sus personajes no exageran, sino que exteriorizan las intensas emociones del ser humano. […] El hecho de que sea mujer supone algo esencial y secundario al mismo tiempo. […] No está al servicio de ninguna ideología. Lo que le interesa siempre es romper una regla. Cuando piensas que ya la has clasificado de una manera, va y tira por el camino contrario. […] Me asombra como mujer, como pionera y como madrina de todas nosotras, pero por encima de todo, como inmensa cineasta”.
https://ctxt.es/es/20200203/Culturas/31140/lina-wertmuller-oscar-honorifico-cine-italiano-santiago-alonso.htm 


 

 

 

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